lunes, 23 de diciembre de 2013

La angustia de la comunicación constante.







Nunca me he alegrado del mal ajeno; más bien sufro las penas de los otros casi como si fueran mías, con mayor o menor intensidad dependiendo de la cercanía que tenga con cada persona. 
  Hoy, sin embargo, casi me he alegrado, cuando he leído:

«Huyendo de la energía negativa del ordenador».

«Me produce una angustia horrible esta comunicación constante».

«Durante mucho tiempo no he escrito nada. Comenzar mañana. Si no, vuelvo a caer en el incontenible descontento que va extendiéndose; en realidad ya he caído en él».

Naturalmente que no me alegro. Ese "casi" equivale a un ¿A ti también te pasa? ¡Bien! ¡No estoy sola!



 «¿Ahttp://diariodeunapoetasincasa.blogspot.com.es/2013/12/el-gran-diablo.html?spref=fb

viernes, 20 de diciembre de 2013

Amar porque sí





Si te sirve de consuelo, amiga mía, yo también creo en ese ser que nadie ha visto, del que estamos a un paso de celebrar su nacimiento. No tengo pruebas físicas, claro, pero no las necesito. ¿No es el sentimiento inefable la mayor prueba de una realidad (particular) incontestable? Se parece mucho al amor porque sí, ese que tú también sientes, sin tener en cuenta los méritos o deméritos de los amados que acaso no siempre lo merezcan. 


«Me molesta que me digan que soy idiota por creer en un ser que nadie ha visto y quizá, después de todo, no exista. No es que esté alentando tal posibilidad (la inexistencia de Dios), sólo admito que puede darse; de hecho, yo no tengo más constancia que mis propios sentimientos, y ya está razonablemente claro el cariz de mis sentimientos, que suben y bajan como una montaña rusa, así que difícilmente puedo fiarme de ellos, pero si algo me reconforta creo que es por alguna razón. Sin embargo, cada vez más pongo en duda las emociones negativas que me provocan  hastío, rechazo o un pequeño dolor que me ocupa el pecho a la altura del corazón. Ya sé interpretar las emociones negativas que me provocan las personas. Le digo que las personas me provocan sensaciones diversas, sin que sus acciones tengan mucho que ver. Le digo que es una contradicción que me molesta, porque parece bastante estúpido que alguien pueda obrar como le dé la gana, también mal, y no tenga consecuencias desfavorables. Él dice que no es fácil decidir querer a una persona o dejar de quererla por algo que haya hecho. Él cree, como yo, que se tiende a perdonar a quien se quiere, sin que influyan demasiado sus méritos o deméritos para que esto suceda».

viernes, 6 de diciembre de 2013

Cuarto y mitad de consuelo







Es una quimera, lo sé yo, y seguramente lo sabe ella también, pero algún día encontraremos un lugar donde nos podremos curar de tantos dolores como soportamos a diario, de los que casi nadie sabe nada; y así, por no saber unos de otros, no intercambiamos las experiencias que acabarían por conformar el antídoto contra cualquier ojeriza o animosidad (propias o ajenas).     



«¿Duelen los pensamientos? Él dice que sí. Yo le pregunto por la clase de dolor que causan los pensamientos, si tiene características concretas o es tan aleatorio como los mismos pensamientos de los que procede. Él dice que no se puede definir. Yo quiero saber lo que al parecer nadie me puede explicar. Mil y una teorías de todas las clases posibles y ninguna solución práctica que llevarse al corazón. Es desolador, sentir que se tienen conocimientos, que se reconocen sentimientos y se ordenan penas como si pertenecieran a un catálogo del que sin embargo no puede pedirse nada, sólo mirarlo y remirarlo, repasarlo y soñar con que algún día se venda, por fin, cuarto y mitad de consuelo para tal o cual pesar».

viernes, 29 de noviembre de 2013

En defensa de la memoria.





Qué difícil debe ser recomponerse, cuando te han hecho daño; cuando acaso no te han perjudicado deliberadamente, pero te han ignorado, que es casi un agravio que causa más ignominia. Y aún querrán esos que abandonaron o sólo miraron hacia otro lado cuando alguien era escarnecido, hallar consuelo cuando les llegue su hora.    


«Ya sé por qué las aguas de los ríos corren y fluyen, casi huyendo, cauce abajo como las extrañas que siempre son, apenas permaneciendo en el lugar el tiempo que sea estrictamente necesario: para que su memoria vaya limpiándose. Le digo que me gusta mucho la teoría de un científico japonés que sostiene que el agua se congela en bonitos cristales si procede de un lugar hermoso, mientras que si lo hace de uno que sea feo surgen formas cuanto menos inquietantes, y entonces menciono el Ganges, como hizo el científico en cuestión para resaltar que los cristales surgidos de sus aguas resultaron feos, dispares y desiguales. Él dice que la teoría no es en absoluto descabellada. Yo creo que admite todo cuanto digo para no asustarme ni echarme para atrás o espantarme si me dice que estoy como un cencerro y que va a ser difícil recomponerme los pensamientos, y mucho más difícil aún los sentimientos, que cuando se descomponen lo alborotan todo y cuesta un triunfo volverlos a ordenar cabalmente. No me importaría gran cosa que me dijera que estoy como un cencerro, pero reconozco que sí me aparto de quienes lo piensan; me aparto de quienes creen que no ando muy equilibrada, porque no me gusta martirizar con mi presencia a quien no me acepta.
  »Dicen que las moléculas del agua guardan la memoria de lo que tienen (o han tenido) alrededor, igual que la guardan las hojas de los árboles. Benditas sean, por cierto, las hojas que caen de las ramas de los árboles que han escuchado o visto o sentido los dolores o los malos pensamientos que han dejado las impresiones de personas desgraciadas, porque se desprenden y renuevan cada año y así no almacenan tanta porquería en sus nervios. Las otras, en cambio, las que no se caen porque pertenecen a árboles de hoja perenne, están condenadas a revivir una y otra vez los sufrimientos que contemplan sin fin y sin descanso, como si ellas mismas estuvieran tan condenadas como las personas que las contaminan con sus penas.
  »Me pregunto si podría hacerse con los pensamientos lo mismo que se hace con las moléculas del agua: separar las partículas malas de las buenas».

martes, 19 de noviembre de 2013

Anoche soñé con Doris

Anoche soñé con Doris, que me animó y me dijo que no desistiera; y que no dejara a nadie en la estacada si creía que necesitaba ayuda, aunque corriera el riesgo de que se confundieran mis sentimientos y experiencias con los suyos. Cuando le dije si se refería a la mujer de la Carpeta roja se limitó a sonreír, y desapareció.   


«Le pregunto si se es diferente por el trato que se recibe, o se recibe un trato diferente porque se es diferente, al menos a los ojos que miran. Me pide de nuevo que le mencione alguna de esas situaciones que me han causado cierto dolor; suficiente, al menos, para llegar a esa conclusión. Al fin le digo que ignoro por qué, a tenor de las situaciones que me han sucedido a lo largo de mi vida, pero me viene a la mente un día que me vi discriminada o ninguneada o acaso sólo malinterpretada por mi madre, no sé si más o menos que otras veces, pero tengo la sensación de que esa fue la primera vez que lo sentí así, tan nítidamente. Le digo que hasta ese momento no había tenido constancia (ni conciencia) de serlo, pero ocurrió, le pedí a mi madre que me llevara un regalo de la ciudad a la que debía ir para solucionar unos asuntos cuando aún no habíamos trasladado allí nuestra residencia. Ella me preguntó qué quería, y yo le dije que no sabía, sólo “algo”, que es lo mismo que le había dicho mi hermano hacía un par de meses, cuando había hecho otro viaje en el que sí me llevó con ella y estando allí me dijo que teníamos que ir a comprar algo para mi hermano, que se lo había pedido. Recuerdo que le pregunté qué era lo que teníamos que comprarle, y ella se limitó a repetir lo que él le había dicho: “Algo”. Mi hermano fue muy vago e impreciso, pero a mí me pareció el colmo de la elocuencia y el ingenio. De ninguna manera manifestó preferencias por un objeto determinado, ni exigió que le fuese llevado un juguete concreto que quizá hubiese sido complicado de encontrar o ser muy caro, como ocurre con las peticiones infantiles cuando se hacen llevadas por los deseos puros y duros que tienen los niños. “Algo”, esa era la petición que mi madre recibió, y le gustó recibirla, lo evidenció el interés que demostró porque visitáramos el centro de la ciudad. Había jugueterías en el barrio de mis abuelos, una de ellas muy grande y muy bien surtida que me gustaba mucho cuando pegaba mi nariz al escaparate para escudriñar sus estanterías atestadas de toda clase de maravillas. Sin embargo, tomamos el autobús que nos llevaría al centro y consideramos aquella diligencia (yo la consideré así porque así la consideró ella) como algo preferente. Ella determinaba siempre las decisiones que había que solventar y las resolvía a su manera, como lo acometía todo y lo decidía todo, ya fuera la elección de una camisa (la que se pondría mi padre, por ejemplo, y no digamos nosotros, que íbamos siempre vestidos de pies a cabeza según su criterio y sin ninguna posibilidad de meter baza en nada que nos concerniera hasta bien mayorcitos, y aun siendo adultos lo ha seguido intentando) o cualquier asunto que mereciera ser decidido. Yo me limité a seguirla en aquella expedición en busca de “Algo”, sin ninguna posibilidad de evitarlo, como es lógico.
  »Él me pregunta si no me molestó en el fondo hacer aquella excursión en busca de “Algo” para mi hermano. Yo le digo que no, en absoluto. Me gustaba pasear por las calles del centro de la ciudad, aunque entonces no lo supiera. Yo era una niña de esa ciudad, que circunstancialmente se había criado en un pueblo muy muy lejano y muy muy diferente, pero siendo consciente siempre de a qué lugar pertenecía, así que me gustaba saber que estaba en el lugar que me correspondía y de ninguna manera podía sentirme a disgusto. Visitar a mis abuelos paternos cuando mis padres regresaban para pasar las vacaciones era siempre una confirmación de mis orígenes y una constatación de cuál era mi destino, algo que no podía definir entonces pero que estoy segura de que habría aprobado de haber sido consultada al respecto. Él insiste en preguntarme por esa especie de resquemor que cree notar en el relato de esta anécdota en apariencia sin importancia. Yo le digo que no hay ningún resquemor, en absoluto. ¿Entonces?, pregunta. Pues que cuando yo le pedí a mi madre que me llevara algo, que es lo mismo que le había pedido mi hermano, ella no celebró mi ocurrencia y ni siquiera la consideró, y además se enfadó muchísimo porque yo era una egoísta que a saber qué se creía, como si se pudiera pedir algo así porque sí, como si el dinero creciera en los árboles y sólo hubiera que ir arrancándolo de rama en rama como si fuesen brevas. No entendí nada, claro. Mi petición era una réplica exacta de la petición que le había hecho mi hermano, al que no sólo complació sino que lo hizo de mil amores. Sin embargo yo me había comportado con egoísmo e insolencia (en realidad creo que ella dijo “descaro”, pero no lo recuerdo muy bien) y no recibiría nada para castigar mi impertinencia, mientras que la recompensa a la petición de él había sido un mecano con montones de piezas de metal amarillas, azules y rojas, y una enorme caja con maderas de formas diversas para hacer construcciones que ambos disfrutamos muchísimo cuando por fin pudimos estar juntos, una vez nos trasladamos a nuestra casa de verdad, después de tantos años separados.
  »Él me pregunta si de verdad no quedó en mí ninguna clase de resquemor. Yo le digo que no, en absoluto. Le explico que mi resquemor siempre ha sido con los sentimientos que él despertaba en mi madre, mientras que yo casi sentía que molestaba, o al menos que no estaba a la altura de lo que de mí se esperaba. Muchas veces me pregunté si no sería porque a mi madre sólo le gustan los niños. Ella dice que detesta a las niñas, que son unas estúpidas y unas manipuladoras, además de malas. Los niños, en cambio, son mucho más nobles, así que me figuro que ella quería tener otro niño cuando aparecí yo y desmonté sus planes de tener una parejita perfecta de ángeles con sus alitas y todo». 

jueves, 14 de noviembre de 2013

¿Dante Alighieri? No, Dante Bonfim








Un día a la semana me encuentro con niños de una ikastola que se zambullen en la naturaleza para descubrir cuántas clases de vidas caben en la orilla del río y en el paseo que hay en la ladera del monte. Así, pertrechados de tarros de cristal y armados con palos para escarbar a su antojo, me los encuentro cuando regreso de mi paseo matinal con mi perro, un pastor alemán que siempre llama la atención de algunos de esos niños que me preguntan si pueden tocarlo, si muerde, si es bueno, si es viejo o joven y en fin, esas cosas que preguntan los niños.
  Otra cosa que me preguntan siempre es cómo se llama, y cuando respondo Dante, algunos me han preguntado qué es eso y otros no me han dicho nada y se han limitado a repetir Dante, Dante, para llamar su atención.
  Hoy, sin embargo, un chaval rubio que rondaría los nueve o diez años y parecía especialmente espabilado, se ha sonreído al oírme decir el nombre del perro, y yo me he sonreído también, cuando he adivinado que Dante no le sonaba a una cosa, sino al nombre de alguien importante. Para reafirmar mi satisfacción le he preguntado si sabía quién era Dante, y él me ha dicho: "Claro, es el jugador del Bayern".
  Naturalmente, el jugador del Bayern no es Dante Alighieri, sino Dante Bonfim.
   











viernes, 1 de noviembre de 2013

Al fin liberada



Me vestí de fiesta,
me engalané,
ensayé mi mejor sonrisa
y me fui al encuentro con el mañana
que me esperaba bajo la ventana.
El mañana me miró,
me habló con desprecio,
me dijo:ya soy ayer, ya pasé;
y desanduve mis pasos,
me despojé de atavíos
y al despertar,
liberada al fin de la risa
con que me acicalé para ti,
entendí que las galas no visten,
no favorecen,
las galas disfrazan y afean,
y hasta falsean,
esconden y extravían
los sueños y las miradas.

lunes, 28 de octubre de 2013

¿De qué guindo te has caído, pobre ilusa?




A casi todos nos defraudan cada día algunas personas, da igual si son más cercanas o afines, o no nos tocan demasiado y aun así nos influyen con sus opiniones y comportamientos, pero la sensibilidad es un diapasón que regula las emociones personales como si fueran exclusivas.   

"Cómo se le dice a una persona “Te quiero”, si esa persona no aprecia que le digan te quiero, y además parece importarle menos que nada. Cómo se sobrepone alguien a la desilusión de saber que se ha desnudado emocionalmente para nada. Debería existir un modo de componer el gesto, el semblante, o uno mismo por dentro (sería recomponerse, en este caso), y así parecer natural y no un imbécil descolocado y defraudado. Él me pregunta quién me ha defraudado o hecho sentir así, puesto que describo aceptablemente una sensación a la que no es sencillo poner palabras que la definan específicamente. Le digo que llevo mucho tiempo sintiéndome así, de modo que he aprendido a definirlo a base de rumiarlo. Sí, sí, dice, pero quién ha sido, insiste en saber.
  'Cómo le digo que me ha defraudado mucha más gente de la que debería estar cabalmente aceptada: habida cuenta de la resistencia emocional que todos tenemos desarrollada en mayor o menor medida, que en buena lógica tiene un límite que no se debería traspasar. Le digo que las personas tendrían que ayudar a las personas. Le digo que es necesario el apoyo de los semejantes que te rodean, para no creerte en territorio hostil. Los humanos deberíamos sentir siempre que estamos en casa, con seres afines a nosotros, llenos de ilusiones parecidas y siendo deferentes con aquellas particularidades que no resulten nocivas u ofensivas o irrespetuosas. Él no dice nada, sólo me deja hablar, pero su gesto es de lástima o conmiseración. No se expresa, en efecto, y sin embargo parece decir “Pobre ilusa, de qué guindo te has caído”. Cuando dejo de hablar, un poco cansada de divagar sin que él me ayude a verbalizar con más claridad mis sentimientos, su sonrisa de “Es una pena, ahora que las palabras van definiendo sensaciones, que se interrumpa”, me hace sentir que soy nadie, apenas un accidente en el que otras personas reparan porque no les queda más remedio. No soy, precisamente, alguien a quien se solicita para animar fiestas o reuniones sociales. Creo que el mundo seguiría su curso sin alteraciones significativas si yo dejara de estar en él por alguna razón. Él dice que yo soy tan importante como pueda serlo cualquiera. Le digo que esa frase me suena a la mentira que dicen las madres sobre los hijos, cuando afirman que todos les resultan iguales y por eso los quieren de igual modo.
  'Jamás he creído que pudiera quererse de igual manera a una persona que a otra, lo considero absolutamente absurdo, descabellado, insostenible e improbable. Cada uno de nosotros somos un compendio de virtudes y defectos que pueden combinarse de tantas maneras como seres humanos existen en el mundo. Le digo que es un grave error pretender que todos somos iguales y que por ello deberíamos ser tratados o queridos como si lo fuéramos. Las diferencias que nos caracterizan deberían ser consideradas como disparidades o peculiaridades que nos singularizan, para lo bueno y para lo malo. Él dice que no es malo ser diferente. Ya sé que no es malo ser diferente, le digo, sólo constato sus consecuencias (adversas). También le digo que a pesar de no considerar que ser diferente sea malo o contraproducente, a mí me ha resultado en muchos casos perjudicial. Me pide que le mencione alguna situación que me haya hecho sentir diferente. Le digo que está de broma si pretende que le enumere situaciones que me han hecho sentir mal por diferente, o diferente y por tanto mal, por el trato recibido, que no sé si es lo mismo pero se le parece, al menos, en cuanto al sentimiento que al final queda, y lo que cuenta es el sentimiento final, no importa demasiado de qué modo se haya llegado a ese estado".

sábado, 19 de octubre de 2013

Entonces

Era más fácil entonces,
cuando el fuego crepitaba en el hogar
y las volutas de humo llamaban a la puerta del cuarto,
desafiando el frío invernal
sin miedo a enojar mi sueño.

Era más fácil entonces, 
tan lejano aquel entonces,
tan triste aquel crepitar
que el frío es mucho más frío,
y más hondo el sueño invernal.

Del fuego apenas quedan rescoldos,
sólo el recuerdo en mi alma
del humo entrando en mi cuarto
burlando la escarcha primera
para acariciar mis labios.



sábado, 5 de octubre de 2013

Más que palabras




Las palabras son siempre algo más que palabras.

"Las palabras tienen cualidades provechosas y dañinas en una proporción equivalente, y dependiendo del uso que se les dé o de la intención que lleven sanan o hieren. Dicen que pueden curar casi todos los males y propagar casi todas las enfermedades; que son mucho más que conjuntos de letras o sonidos que forman la menor unidad de lenguaje con significado. Las palabras se pronuncian, se escuchan, es fácil articular palabras, pero no resulta tan fácil entender que las palabras son sobre todo las expresiones de los sentimientos que salen por la boca, suavemente unas veces o llenas de fuerza otras, como el vapor de una olla a presión cuando se apelotonan en el corazón. Hay tantas formas de ordenar las palabras, tantos circunloquios para hacer entender lo que encierran sus significados, a qué obedecen, para qué se usan, cuándo se deben usar, y hasta cuándo no se pueden usar porque no se sabe qué decir o no quiere decirse lo que se sabe y no conviene o simplemente se ignora. Es tan difícil poner en palabras los sentimientos que están muy adentro, tan escondidos que para encontrarlos sería necesario cavar y cavar con un  ahínco extraordinario, al que no siempre estamos dispuestos a entregarnos. ¿Y si las palabras, en efecto, fueran dañinas unas veces y otras tuvieran la facultad de curar, después de todo? ¿No son las palabras la base terapéutica de los psiquiatras? Ellos, quizá, sepan de qué manera se tienen que ordenar las palabras para que sanen las mentes enfermas o atascadas o equivocadas, o sólo saturadas de sentimientos dañinos que han hecho un nido putrefacto donde sólo deberían existir sensaciones placenteras. Ay, si además poseyeran ellos mismos un montón de palabras mágicas que tuvieran la facultad de sanar, en lugar de hacer que los enfermos, los necesitados, los desorientados, los impacientes, los extraviados y demás seres perdidos que los frecuentan se vieran obligados a dar rienda suelta a la sarta de retahílas que quizá los confunden más".   

lunes, 30 de septiembre de 2013

Besos que dan asco


¿Por qué se engaña a sí misma, fingiendo que no echa de menos lo que tanto echa de menos, constantemente, parece que cada vez que respira?



"¿Dónde estarán a estas alturas las personas, todas las personas que en algún momento fueron importantes, o entonces creímos que lo fueron, mientras sucedía aquello que parecía importante? Ese vacío, ese hueco que se nota en el estómago se apodera del presente, como si pesara; se parece extrañamente a un dolor. Él dice que es bueno sentir las ausencias de quienes ya no están. Yo le digo que la añoranza de algunas personas produce dolor, la de otras produce pena, pero que es muy usual que sea la vergüenza el sentimiento más frecuente. Acaso porque se quedó en el camino una historia vivida a medias o inacabada o mal vivida. Él me pregunta qué se me quedó a mí en el camino. Prefiero no responderle porque no terminaría nunca de explicarle todas las cosas que se me quedaron en el camino, algunas mal vividas, otras sólo deseadas, las más sólo imaginadas.
  'Pienso en todo lo que se me quedó en el camino y no lo echo todo de menos, sin embargo. Sólo lamento haber pasado de puntillas por algunas personas. Pienso también que los fracasos hubiera querido borrarlos con una goma que no dejara rastro. Él me pregunta por los rastros que me han quedado. Hago memoria. ¿Los besos?, me pregunto en silencio. Para bien y para mal. Algunos besos dejan buenos recuerdos, otros atormentan, otros duelen, otros dan asco, otros no se han guardado (porque no se han dado) y se echan en falta. Concluyo con cierta pena que no se recuerda siempre lo que se quiere recordar. Él pregunta de nuevo y yo le hablo de los besos en voz alta (es que algunas veces le hablo en voz muy baja, casi imperceptible, para que no me oiga y así no me obligue a nombrar tantas cosas que no quiero nombrar, y mucho menos escucharme decirlas a mí misma, consciente de que lo que digo duele o abochorna). Le digo que resulta curioso el hecho de que los propios recuerdos sean tan embusteros. Le digo que no es justo ese olvido que se impone sobre el deseo mismo de recordar. Le digo que no es justo que la mente haga lo que le venga en gana sin tener en cuenta los anhelos del corazón, ¿o es el corazón el que hace y deshace, desoyendo las recomendaciones de la mente? Él dice que no se sabe casi nada de lo que pasa en el cerebro. Está bien que lo reconozca, me gusta que al menos no trate de engañarme diciéndome que todo está bien, que todo se va a arreglar, que todo tiene solución menos la muerte. La gente dice muchas veces esa bobada como si fuera una gran sentencia inapelable e incontestable. Yo digo que si todo tuviera arreglo no habría tantas mentes trastornadas en busca de curación o de alguna clase de consuelo".



jueves, 19 de septiembre de 2013

Sueños de una escritora



Válgame Dios, la de sueños que me quedan por cumplir. Es que sueño mucho, da igual que esté dormida o despierta. Antes no recordaba los sueños, pero ahora sí, y algunas veces me inquietan de puro estúpidos que son, con presencia de personas que no me importan y a las que no importo; se ve que quieren colarse de rondón, sí o sí, y como estoy de que no, pues aprovechan algún resquicio para invadirme y apalancarse. Por suerte, las inquietudes desaparecen apenas abro los ojos y me veo dueña de mi vida y mis situaciones. Es mucho decir, claro, eso de dueña de mi vida y mis situaciones. Más bien debería admitir que me veo plantada en una realidad que me parece una ficción por la que no soy capaz de andar con soltura y de la que no sé cómo escabullirme.
  Quizá no deba salir, y por eso no puedo salir. Me pregunto de qué escribiría, si no anduviera dando vueltas en círculo por realidades adversas. ¿No es verdad que se piensa mejor contra la adversidad? O se piensa sólo contra la adversidad, o sea, cuando necesitamos luchar contra la adversidad.
  Ya no sé nada; como quizá todo sea un sueño, vaya uno a saber si cuando abra los ojos no hallará una ficción a su alrededor, sólo una ficción; o un simulacro, como la propia vida, que parece hecha para que caminemos por ella y actuemos en ella, en lugar de para vivir en ella.
  Quizá, ahora que lo pienso, no me quedan tantos sueños por cumplir; en realidad me quedan dos, y son tan sencillos, tan fáciles de conseguir que hasta durmiendo podrían realizarse.

sábado, 24 de agosto de 2013

La felicidad de ya no despertar

 "Me pregunto si para conseguir primero hay que imaginar, o creer, al menos, que puede darse (eso que ha dado en llamarse la ley de la atracción, algo así como la conspiración del universo para favorecer a quien solicita protección o amparo) y por tanto avanzar casi a ciegas, dependiendo de quimeras. Entonces ¿dónde hay que detener la imaginación, o hay que dejarla libre? ¿Dónde se pone el límite a la hora de imaginar, para que las ilusiones no hagan demasiado daño, por si no se cumplen o tardan en llegar? ¿Cuándo puede decirse que la imaginación y la fantasía son dañinas: nunca, a veces, muchas veces, sólo algunas veces, siempre?
  '¿Se cura el exceso de imaginación? ¿Debe tratar de curarse el exceso de imaginación? ¿Demasiada imaginación hace infelices a las personas que por tener muy altas las expectativas acaban por tanto más defraudadas?
  'Le preguntaría muchas cosas para las que no tengo respuestas, ni él parece tenerlas tampoco, de ahí mi desilusión cuando compruebo que ni expertos en la materia (enfermedades mentales, traumas, dolores emocionales, etc) se explican ciertos comportamientos, o dicen “depende”; los expertos dicen que “esto o lo otro depende, quizá, acaso, aún no se sabe, no se ha estudiado, no estamos seguros, aún desconocemos…” con mucha frecuencia. Y si no hay respuestas ni recetas mágicas ni soluciones ¿por qué tantas vueltas y revueltas, tantas teorías para nombrar y definir lo que ya está nombrado y definido, y sin embargo no pueden solucionar, ni siquiera calmar o atemperar? Bueno, calmar o atemperar sí, algunas veces, aunque sólo sea un poco. Es bueno algún calmante de vez en cuando. Un calmante de vez en cuando ayuda a soportar el dolor porque lo atenúa y hace que quien lo sufre pueda descansar. Él no es partidario de los calmantes. Dice que los calmantes sólo calman, no curan. Dice que no sirve de nada adormecer el dolor si no lo erradicas completamente.
  'No tengo miedo al sufrimiento. Sufrir es duro, pero se sufre cuando se vive, cuando se tienen preocupaciones, y casi nunca falta alguna clase de cavilación o tormento, situaciones inherentes al hecho de vivir y por tanto inevitables. Creo que peor que el sufrimiento es la soledad en compañía. No, no, aún peor es la compañía que proporcionan las personas egoístas que te utilizan y no acompañan nada, en realidad; están ahí, simplemente, las más de las veces estorbando, cuestionando, cuando no criticando abiertamente y fiscalizando hasta los pensamientos. Él dice que no cree que me hagan falta las personas para salir adelante. Probablemente tiene razón y no me hacen falta las personas para salir adelante, pero qué duro se hace sobrellevar la soledad. La soporto, sí, incluso la busco muchas veces, pero saber que no puedes recurrir a casi nadie es muy triste y llena el corazón de una pena muy difícil de explicar.

  'A todo se acostumbran las personas. Da igual que se viva entre algodones o entre terrones: el hábito de vivir es más fuerte que las comodidades o incomodidades; si los ojos se acostumbran a un paisaje determinado, la costumbre se sobrepondrá a la belleza o a la fealdad con la lógica de la rutina libre de adornos o artificios, pero también de prejuicios o lamentos. Le digo que soy muy austera, que necesito muy poco para vivir. Le cuento que puedo pasar perfectamente sin horno, sin microondas, sin lavavajillas, sin… Él dice que las personas dicen que necesitan más de lo que realmente necesitan porque no han hecho la prueba de pasar sin esas cosas que llenan las casas pero no las almas en la misma medida. Le digo que no sólo puedo pasar sin objetos que para el común de los mortales son comodidades irrenunciables y para mí en realidad sólo ataduras (a la casa llena de cachivaches, al lugar donde está la casa, que cuanto más llena está más difícil es de abandonar o cambiar por otra que esté en otro sitio, al banco que ha prestado el dinero para las compras…), sino que puedo hasta sobrevivir sin el cariño de las personas. Le explico que es mejor, a mi juicio, vivir con cariño, pero que me gusta saber que puedo pasar perfectamente sin afecto humano. Él dice que es más difícil renunciar al cariño de las personas que a la comodidad que proporcionan los objetos. Le aclaro que digo lo de pasar sin cariño, sí, pero no que no me duela el hecho de tener que pasar sin ese cariño. Sólo quiero demostrar que sé andar sola por la vida, que no me voy a perder, aunque una vez me perdí tanto que decidí dejarme morir para no tener que sufrir. Le digo que en realidad fue más un dejarme morir que un deseo real de matarme; le digo que fue un intento de huir definitivamente del mundo que ya entonces percibía hostil. Él me mira y calibra (me parece que lo calibra, por cómo me mira) si volvería a hacerlo en el hipotético caso de que me fallaran de nuevo las fuerzas; si aún persisten en mí esas intenciones que quizá nunca se abandonan del todo, con más motivo cuando se sabe que no se sufre, que no ocurre nada excepcional, que no se percata uno de la transición, que es como un dulce sopor que se va transformando en sueño, aunque de ese sueño no vaya a despertarse jamás. Es curioso, sí, estar en posesión de una información tan preciosa y no poder compartirla prácticamente con nadie, porque a casi nadie se le puede decir “He intentado suicidarme”, y a continuación explicarle que no es doloroso ni preocupante; que no se siente nada, sólo se va uno, se le consumen los pensamientos y ya está. Es no despertar del sueño, y a cuántas personas no habré escuchado yo decir en voz alta lo que darían por acostarse una noche y ya no despertar".

martes, 30 de julio de 2013

Ir tirando


Hay que ver, lo que cuesta (lo que le cuesta) ir tirando adelante con la vida.  

"Creo no tener medida para aceptar cariños y deferencias, así que me extralimito hasta lo indecible cuando alguien hace algo por mí, lo que sea, y entonces siento una inmensa deuda con el autor de esa deferencia que quizá no le costó nada, pero que en mi interior se instala como un faro que parece destinado a iluminar todas las oscuridades de mi corazón. Sin embargo, siento que mis atenciones y muestras de afecto valen menos que aquellas que me prodigan los demás. Él dice que no soy exacta, que debería decir “no creo que valgan menos, sino que temo que no valgan tanto (que los demás lo crean, más bien) y por ello, por no ser tan valorados, sean menos considerados”. Sí es cierto, acepto, así que me pregunto si me encierro y finjo y disimulo y me aparto voluntariamente, para que así no exista quien rechace mis cariños y atenciones o haga de menos manifestaciones de afecto que me cuestan mucho y sin embargo se aprecian poco.
  'Que se olviden de mí, que le guste a alguien que pasado el momento inicial del conocimiento me deje de lado, decepcionándome, desilusionándome, es uno de mis temores más recurrentes. Sé estar sola, no me importa las más de las veces; incluso lo agradezco, pero que se aparten de mí para dejarme espacio no es lo mismo que ese abandono que significa la nada en que te dejan en suspenso cuando ya no cuentas para personas que te dijeron justo lo contrario y además se ofendieron infinitamente cuando al sospecharlo lo exteriorizaste. Es en ese momento, justo ese, cuando se crea en mí una especie de resentimiento que me nubla hasta el conocimiento y la lógica. Él dice que no se tienen que disimular los sentimientos, sean los que sean. Dice que no se puede responder en un tono diferente al que hayan utilizado los otros. Lo sé, digo, pero no siempre tengo el valor para devolver lo que creo que merecen. Por el contrario, hago lo que está en mi mano para suavizar situaciones que no me gusta que se transformen en desagradables. Él dice que no puedo sufrir tanto, que no es bueno. ¡Vaya, pues no lo había notado!... ¡Pues claro que sufro! Ojala no sufriera tanto. Ojalá me diera igual hacer daño que no hacerlo. Ojalá no me importara que las personas que supuestamente me quieren me decepcionaran. Él dice que lo haga, que está en mi mano. Que haga qué, le pregunto. Pues que no le afectan tanto las desilusiones, me dice, y yo vuelvo a echar de menos ese interruptor que me conecte con lo que quiero y me desconecte de lo que no quiero.
  'Tengo un conocido que casi fue amigo. Anduve lista para dejar de quererlo justo cuando estaba en mi mano poder hacerlo. He empezado a trazar una raya infranqueable cuando presiento el batacazo. Antes, cuando era más idiota, detectaba igualmente un punto de no retorno en las relaciones con las personas, pero lo traspasaba alegremente, creyendo que no hacerlo era de cobardes que se asustan del sufrimiento, o de egoístas que no están dispuestos a arriesgar nada. Soy de la opinión de que no se puede querer y dejar de querer a una persona de un día para el otro, ni hacer como que se quiere cuando resulta que no se quiere. Buenos cariños requieren de tiempo para asentarse primero y disfrutarse y conservarse después. Hoy sí y mañana no, no me gusta. Él dice que no me tiene que gustar, y mucho menos lo tengo que aceptar. No sé por qué le cuento algunas cosas. Él siempre me da la razón. Yo creo que me da la razón para hacerme confiar y que así me abra por completo. No sé si ya he dicho que tengo la impresión de que está esperándome en algún punto del camino, en la mano una libreta llena de ideas que he ido dejando en el aire y él ha apresado para por fin traducir lo que tengo en la mente. ¿Recordará cada cosa que le digo, cada sentimiento que le expongo, cada desilusión que le manifiesto? Algunas veces anota cosas en un folio, pero son muy pocas esas veces, y aún menos las líneas que me dedica. Puede que no sea tan importante ni tan especial como yo misma supongo, y lo que me ocurre es lo que les ocurre a las demás personas, que quizá saben disimular mejor que yo, o son más cobardes y no se atreven a pedir ayuda para dejar de sufrir. Pero yo no pedí ayuda para dejar de sufrir; ni siquiera me planteé antes de conocerlo a él que quería dejar de sufrir; en absoluto tengo intención de ahorrarme los sufrimientos que deberían ser normales en la vida. Por muy adultos que seamos los adultos, parecemos en realidad niños malcriados que se niegan a aceptar los reveses de la vida. No está mal cierta dosis de dolor, de adversidad, creo, así que no se trata de dejar de dolerme por todo, sino de no traspasar cierto umbral de sufrimiento; o de no dejarme vencer por dolores que no me pertenecen y no deberían afectarme tanto.

  'Me pregunto si es bueno (para mí, para mi estado emocional, se entiende; malo para la humanidad no creo que sea) enfrentar las fantasías a la soledad y a la insatisfacción. Idear situaciones que en la mente son reales (o pueden serlo) y por ello factibles. Me digo: si puede imaginarse, puede hacerse; si no te gusta la realidad, invéntate otra que sea de tu agrado. Y así voy tirando."     

martes, 2 de julio de 2013

Ahora hablaré de mí





Hablaré de mí para explicar una circunstancia diáfana como el día, pero que no entiende casi nadie, a la vista de las numerosas peticiones que me llegan para que responda, intervenga, explique o participe en tal o cual iniciativa, ya sea particular, ya colectiva; cuando no para cuestionar o abroncar directamente mi ausencia o silencio, como si estuviera obligada a rendir cuentas u ofrendar tributo o pleitesía a "tal" o a "cual",  o no hubiera más posibilidades en el mundo que estarse frente a la pantalla del ordenador a todas las horas del día para satisfacer tantos egos insatisfechos o soledades insoportables; la iniciativa en cuestión, por cierto, siempre resulta ser muy importante, a juicio de quien la promueve, pero ¡ay! yo tengo mis propias iniciativas, mis prioridades y mis necesidades, y no las impongo ni las aliento, más bien me limito a exponerlas, para que quien lo tenga a bien las utilice o las comparta libremente o simplemente acompañe mi camino, cosa que agradezco siempre infinitamente precisamente porque sé lo difícil que es corresponder, y no por falta de ganas normalmente, en mi caso (incluso si no me gusta demasiado), pero qué le vamos a hacer, si una servidora es tan limitada que no puede hacer sino una sola cosa cada vez: trabajar u ociar, y el trabajo resulta que es mi vida, mientras que para el ocio estoy más bien disminuida, por no decir casi impedida. Uno se expone en estos lugares públicos y se arriesga a ser o no ser para los otros, en función de sus capacidades o habilidades sociales (que en mí son tan escasas), y es un juego de ida y vuelta: la exposición tiene repercusión o no, y no es justo quejarse por la ausencia de difusión, o por el silencio con que nos obsequien, que sin duda obedecen a algún motivo que puede ser laboral o social o simplemente el uso de la libertad de cada cual para sumarse a ciertas iniciativas o no hacerlo si no las encuentra justas o no le gustan o directamente le resultan injustas pero prefiere no decirlo para no ofender los gustos ajenos (recuerdo lo manifestado unas lineas más arriba, referido a la libertad de cada cual para responder a las iniciativas u opiniones). 
  Y habrá que tener en cuenta el libre albedrío, que hace que la gente se incline por una persona u otra, por una causa u otra, por una obra u otra, y nada hay que obligue a nadie a una actuación contraria a su inclinación. No conviene mostrar disgusto, si alguien llega más, gusta más, simpatiza más... sólo hacer propósito de enmienda, para esforzarse más y aprender de los errores que tan a menudo se cometen en nombre de las necesidades. ¡Ah! Y no olvidar que la modestia es una cualidad que se convierte en don cuando se ejerce sin medida...Y el silencio... ¡oh! el silencio es oro, y a veces la muerte, lo sé, cuando es persistente, sobre todo si se aplica a los creadores, tan necesitados siempre del halago del público, que se inclina de un lado u otro, según le convenga.

viernes, 14 de junio de 2013

El espíritu de la contradicción

¿Cómo será eso de alejarse para pensar, imaginar, suponer... y a la vez seguir la corriente para no sentirse el espíritu de la contradicción?


"Por primera vez le sugiero recurrir a la medicación para alcanzar la tranquilidad que me proporcionarían los sedantes, para dormir durante mucho tiempo sin pensamientos molestos que me bullen en el cerebro y me angustian. Estoy muy cansada, mucho. Me duele el corazón, que parece no hallar acomodo en el pecho, y percibo hasta tal punto el peso real del alma (21 gramos, dicen que pesa, pero a mí me parece que pesa mucho más) que algunas veces temo no poder resistirlo. Es como el peso de la vida, que se me hace insoportable. Él dice que si me durmiera o simplemente me aturdiera o me alelara, los problemas seguirían estando ahí al regresar del sueño o letargo. “Cuando despertó, el dinosaurio seguía ahí”. Tiene razón, lo sé, pero me gustaría descansar. Me figuro que al dormir dejaría de pensar, ¿y así sólo soñaría?, si es que me daba por soñar. Ya ni siquiera sueño, hasta ese extremo se me apagan los sentidos. Quizá es que no recuerdo los sueños. Ahora tengo sólo visiones, esas visiones tan extrañas y aleatorias, siempre inesperadas, que se me quedan impregnadas como sueños esquivos en alguna esquina de la memoria que guarda sensaciones que parecen destinadas a no contarse jamás, o no contarse adecuadamente. Sería un consuelo, después de todo, poder contar coherentemente las escenas que se suceden en esas visiones que son como recuerdos de otra vida, retazos que se me presentan de improviso para que no me olvide de las cosas que quizá me hirieron y por eso las he arrinconado, y por eso ellas (las cosas) quieren salir, tanto si quiero como si no quiero.


 '¿Seré como los seres humanos normales y corrientes, esos que necesitan pertenecer a algo, a un colectivo social, a una manada? A lo que sea, da igual, lo que importa es pertenecer. ¿Seré, después de todo, tan normal como para necesitar sentirme de un lugar, de un clan, de una familia, de un grupo social? El dolor por no ser aceptada quizá me hace creer que no quiero estar integrada en ningún lugar identificable, y lo que no he encontrado (quizá) es mi lugar en el mundo.
  'Sí, necesito mirar a mi alrededor y ver personas arropándome, sintiendo su calor. Él dice que los seres humanos tienen comportamientos sociales, sean como sean en su individualidad. Yo le digo que esa dependencia me incomoda, me descoloca. Sobre todo cuando está la familia por el medio. Quiero que mi familia me quiera. Quiero querer a mi familia, pero me pierdo en el entramado de códigos que se dan entre personas que deberían tener la costumbre de tratarse y sin embargo carecen de esos códigos porque no los han puesto nunca en práctica. Le digo que no me sale exteriorizar ciertas manifestaciones de cariño, que no sé cómo se hace eso de querer haciéndolo saber además de demostrarlo. Él dice que quizá sólo quiero el concepto de querer, la parte teórica que recomienda querer, pero que en la práctica no lo deseo realmente. Me quedo pensando un rato y llego a la conclusión de que probablemente esté en lo cierto. Me parecen más atractivas ciertas situaciones cuando se contemplan desde lejos y con cierta distancia. Estando lejos puedo pensar, imaginar, suponer… Si estoy demasiado cerca se me descontrolan los sensores y hago o digo cosas que no siento o no quiero, sólo porque hay que hacerlas o decirlas, para seguir la corriente y no causar mala impresión o parecer el espíritu de la contradicción.


  'No soy libre, ando como encerrada o encajonada en sentimientos de culpa y deseos de libertad. Digo que hago lo que quiero, pero no es verdad. Ando siempre demasiado preocupada por lo que pensarán de mí los demás, por lo que dirán, por si me querrán después de haber visto cómo soy y cómo me comporto. Hasta me preocupa el modo que tendrán los demás de quererme. Pero sobre todo me preocupa mi incapacidad para lograr que mis sentimientos sean justa y cabalmente interpretados. Querría que en todo momento quedaran claras para el resto del mundo cada una de mis acciones y el porqué de mis reacciones. Él dice que no pretenda imposibles. Yo le digo que de las utopías puestas en marcha por los ilusos se ha ido haciendo la vida".

sábado, 18 de mayo de 2013

Especies en extinción

Como si alguien pudiera definir con suficiente hondura moral en qué consisten las rarezas, que quizá son peculiaridades que hacen de ciertas personas especies en extinción dignas de proteger o ahijar.

  "Me animo a preguntarle por mis rarezas, las que él vea y perciba. Si soy rara es normal que la gente me eluda. La gente rehuye de lo que es raro, salvo que alguien haya decidido que ciertas rarezas se conviertan por arte de birlibirloque en peculiaridades, cosa que ocurre cuando se habla de alguien muy popular o muy influyente o muy rico. Él dice que hay que ser como se es, sin pretender ser otra cosa de la que se sea. Yo le digo que no es fácil aceptar que mi soledad tendría remedio con una buena dosis de normalidad. Él dice que la normalidad no garantiza la felicidad. Pregunta, además, qué es eso de la normalidad, si es que existe y puede determinarse.
  'Es muy duro ver la confortable cotidianeidad de los otros desde la distancia. Parece que los otros se instalan en la normalidad sin estridencias. Los seres humanos somos sociables por naturaleza. Yo, en cambio, le digo, hablo sola, incluso cuando voy por la calle. Él dice que no es malo hablar solo, salvo que no exista la consciencia de que está haciéndose. Le digo que quisiera estar dentro de grupos de gente, pero cuando circunstancialmente me he visto dentro me siento triste irremediablemente. Él dice que la realidad se parece poco al ideal que se tiene de cómo han de ser las cosas.
  'Le cuento que cuando será pequeña me costaba mucho estar con otras niñas; yo no les gustaba. Él dice que seguramente ellas tampoco me gustaban a mí. Le digo que no es normal no hacer lo que hacen las personas normales. Él dice que es discutible eso de la normalidad de las personas. Me doy perfecta cuenta de mi obsesión con la normalidad, pero es que creo que hay que ser muy excepcional para no desear lo que tienen todas las personas, que son las cosas normales que proporcionan las vidas normales. Quizá las personas mienten mucho o fingen que son lo que no son o que no son lo que parecen ser, pero también disfrutan mucho (lo parece, al menos) cuando van de compras o acuden a locales de diversión. Le digo que uno contempla ciertos comportamientos y cuesta creer que no extraigan alguna satisfacción de sus actividades, aunque sea ocasionalmente. Él dice que yo obtengo la satisfacción de otras formas. ¿Ah, sí? ¿Lo que yo obtengo de la vida son satisfacciones? Hasta donde me alcanza el recuerdo, casi siempre hay sufrimiento. Casi nada de lo que hago me produce satisfacciones. Él dice que cuando escribo soy feliz, que le he dicho que así disfruto. Sí, tiene razón, pero escribir requiere un estado de ánimo, y hace mucho tiempo que se me ha perdido ese estado de ánimo; algunas veces parece regresar un momento, es cierto, pero súbitamente desaparece como por ensalmo, como una sombra burlona que quisiera esconderse de mí. Cada vez estoy más en el mundo de los mortales (volvemos a la normalidad de las personas), un lugar hostil en el que no me sé desenvolver bien. Ya casi no tengo la posibilidad de regresar al mundo que me es propio, que es en realidad el mundo de los elegidos (¡qué presunción, por Dios, lo sé, pero así lo siento y así me siento cuando todo marcha bien!). Él dice que hay que darle tiempo al tiempo y esperar. Vale, digo, pero cada vez me cuesta más esperar. Quisiera ocupar ya el lugar que me corresponde, que no sé cuál es exactamente, pero sí sé que no es el que ocupo en la actualidad, en un mundo que me es ajeno y adverso, rodeada de personas que igualmente me son adversas, hostiles o sólo indiferentes, y no sé qué es peor, la hostilidad manifiesta o la indiferencia. De la hostilidad puede uno defenderse, de la indiferencia no, porque no puede obligarse a nadie a que le preste atención. Por eso hablo de mi mundo y lo sitúo en un plano elevado, ligeramente aislado del mundo que hay a ras de suelo, en el que no hay apenas personas que me sean afines o gratas, o solamente que se dignen a entenderme con todas mis rarezas o peculiaridades, y que no me juzguen porque no soy como el común de los mortales.       
  'Temo cada pensamiento que me acerca a lo que no quiero ser. Él dice que tener pensamientos y deseos es muy normal. Yo le digo que mis pensamientos son retorcidos. Vuelvo a mis deseos de que alguien muera. Él dice que las fantasías son lógicas. Yo le digo que no me gusta tener ciertas fantasías. Él dice que las fantasías y los deseos no son un problema, siempre y cuando se queden en eso: fantasías y pensamientos. Le pregunto si no es una barbaridad desear ciertas cosas terribles o macabras y me dice que no, que la barbaridad sería pretender la realización de las fantasías. Yo insisto, porque el deseo de que algo irremediable se realice me pone los pelos de punta. Entonces me habla de la moralidad, que es, a su juicio, lo que determina los hechos de las personas. Yo le digo que la moralidad de una persona ya es discutible sólo con que aparezca en esa persona algún deseo avieso o retorcido. Él dice que lo único malo de los deseos es que hagan daño mientras se imaginan. Yo le digo que imaginar ciertos deseos me hace daño. Me hace daño suponer que tengo el corazón herido o trastornado o ambas cosas al tiempo. Él me dice que es mejor evitar esos pensamientos, porque si me hacen daño entonces sí son perjudiciales, pero para mí misma. Yo le digo que si tengo esos deseos es porque tengo necesidad de ser libre. Le digo que quiero que desaparezca la persona que me impide mostrarme como soy y me empequeñece hasta el punto de evitarme hacer cosas que me gustaría hacer, y mostrar sentimientos y emociones que me gustaría mostrar y casi nunca he podido, avergonzada de antemano como estoy por su opinión, siempre desfavorable, que me cohíbe".

viernes, 26 de abril de 2013

Sobrellevarse por este puñetero valle de lágrimas


Si yo fuera ella, no dejaría que nadie me pastoreara. Sí, porque me da la impresión de que busca que la guíen, y si alguien se deja guiar en exceso, me figuro que acabará por terminar dependiendo demasiado de opiniones y actuaciones ajenas. Quizá lo que pretenda, en realidad, es la aprobación, y no tanto la guía, quién sabe, y entonces la entiendo un poco mejor, para sentirse menos sola, menos rara, menos fuera de órbita.


"¿Verdad que es una tontería pedirle a alguien que no se disguste por algo que le disgusta? ¿Verdad que no está bien pretender que los seres humanos seamos máquinas capaces de discernir y dilucidar justamente cuando más confundidos y embarullados estamos? Yo creo que los defectos que tenemos son la cruz de la moneda que representamos, la que en su faz muestra el aspecto luminoso y positivo que todos quisiéramos exhibir. Él dice que tengo razón, que somos vulnerables, falibles y frágiles. Yo le digo que vaya consuelo. Él dice que así son las cosas, y que si fueran de otro modo no estaríamos hablando de emociones y reacciones, sino de algo absolutamente opuesto a la humanidad. Le pregunto por la posibilidad de obtener algún remedio que me consuele y me libere de tanto dolor. Me responde con otra pregunta: ¿es que quiero dejar de ser yo? Pues a lo mejor sí, le digo, a lo mejor quiero dejar de ser yo. A lo mejor el intríngulis está en el hecho de que quiero dejar de ser yo porque no me gusto ni me acepto ni me comprendo ni me veo con capacidad para sobrellevarme indefinidamente por este puñetero valle de lágrimas en el que nos obligan a estar sin comerlo ni beberlo. A lo mejor lo que quiero es ser otra persona más dura, más alegre, más entera, más insensible… Él dice que quizá no vale la pena hacer desaparecer el dolor, ni siquiera mitigarlo. Yo creo también que hay que pasar por todos los estadios del dolor y del desamor para apreciar mejor lo que somos y lo que tenemos, suponiendo, claro, que deseemos seguir adelante con la vida, a pesar de todo. El problema, digo, es que no sé si quiero seguir con esta vida que tengo y no entiendo. No sé si es bueno aceptar que ya que estamos aquí hay que seguir. Es como si un conductor supiera que ha errado el rumbo y continuara haciendo kilómetros y más kilómetros pese a saber que se ha equivocado. ¿No deberíamos tener la posibilidad de dar marcha atrás, volver sobre los pasos equivocados? Y se puede, dice él. Yo no lo creo, pero prefiero no decírselo. Hay veces que me siento muy cansada para expresar sentimientos y además explicarlos o defenderlos.
  'Todavía no sé si es bueno o malo desear la muerte de alguien. Él no suele responderme, se limita a hacerme preguntas que me parecen retóricas. Cuando hablo me escucha con atención. Yo le digo que porque es su deber. Él dice que podría no hacerlo. Yo le digo que es su obligación. Él dice que no, que bastaría con decir que no puede hacer nada por mí.
  'No sé si podrá hacer algo por mí. No sé si me servirá de escape a la sinrazón que me perturba. Le digo que me consuela ser escuchada, pero le oculto que me avergüenza un poco que sepa tantas cosas de mí. Le digo que nadie sabe tantas cosas de mí como él. Él dice que no sabe tantas cosas, en realidad. Creo que sabe que le oculto mis más íntimos dolores. Las personas queremos ser estupendas y contar triunfos y no derrotas. Las personas somos más orgullosas que valientes, y cuando nos lanzamos a llorar en hombros ajenos es porque tenemos la autoestima enterrada miles de metros bajo tierra. Él dice que es una pena que las personas que podrían elevarme la moral reconociendo mis méritos y virtudes no se den cuenta de lo que hay dentro de mí. Le digo que no me importa demasiado estar sola y ejercer además de solitaria. Él dice que me contradigo. Me recuerda las veces que le he dicho cuánto me duele que no me hagan caso. Ya lo sé, y sé también que otras veces le he dicho que prefiero ir a mi aire. Pero no es del todo verdad. No me gusta que algunas veces algunas personas me eviten o me ignoren. Le digo que la gente tiende a ignorarme. Él dice que eso no puede ser del todo cierto. Yo  le digo que está en su papel de hacerme ver (intentarlo, al menos) que no soy tan rara como me veo yo misma y creo que me ven los demás."

¿No somos todos un poco raros, al fin y al cabo?

martes, 2 de abril de 2013

Amar al monstruo



El amor es tan imprevisible como absurdo, por no decir, además, que es irracional. Se ama porque sí, y además de una virtud por lo que de reparador tienen en el alma de quien ama las emociones que quedan impresas, pueden darse sensaciones de culpa, si resulta que uno siente que no ama a quien lo merece, o ama a quien no lo merece, que digo yo que viene a ser lo mismo, ¿o no? 





 "Vuelve a mencionar al monstruo. Yo no quiero hablar de monstruos. Le repito que no conozco monstruos. Me recuerda que le he dicho que sé algo de monstruos. Es una forma de hablar, le digo. Él dice que las formas de hablar quieren decir algo. Tiene razón, fui yo quien mencionó al monstruo. No sé por qué lo hice. No sé por qué digo algunas de las cosas que digo. Me siento muy incómoda en el silencio cuando alguien está pendiente de mis reacciones. No me gusta demasiado hablar, y menos si no he pensado muy bien lo que voy a decir, a no ser que esté en mi casa, con gente que me conoce mucho y además me quiere y me permite rectificar cualquier error o explicar con detalle cualquier cosa que haya dicho y no haya sonado muy bien.
  'Él dice que cuando se tiene muy interiorizada una idea, lo normal es que acabe saliendo en algún momento, venga a cuento o no, se quiera hacer o no, se haya meditado o no.
  'Recuerdo que alguien dijo que era un monstruo. Casi nadie lo conocía demasiado bien. Ver a una persona con frecuencia no garantiza que se tenga un conocimiento acertado de ella. Mi abuela me contó que lo habían visto por la orilla del río molestando a una niña, o persiguiéndola, ya no lo recuerdo muy bien. Yo no me lo creo. La niña dijo que quería hacerle cosas malas. Qué sabría ella lo que son cosas malas. Él dice que qué es eso de qué sabría ella. Le doy la razón, yo no soy nadie con autoridad suficiente como para decidir algo así, y además está en flagrante contradicción con lo que pienso al respecto: si alguien dice que quieren hacerle daño, es seguro que quieren hacérselo. Me pregunta si quería mucho a esa persona. Le digo que sí, muchísimo. Me dice que no siempre se acierta a amar a las personas adecuadas, pero que el hecho de que no sean un dechado de virtudes no significa que no se las deba querer, ni que quien las quiere haga mal en quererlas. Ya, le digo, pero siento que una parte muy importante de mi vida ha sido una farsa, un error, una equivocación. Me dice que mi vida es muy larga, y que en una vida larga no pueden cifrarse en unos pocos años la verdad y la autenticidad que acaben por resultar. Le digo que no estoy de acuerdo porque los pocos años de los que estamos hablando son los años más importantes en la vida de una persona. Él dice que los años más importantes en la vida de una persona son los que queden por vivir. Dice que lo que ha pasado, pasado está, que no tiene solución, pero lo que queda por delante es un reto que ha de afrontarse obligatoriamente".

¿Tanto descolocará saber que se ha errado casi siempre que se ha amado? ¿Por vergüenza? ¿Por el amor propio herido?  

martes, 12 de marzo de 2013

¿De verdad el perdón engrandece?


Me pregunto, leyendo este pasaje que tanto me ha costado armar para que goce de cierto sentido, si el perdón engrandece, o en verdad tiende a humillar más a quien ya se siente humillado y por tanto disminuído.


 "Y otra vez hice circunloquios y justifiqué me deseo, tratando de exculparme, a pesar de que él ya lo había hecho y además mucho mejor que yo. Me sentí mal, a pesar de todo. No sé cómo puede alguien exculparse de un mero deseo, aunque sea un deseo semejante, o quizá, precisamente, por tratarse de un deseo semejante. El deseo de las personas es íntimo, las más de las veces secreto, tanto, que solemos negarlo, o al menos no confesarlo en voz alta. No quiero ser un monstruo que se consume entre pensamientos dañinos, por más que no vayan a llevarse a la práctica. Yo sé algo de monstruos. Yo no quiero ser un monstruo. No quiero que nadie diga que soy un monstruo. Él me pregunta quién es un monstruo. Yo le digo que no conozco a ningún monstruo, que sólo es una manera de hablar. No quiero calificar a nadie sólo porque pensó o creyó que una persona tenía un comportamiento equivocado y por eso la atormentó. Él quiere saber qué es un comportamiento equivocado, según mi parecer. Yo le digo que mi parecer no es significativo, que soy muy compasiva y no calibro bien (no lo hacía antes, el “antes” del que datan estos recuerdos que traigo al presente obligada por mis desajustes) la verdadera naturaleza de las personas, casi siempre mejores a la luz de mis ojos miopes que a la luz del sol. Algunos dirían que no sólo soy compasiva y comprensiva, sino complaciente y hasta permisiva, si explicara a quién trato de comprender y exculpar y además compadezco. Me gusta ponerme en el lugar de las personas que hacen cosas que seguramente haría yo también según se dieran una serie de circunstancias que no puedo ni quiero enjuiciar si no me he visto en la situación en que se vieron ellas. Me gusta ese proverbio o frase o sentencia o lo que sea: “No juzgues a nadie si antes no has caminado un buen trecho del camino calzando sus mocasines”, o algo así. Las personas disponemos de un albedrío que no sabemos utilizar siempre. No es fácil salir por primera vez a la calle sin compañía (la madre, el padre, algún familar…) y comportarse como es debido. Él quiere saber qué es comportarse como es debido. Pues qué va a ser comportarse como es debido, comportarse como es debido es comportarse como tiene que comportarse uno, que es como mandan las normas sociales y culturales que debe hacerse. Supongo que para no desentonar de la manada.
  Me estoy escuchando hablar y no me reconozco en casi nada de lo que digo. Él dice que cuando se dicen cosas es porque se piensan. Sí, admito, pero se piensan porque se ha reparado en ellas (se ha meditado sobre ellas, mucho o poco, eso no importa tanto), aunque no se esté completamente de acuerdo con ellas. Él me pregunta si estoy queriendo llegar a ese momento que viene a resumir lo que se acaba por ser de tanto pensar de un modo determinado. Le explico que si no me reconozco es porque son conclusiones a las que no he llegado por mí misma. Él quiere saber quién me ha inculcado tantas cosas con las que no estoy de acuerdo, de las que reniego y en ocasiones hasta me avergüenzan, y sin embargo tengo tan presentes. Qué bobadas pregunta a veces este hombre, Dios mío, pues quién va a ser: mi madre, mi abuela, mis tías… Demasiada gente, opina. Los niños deben tener una guía de la que no han de desviarse. Yo le digo que mis guías han sido varias. Por las circunstancias, claro. ¿Qué circunstancias?, pregunta. Pues cuáles van a ser, las que hicieron que no me criara con mis padres. Quizá no recuerda ya que al principio de todo le dije que me criaron unos tíos, o acaso pretende que vuelva a contárselo, para saber si miento o he mentido o me equivoco o fantaseo o simplemente exagero. Le digo que tengo muchos puntos de vista, muchas referencias, muchas normas de esas que son inamovibles, propias de cada familia, sólo que mi familia no es una, sino dos. Él dice que no hacen falta tantas referencias, tantos puntos de vista, tantas normas. Dice que demasiadas órdenes embarullan y confunden las más de las veces. Yo añado que, además, se tienen más miedos. Él me pregunta a qué. Pues a qué va a ser, a fallar, a defraudar. Cuantas más referencias y más obligaciones, más responsabilidades y mayores deseos de agradar a como dé lugar.
  No sé por qué se empeña en dejarme limpia de culpas, Le digo que yo no actúo siempre bien, que me equivoco, que defraudo a la gente. Me pregunta si a mí no me defraudan y dañan. Le digo que sí. Me dice que no está bien que asuma tan dócilmente el daño que me hacen. Me dice que nadie tiene derecho a hacerme daño. Yo le digo que entiendo las equivocaciones que comete la gente, mi gente, y que no son intencionadas, o no siempre, al menos, por eso las entiendo y por eso tiendo a perdonarlas".

jueves, 21 de febrero de 2013

Donde todo empezó.



He aprendido a justificar cada debilidad que me encuentro en el camino, venga de quien venga; ser débil es más normal que ser fuerte, porque es más fácil: esconderse cuando se escucha un estruendo es más sencillo que salir al encuentro de lo ignorado.

'Las personas que más me querían cuando era niña están muertas, lo cual es una gran putada. Tener que echar siempre la vista (la memoria, más bien) atrás para sentirme bien es una gran putada. Él dice que también ahora hay gente que me quiere, así que no tengo por qué echar siempre la vista, o la memoria, atrás. Yo digo si será porque todo es siempre lo que ha sido en el principio, aunque pase el tiempo, que uno es la continuación de lo que empezó a hacerse y a fraguarse en algún momento, el resultado o consecuencia de una evolución. Quizás, admite. Le digo que no me basta con la gente que me quiere, que a mis ojos nunca son bastantes ni me quieren suficiente. Él dice que hay que apreciar lo que se tiene y recrearse en lo que está bien. Yo le digo que lo hago, apreciarlo, pero que parece pesar más (todavía) la antipatía, la rabia, la falta de cariño, los desprecios. Le digo, además, que no me puedo liberar de esos sentimientos negativos que me lastran irremediablemente. Incluso me planteo hacerle una pregunta que me parece durísima de formular. Es fácil convenir que si tan dura es, mejor sería ni plantearla siquiera, pero no puede mentirse a sí mismo quien quiere llegar al fondo de su ser, allí donde se cuece lo que es y lo que piensa y lo que siente y lo que opina… Allí donde todo empezó. Así que me quedo pensando si debo consultarle acerca de un deseo que tengo, que me parece terrible y liberador al mismo tiempo. Me pregunto por dentro, todavía para mí y por tanto aún sin palabras, si puede una persona de bien desear la muerte de otra persona, pero no desear su muerte para hacerle daño o eliminarla por motivos oscuros o aviesos. No sé cómo se explica que alguien quiera quitar del medio (que se quite, o más bien se aparte, por tanto sin intervenir necesariamente, mejor si es accidental, y aún mejor si es tan natural como el desarrollo de la vida) a alguien a quien no se le desea un mal objetivo o concreto. Las palabras que suenan en mi pensamiento no terminan de redondear lo que en verdad quiero decir. Es que no se trata de esa persona, sino de mí y mi beneficio, pero no un beneficio social o económico, por ejemplo, sino de otra clase, mucho más importante y necesario, tanto como que mi salud mental y mi equilibrio emocional dependen de ello. Es desear que se aparte del camino un escollo que no me deja prosperar. Es desear que el árbol retorcido que interrumpe la circulación desaparezca de la carretera, aunque duela mucho dejar de verlo por su belleza, por su tronco sólido, sus ramas frondosas. Se puede rodear al árbol, podrá decirse, si es tan hermoso y cuesta tanto sacrificarlo, pero resulta que no hay otra solución: es talar el árbol, matarlo, eliminarlo o detenerse delante y quedarse allí languideciendo indefinidamente porque su presencia no permite el paso y por tanto el avance.
  ¿Quién le gustaría que muriera?, me pregunta al fin, cuando yo consigo articular algunas palabras que de algún modo dan a entender todos esos pensamientos que he elaborado en mi interior, mucho más sólidos cuando aún no habían abordado esa atrocidad que me rondaba por la cabeza.
  Me preguntó quién quería que muriese y me quedé callada, como pillada in fraganti en una falta terrible e inconfesable capaz de definir por sí misma la naturaleza de una persona que de pronto se reconoce y no quiere reconocerse porque no le gusta lo que ve, y mucho menos quiere que nadie más la reconozca. Yo no podía decir en voz alta quién quería que muriera. Él me alentó e incitó, justificando que lo que uno piensa es liberador, en absoluto un delito y ni siquiera una falta, sino un deseo que no está reñido con la normalidad de quien lo desea; que no se trata de una necesidad de que se haga realidad aquello que se piensa, sino simplemente una fantasía que se expresa y no va más allá del pensamiento, pero que define alguna clase de tormento que se esté viviendo. Entonces me sentí aliviada, no sé si también perdonada y liberada, así que se lo dije, al fin...'


  Se lo dijo, en efecto, pero yo no estoy autorizada para ir tan lejos en las revelaciones cuyos pasajes me asustan algunas veces y me hacen pensar en la conveniencia de seguir exponiéndolas o encerrarlas en su "Carpeta roja" para siempre jamás.

viernes, 8 de febrero de 2013

Crecer en el rencor





Repasando "La carpeta roja" me he encontrado con un ejemplo de cómo el amor y el desamor pueden componer y sustentar una manera de ser y perpetuarla en el tiempo hasta hacerla crónica e inmarcesible.

"Le hablo de las amistades o simples “conocimientos” que se alejan al cabo del tiempo, que degeneran inexplicablemente o se enfrían sin remedio. Le digo que el primer encuentro desenvuelto que suele darse al principio de todo, cuando todo está por saberse y además parece tan fácil decírselo todo, que es tan acogedor e invita a seguir, se desvanece muy pronto, y que entonces aumenta la distancia. El desgaste, la huída de las personas que dejan de ser empáticas y cercanas, ¿qué ven (en mí)? ¿Qué dejan de ver? Quizá se trata de una combinación de ambas posibilidades: lo visto o sólo vislumbrado, y lo supuesto que no se ve ni se vislumbra pero que parece tan presente como si estuviera ahí mismo. Me aventuro más: ¿verán, quizá, mi infelicidad constante, mi insatisfacción, que parece contagiosa, mi descontento casi con todo y con casi todos? Entonces él dice: pero si lo que más aprecia usted es la soledad, que la dejen tranquila; y yo: claro, pero algunas veces tengo remansos de una cierta felicidad, de una casi alegría, y me gustaría acercarme entonces a las personas que tengo más a mano, aunque sólo sea para hacerles saber que mi melancolía no es perenne, pero las reacciones de esas personas son de un desagrado tan patente que me tengo que volver de vacío al refugio de mi caparazón. Después de todo, le digo cuando veo su mirada de tristeza, casi como si se conmoviera con mi infelicidad, se trata de un dolor más de los muchos dolores que se añaden a mi corazón.
  'Cuando los cimientos de una casa están mal puestos, lo normal es que la construcción se resienta al cabo del tiempo, algo así como si una tara impidiera que una persona o un animal se desarrollaran satisfactoriamente. También esos cimientos que sirven para sostener una construcción, pueden servir para encauzar sentimientos y apuntalar la personalidad que llevaremos el resto de nuestras vidas, desde el mismo momento de nacer. Él dice que siempre hay tiempo para la reacción, y yo supongo que quiere decir que en cualquier momento puede uno hacerse el ánimo de apuntalar lo que esté mal construido o amenace ruina directamente. Le digo que no discuto que pueda hacerse, pero para reaccionar y caminar y actuar se requieren fuerzas que quizá se han agotado en ese combate que se libró para dilucidar si convenía pelear por la victoria o se dejaba uno vencer. Y que quien en algún momento ganó pudo conservar la inercia que lo llevó a la victoria, mientras que quien perdió y mordió el polvo necesitó más tiempo para la recuperación.
  'Hablo y hablo, pero no quiero hablar siempre. Él dice que no hable, si no quiero hacerlo. Le digo que muchas veces hablo para coger carrerilla, para no disparar sin avisar. Soy dura, ácida, poco amable, me lo ha recordado siempre mi familia, que ya desde que era muy pequeña me llamaba rara y antipática, y algunas veces estúpida. Él dice que no lo entiende, que no ve nada en mí que corrobore esas afirmaciones. Yo le digo que así tenía que ser, si así me lo decían. Son mis familiares más directos, las personas que guardan en su recuerdo la memoria de lo que fui, así que debían quererme; son quienes definen mi comportamiento, mi forma de ser, así que se trata de un hecho que no debería admitir discusiones o discrepancias. Él dice que por qué no pueden ser susceptibles de desacuerdos ciertas opiniones, que lo importante soy yo, lo que soy y lo que ve en mí, y no esas opiniones tan alejadas en el tiempo expresadas por personas que no conoce pero que por qué no iban a estar equivocadas. Me pregunta si todos mis familiares opinaban lo mismo. Le digo que no. Le digo que mi abuelo siempre me decía que yo era la más noble y buena de todos sus nietos, la que tenía el corazón más grande. Él hace un gesto de sorpresa. Añado algo más: que el tío que me crió decía que yo era una niña muy especial. Se repite el gesto de sorpresa, y me pregunta si el hecho de que al menos dos personas, además tan cercanas a mí, tuvieran esa opinión que me manifestaban sin reparos, no me hace dudar de las opiniones y consideraciones de todos los demás. Reconozco que sí, que lo he pensado y repensado, y que tanto pensamiento me ha hecho dudar. Él dice que el hecho de haber dudado indica que hay algo más en mí que desilusión y dolor. Dice que también hay amor, el amor de esas pocas personas que me quisieron sin fisuras".

lunes, 21 de enero de 2013

Cuando de bordear la vida se trata






Cuando me entra el miedo a no saber qué hacer, ni qué decir ni por dónde tirar, voy a las páginas de "La carpeta roja" y me meto en la piel de la mujer que sabe menos aún que yo cómo bordear la vida, como le dice el terapeuta que pretende hacer a base de pastillas; por eso no se las receta y la deja siempre con el alma al aire, en carne viva, digo yo que para hacerla más fuerte.




"Le pregunto si cree en lo que no se ve: sensaciones inexplicables, premoniciones inconcebibles, visiones incalificables de puro extrañas… Dice que no lo sabe. ¿Cómo que no lo sabe? Eso se sabe, las personas tienen que saber si creen o no en esas cosas. Dice que todo es posible. ¡Pues claro que todo es posible! No todo, en realidad, aclara, pero añade que lo dice así, como con ciertas reservas, porque no se atreve a decir sí o no categóricamente. Me explica que no puede demostrar que no existan en realidad esa clase de fenómenos o situaciones que generalmente se denigran y ridiculizan con tanta alegría. Algo es algo, digo. Pero, si no cree ¿por qué me hace caso? Él dice que me lo hace (caso) porque cree en mí y en lo que le cuento. Me dice que me escucha y me cree, aunque no entienda cómo pueden darse en mí ciertos desórdenes. Casi se me hace incómodo que alguien crea en mí con tanta seguridad. Alguien con cierta autoridad y una mente científica, además. Estoy acostumbrada a que cuando cuento lo que me ocurre, lo de las visiones y todo eso, la gente trate de explicar mejor que yo misma de qué se trata. Algunas veces me río y otras me enfado. Cada vez me enfado menos, será porque cada vez lo voy contando menos. Antes, al principio de todo, cuando empezó a sucederme, solía contarlo a las primeras de cambio, no para hacerme la interesante ni nada de eso, sólo por ver si en algún lugar había alguien que podía decirme de qué se trata y por qué me ocurre precisamente a mí. Las explicaciones que recibía tenían que ver invariablemente con mi estado anímico, como si yo quisiera provocarlas o las propiciara de algún modo. Incluso recibí recomendaciones para dejar de tenerlas, o para detenerlas en el momento preciso, de alguna manera congelarlas, y así estudiarlas o atraparlas, como si lo más importante de todo no fuera, precisamente, que son imprevisibles, insospechadas y de ninguna manera controlables, ni siquiera para recrearme en ellas un espacio de tiempo que resulte suficiente para estudiarlas o contemplarlas detenidamente. Más tarde, cuando fui tomando conciencia de mi excepcionalidad, y sobre todo de la ignorancia de quienes no se resignan a decir simplemente “no lo sé”, me hice más cauta, pero nunca he dejado de intentar que alguien me explique por qué me voy del lugar en el que esté en ese momento y aparezco en otro completamente diferente; otro lugar que no es de este mundo de ahora, sino de un mundo de antes, de mucho antes, al que yo regreso por unos segundos para ver escenas que no puedo explicar, sólo contemplar desde lejos, o no desde tan lejos, en realidad las contemplo desde muy cerca, tanto que cada vez estoy más segura de que estoy allí en aquel momento, en aquel lugar y en aquella época a la que regreso de vez en cuando no sé por qué ni para qué, aunque nunca pueda intervenir ni participar de nada que esté ocurriendo, sólo verlo y sentirlo para a continuación regresar a mi presente con la sensación de que me han robado toda la energía. Él dice que seguramente habrá alguna razón para que me ocurra todo eso. Yo le digo que quizá tengo algún trastorno. Él dice que no tengo ningún trastorno que pueda identificar. No sé si es un alivio o una preocupación más que añadir a todas las preocupaciones que ya tengo. Si estuviera trastornada sería más sencillo buscar alguna clase de remedio que evitara mis raptos del presente para llevarme forzosamente de viaje a un pasado que es tan remoto y lejano, y al mismo tiempo tan próximo, pero cuando no hay ningún desajuste que remediar todo parece más complicado. Una vez le pedí medicación, para dejar de viajar o soñar o imaginar o lo que sea que hago involuntariamente, pero me dijo que no había pastillas para bordear la vida, así que mejor si seguía como estaba, con mis sufrimientos y mis miedos y todas las dudas que me genera la situación".










lunes, 7 de enero de 2013

"¿Qué coño será la entereza?"



No me gusta aconsejar, aleccionar, adoctrinar ni ejemplarizar. Sólo escucho y miro a los ojos a quien se deja mirar a los ojos; hay tanta gente que esquiva la mirada, no vaya a ser que se le escapen los sentimientos (malos, torvos, aviesos) que le pudren el alma. Por eso escucho con tanta atención a la autora de "La carpeta roja", que escribe, a continuación de la última entrega que ya dejé aquí hace unos días:

'No entiendo por qué una persona puede cambiarse de casa, de barrio, de ciudad, bajarse de un tren si le da la gana, aunque no haya llegado a su destino, y sin embargo se nos obliga a los seres humanos a seguir en la rueda de la vida, sí o sí, a toda costa. ¿Hay algo de malo en interrumpir la existencia que se nos hace insoportable? Es irrisorio, tener que dar cuentas de una acción que debería depender del albedrío de cada persona. Puede alegarse, por supuesto, que la decisión de acabar con la vida propia quizá varíe el cabo del tiempo. ¡Claro! Y también puede variar el deseo de vivir y sin embargo se nos obliga a ello. ¿Ha pensado la gente que se opone al suicidio que al hacerlo (oponerse) está actuando con una intransigencia intolerable? ¿Qué saben las personas que no sufren, de las personas que sufren? ¿Saben las personas que no sufren, que las que sufren no encuentran consuelo de ninguna clase, en ningún lugar, con casi ninguna persona? ¿Son conscientes las personas que no sufren de la soledad de las personas que sufren? Porque una persona que sufre está obligada a ocultar el sufrimiento, a hacer de tripas corazón, a comportarse con entereza (¿qué coño será la 'entereza'?, ¿una máscara o un disfraz que nos hace parecer lo que no somos, o no parecer lo que sí somos y no queremos ser?) y a ocultarse para no contrariar a quien anda a su alrededor. Sí, para no contrariar, porque las personas que sufren molestan, incordian, contagian y obligan a la reflexión. Y, parémonos a contemplar lo que tenemos alrededor cada uno de nosotros y veremos el páramo que nos rodea, y la dificultad que entraña ser como queremos ser, sobre todo si lo queremos ser es tristes. Tristes, sí, porque la tristeza o la melancolía deberían ser opcionales, y cuando no se pudiera soportar más el dolor, se debería estar facultado para ir más allá y acabar con todo.
  '¿Habré expresado estos pensamientos en voz alta? Creo que no. Y, de haberlo hecho, ¿qué me hubiera dicho él? Quizá nada. Algunas veces no me dice nada de nada, sobre nada. No sé si le diré algún día que conservo una carta del hospital con los motivos que me llevaron a intentarlo hace ya tantos años,aunque esos motivos estuvieran tan resumidos y además constaran de una razón concreta (¡ay, las etiquetas para todo!), cuando el deseo de suicidarse viene determinado por un cúmulo de circunstancias desgraciadas que explotan por una gota que acaso no sea la más grande ni la más importante. Y que conservo una citación para acudir a declarar a propósito del delito que cometí queriendo quitarme la vida. Queriendo quitarme la vida, sí, porque me la quería quitar, y era mía (lo es aún, y algunas veces no sé si me gusta que siga siendo así, a pesar de los remordimientos por el dolor que ocasionaría en los miembros más cercanos de mi familia), así que me limité a intentar deshacerme de algo que era mío, de igual modo que puede tirarse un vestido que ya no se usa o regalarlo cuando ya no te sirve'.