sábado, 25 de abril de 2015

La mirada de Dante







Los perros miran de un modo inquietante. Esas miradas tiernas, atentas, consideradas, solícitas o anhelantes no causan desasosiego en todos los casos, pero sí cierta turbación. Uno se pregunta en qué piensan, por qué miran así. Así, ¿cómo? Pues así, con ansia, como si no acabaran de abarcar todo lo que quieren abarcar y se vieran imposibilitados para expresar con exactitud lo que desean.

Dante, cuando miraba el hueso gigante que le regalé en su reciente cumpleaños, parecía hipnotizado. Es comida, claro, pero igualmente mira así en otras ocasiones, a veces a mí, para transmitirme un sentimiento que nadie más (que yo conozca) puede transmitirme de esa manera: como si le fuera la vida en esa misión que en su fuero interno tiene asignada; a veces a un punto indeterminado que va haciéndose concreto y visible para él, y entonces poco falta para que diga: «¿Quién eres y qué quieres? ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué te entrometes?». A mí también me gustaría saber quién es, y por qué se entromete, y me asustaría el hecho de saber a ese ente tan cerca, si no estuviera él cuidándome
Cuando está en el jardín, haciéndose la manicura, o comiendo algo extraordinario que haya recibido de premio, se comporta como si fuese un cachorro aún, hasta que de pronto se pone en guardia y vuelve a exhibir esa mirada protectora y anhelante que me hace pensar en lo que será de mí cuando ya no esté.
Temo tanto que desaparezca es sensación inefable que me producen sus miradas, creo que más, incluso, que las demostraciones de afecto que me dedica, cuando abraza mis piernas con las patas delanteras y me obliga a bajar a su altura para lavarme la cara con un par de lenguetazos.
Es tan reconfortante verlo, sentirlo siempre, pase lo que pase, sea cual sea la circunstancia; saber que cuida de mí porque sí.
Dante hace las cosas porque sí, su amor está por encima de todo y yo correspondo a sus sentimientos de igual manera porque ya no me queda otra opción: él me enseñó el camino, y en estos casos sólo hay un camino posible que seguir.
Miro a mi perro y me pregunto por qué los humanos hemos perdido esa capacidad que tuvimos en algún momento, seguro que la tuvimos, cuando éramos más primitivos y dependíamos de que los instintos nos guiaran y nos preservaran de cualquier peligro que nos acechara.
En algún punto del camino se desvió nuestro destino, y sólo al cabo del tiempo algunos recuperamos la esencia.