domingo, 18 de julio de 2010

Sueños

"Son los sueños los que aseguran el mundo en su órbita" -escribe Saramago en Memorial del Convento-. Y continúa: "Pero son también los sueños los que le hacen una corona de lunas , por eso el cielo es el resplandor que hay dentro de la cabeza de los hombres, si no es la cabeza de los hombres el propio y único cielo".


Me consuela este párrafo de mis desvaríos, que se cuentan por cientos, a propósito de los sueños que me hacen ir de un lado a otro de mis objetivos. Y consigue que me haya perdonado por ser como soy y sentir como siento; por soñar como sueño, sabiendo que al no tener cabida en la vida real no puedo si no soñar y soñar, y de nuevo volver a soñar; y aceptar casi de inmediato en mi corazón a quien me dice que también sueña. Desconfío de los hombres en general, no así de quienes me dicen soñar, a quienes considero hechos de otra materia, tan afín a la mía


No es cierto que los escritores seamos "sólo tinta y papel", como me escribió Javier Marías en la dedicatoria de un libro que me envió muy amablemente. Los escritores los somos (escritores) porque soñamos, aunque reneguemos del daño que nos hacen ciertas quimeras. Pero cómo renegar de las fantasías, si nos ayudan a respirar. Yo no podría vivir sin el acicate onírico que me hace creer en las personas y fiarme de ellas cuando me parecen de verdad dignas de ser tenidas en cuenta y queridas a pesar de sus defectos y carencias y salidas de tono y faltas de consideración. Porque, qué hace que amemos a unas personas y no a otras, si no es un hilo invisible que nos une a ellas de un modo irracional. ¿Será, además, que esas personas tienen los sueños armados con los mismos materiales que enlosan nuestro propio camino?


Así, yo seguiré soñando, sintiendo que mis sueños asegurarán un poco más al mundo en su órbita, y que esos mismos sueños construyen una corona de lunas que hacen que el cielo resplandezca, aunque sea la cabeza de los hombres el propio y único cielo; cree Saramago que acaso lo sea: yo creo que hay un cielo más allá de nuestras cabezas.


Seguiré soñando, sí, y buscando a quien quiera soñar conmigo, y creyéndome los sueños que me cuenten quienes crean encontrar en mí un corazón en el que anidar, también cuando me defrauden y esa desilusión me produzca un efímero disgusto que no durará más que el tiempo necesario para rearmarme y así volver a soñar cuanto antes.


Hasta soñaré con que habrá un día no muy lejano en el que veré habitando conmigo de un modo efímero y circunstancial en el lugar que tan amablemente me acoge a quien en algún momento me aseguró que también soñaba, y que soñaba conmigo, y que el material de sus sueños era idéntico al material del que están hechos los míos.


Esperaré. Y creeré que es posible vivir soñando. Y ya no derramaré más lágrimas, para que no me impidan ver las estrellas del cielo ni la corona de lunas que lo guardan.