jueves, 3 de marzo de 2016

¡El horror! ¡El horror!




¡El horror! ¡El horror!

¿Qué horror? ¿Dónde está el horror? ¿Quién sabe qué es el horror, y qué encierra? ¿De qué hablamos cuando hablamos de horror?
El lugar más apacible, la estampa más idílica, la normalidad más cotidiana pueden convertirse, a veces, en desasosiego o inquietud o incertidumbre.  
¿El conocimiento es tal vez una clase de horror; acaso lo sea el desconocimiento, o se trata sobre todo del vacío, del terror a la nada, de la insondable vacuidad que nos habita y nos aterra cuando nos miramos y nos cuesta tanto esfuerzo tener que ver tanto para al final ver tan poco?
Todo es un horror. La existencia del horror, o el horror de la existencia.
La nada que atenaza y engulle. El conocimiento de la nada. Conocer la nada; ¿hay mayor contrasentido? Contrasentido, sí: uno cree conocer lo que no puede conocer; o lo quiere conocer para saber que lo conoce, o decirlo, sólo, y que lo otros sepan que uno sabe.
Kurtz y el horror, su horror. Kurtz se refería a su propio horror, a su particular infierno feliz, lúcido, revelador como un holograma de sus pensamientos. ¿Y mi horror, que desconozco?
O es el desconocimiento (no digo la ignorancia), el verdadero horror; o el conocimiento que de pronto se viene encima y uno no sabe muy bien cómo administrar, qué uso darle, para qué; el horror de ver lo imposible en el negatoscopio.