Repasando "La carpeta roja" me he encontrado con un ejemplo de cómo el amor y el desamor pueden componer y sustentar una manera de ser y perpetuarla en el tiempo hasta hacerla crónica e inmarcesible.
"Le hablo de las amistades o simples
“conocimientos” que se alejan al cabo del tiempo, que degeneran
inexplicablemente o se enfrían sin remedio. Le digo que el primer encuentro
desenvuelto que suele darse al principio de todo, cuando todo está por saberse
y además parece tan fácil decírselo todo, que es tan acogedor e invita a
seguir, se desvanece muy pronto, y que entonces aumenta la distancia. El
desgaste, la huída de las personas que dejan de ser empáticas y cercanas, ¿qué
ven (en mí)? ¿Qué dejan de ver? Quizá se trata de una combinación de ambas
posibilidades: lo visto o sólo vislumbrado, y lo supuesto que no se ve ni se
vislumbra pero que parece tan presente como si estuviera ahí mismo. Me aventuro
más: ¿verán, quizá, mi infelicidad constante, mi insatisfacción, que parece
contagiosa, mi descontento casi con todo y con casi todos? Entonces él dice:
pero si lo que más aprecia usted es la soledad, que la dejen tranquila; y yo:
claro, pero algunas veces tengo remansos de una cierta felicidad, de una casi
alegría, y me gustaría acercarme entonces a las personas que tengo más a mano,
aunque sólo sea para hacerles saber que mi melancolía no es perenne, pero las
reacciones de esas personas son de un desagrado tan patente que me tengo que
volver de vacío al refugio de mi caparazón. Después de todo, le digo cuando veo
su mirada de tristeza, casi como si se conmoviera con mi infelicidad, se trata
de un dolor más de los muchos dolores que se añaden a mi corazón.
'Cuando los cimientos de una casa están mal
puestos, lo normal es que la construcción se resienta al cabo del tiempo, algo
así como si una tara impidiera que una persona o un animal se desarrollaran
satisfactoriamente. También esos cimientos que sirven para sostener una
construcción, pueden servir para encauzar sentimientos y apuntalar la
personalidad que llevaremos el resto de nuestras vidas, desde el mismo momento
de nacer. Él dice que siempre hay tiempo para la reacción, y yo supongo que
quiere decir que en cualquier momento puede uno hacerse el ánimo de apuntalar
lo que esté mal construido o amenace ruina directamente. Le digo que no discuto
que pueda hacerse, pero para reaccionar y caminar y actuar se requieren fuerzas
que quizá se han agotado en ese combate que se libró para dilucidar si convenía
pelear por la victoria o se dejaba uno vencer. Y que quien en algún momento
ganó pudo conservar la inercia que lo llevó a la victoria, mientras que quien
perdió y mordió el polvo necesitó más tiempo para la recuperación.
'Hablo y hablo, pero no quiero hablar siempre.
Él dice que no hable, si no quiero hacerlo. Le digo que muchas veces hablo para
coger carrerilla, para no disparar sin avisar. Soy dura, ácida, poco amable, me
lo ha recordado siempre mi familia, que ya desde que era muy pequeña me llamaba
rara y antipática, y algunas veces estúpida. Él dice que no lo entiende, que no
ve nada en mí que corrobore esas afirmaciones. Yo le digo que así tenía que
ser, si así me lo decían. Son mis familiares más directos, las personas que
guardan en su recuerdo la memoria de lo que fui, así que debían quererme; son
quienes definen mi comportamiento, mi forma de ser, así que se trata de un
hecho que no debería admitir discusiones o discrepancias. Él dice que por qué
no pueden ser susceptibles de desacuerdos ciertas opiniones, que lo importante
soy yo, lo que soy y lo que ve en mí, y no esas opiniones tan alejadas en el
tiempo expresadas por personas que no conoce pero que por qué no iban a estar
equivocadas. Me pregunta si todos mis familiares opinaban lo mismo. Le digo que
no. Le digo que mi abuelo siempre me decía que yo era la más noble y buena de
todos sus nietos, la que tenía el corazón más grande. Él hace un gesto de
sorpresa. Añado algo más: que el tío que me crió decía que yo era una niña muy
especial. Se repite el gesto de sorpresa, y me pregunta si el hecho de que al
menos dos personas, además tan cercanas a mí, tuvieran esa opinión que me
manifestaban sin reparos, no me hace dudar de las opiniones y consideraciones
de todos los demás. Reconozco que sí, que lo he pensado y repensado, y que
tanto pensamiento me ha hecho dudar. Él dice que el hecho de haber dudado
indica que hay algo más en mí que desilusión y dolor. Dice que también hay
amor, el amor de esas pocas personas que me quisieron sin fisuras".
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