lunes, 14 de diciembre de 2015

No te rindas.





Me lo he prometido tantas veces, y fallado tantas, también.
Cuesta tanto mantener la cabeza erguida, cuando te acogotan sin descanso y te afrentan sin tregua, y para sobrevivir te obligan a pelear en la arena del circo, y yo no sé pelear, yo sólo sé escribir y soñar.
Me he prometido tantas veces enterrar mis miedos, retomar el vuelo, perseguir mis sueños.
Caminar, más bien, en pos de mis sueños. Caminar es avanzar; perseguir parece más agresivo.

Aún puedo caminar un poquito más, no sé hasta cuándo.


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EL AÑO DE LA NIEBLA
BEGOÑA ABRALDES PARRADO
LIBRANDO MUNDOS SC, 2015







Gracias, Mario (Benedetti), por escribir para mí estos versos.


No te rindas

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero. 






EL AÑO DE LA NIEBLA BEGOÑA ABRALDES PARRADONovedad

lunes, 26 de octubre de 2015

Yo tampoco me atrevo.



No, yo tampoco me atrevo a decir que alguien no me gusta. Es cruel y desagradable para quien se ve despreciado, o así puede sentirse y es fácil que se sienta.
 Casi no me atrevo tampoco a decir que alguien me gusta, si entra en disputa con el gusto de alguien que sí me gusta y a quien el otro que me a mí me gusta disgusta.
Hablo de gustar y debería referirme más a sentir, si de sentir se trata fundamentalmente en literatura, y para sentir (precisamente por sentir) se escribe, independientemente de cultivar otros aspectos y glorificar otras cualidades que no están siempre a la altura de los sentimientos que despiertan, algunas veces porque no alcanzan y otras porque se sobrepasan.
He sentido emociones inefables con novelas ramplonas  y almibaradas; he sentido pena porque no podía sentir lo que tendrían que haberme hecho sentir maravillas literarias que sin embargo me han dejado fría y lamentando un calor que pasó de largo y apenas me rozó el alma; he sentido que no estaba sintiendo lo que algunas prosas magníficas deberían hacerme sentir; he sentido que me encendía con historias tan simples que apenas parecían esbozadas. ¿No es maravilloso, todo lo que puede ocurrir con un libro?
Por eso no me atrevo a decir que alguien no me gusta, y casi me avergüenza decir que alguien sí me gusta, por si carece de aquello que yo no echo en falta (o sí lo echo, pero lo sublimo y lo supedito a otros sentimientos) y a otros puede resultarles fundamental e irrenunciable en una novela.
Lamento profundamente que no me guste la persona que es Javier Marías, la que se me reveló con la disputa que mantuvimos vía epistolar y algún día relataré valiéndome de las cartas que conservo; pero sí me gusta el escritor que es Javier Marías. Y si me atrevo a decir que sí me gusta el escritor que es Javier Marías es precisamente porque no me gusta la persona que hay detrás (o al lado o delante, da igual).
Viene esto a colación, precisamente, de un artículo de Javier Marías, que a pesar de todo traduce tan bien sentimientos que no sabía que tenía o no se me había ocurrido expresar; artículo que reproduzco: 
"Pasé un par de días con cuatro periodistas holandeses. A lo largo de las conversaciones fueron apareciendo nombres de colegas novelistas españoles que ellos habían leído, y en alguna ocasión me preguntaron mi opinión al respecto. No tuve reparo –al contrario– en elogiar a los que me gustan o me parecen buenos, a los que admiro, y que no siempre coinciden con los tenidos por mejores en nuestro país hoy en día. Me di cuenta, en cambio, de que me costaba, o directamente no me atrevía a expresar mi sincero parecer sobre los que encuentro muy malos o flojos, falsos valores alabados por casi todo el mundo, a menudo de manera sistemática y rutinaria. (Ojo, no descarto ser yo uno de ellos, sólo que mi juicio sobre mis obras no cuenta, o es sencillamente imposible.) Ahí me mostré cauteloso, desvié la cuestión o guardé silencio. En un caso concreto, al verme apremiado, contesté: “Mejor será que no indague usted”. ¿Mejor para quién? No tuve más remedio que responderme que mejor para mí, no para el autor o autora sobre los que se me había interrogado.
Y así, me percato de que desde hace bastantes años está “mal visto” que un escritor opine negativamente sobre otro. El que lo hace es tachado en seguida de envidioso, o de inelegante, o de resentido, o cuando menos de competitivo. No es que el ataque no se dé en absoluto. Hay excepciones, pero son sobre todo jóvenes a los que, por así decir, “toca” rebelarse contra la generación anterior o fingir que ésta no ha existido, o “matar al padre”, o intentar hacerse sitio expulsando a quienes ellos creen que lo acaparan. O bien son escritores con vocación “transgresora”, y la mayoría sufren la maldición terrible de que sus denuestos y provocaciones pasen inadvertidos. Lo que parece “prohibido” es que uno opine sincera y críticamente sobre sus iguales. Yo mismo noto esa presión, que en cambio no siento cuando hablo de un arte que no practico. Quizá algunos lectores recuerden con qué libertad y contundencia he echado pestes de “genios oficiales” del cine como Haneke, Von Trier, Iñárritu o Sorrentino, o de series televisivas ensalzadas por público y críticos, como The Wire, Breaking Bad o True Detective. Puesto que yo no me dedico a eso, expreso mi parecer sin la menor cortapisa. En cambio, ay, me muerdo la lengua cuando se trata de literatura, aún más de novela. Y observo que lo mismo hacen mis colegas contemporáneos. Y lo mismo, me temo, los cineastas respecto a los suyos. Es como si todos hubiéramos interiorizado aquel viejo consejo, “Si uno no tiene nada agradable que decir, mejor callarse”.

Si uno se asoma a la historia de la literatura, verá que está llena de impertinencias
No siempre fue así, en modo alguno. Si uno se asoma a la historia de la literatura, verá que está llena de impertinencias y desdenes de unos autores hacia otros, sin que por ello se tildara a los primeros de resentidos y envidiosos. Conrad detestaba a Dostoyevski, Nabokov despreciaba a Faulkner y a bastantes más, Faulkner no estimaba mucho a sus pares con la excepción de Thomas Wolfe, Capote lanzaba dardos contra casi todo el mundo. Eso por no remontarnos a otros siglos. ¿Qué ha sucedido para que nos hayamos vuelto todos remilgados, cuando no insinceros y versallescos? A uno de esos holandeses le manifesté mi extrañeza al respecto, y sugirió una posible explicación: la literatura está tan amenazada que cuantos participamos de ella tendemos a crear la ilusión de que en la producción actual hay mucho buenísimo, o incluso de que todo lo es; censurar a un colega casi supone tirar piedras contra el propio tejado. No sé si llevaba razón, pero, si así fuera, me pregunto hasta qué punto esta balsa de aceite no perjudica más bien a la literatura. Si la falta de disensión, de discusión; si los modales corteses o prudentes que nos gastamos todos no acaban por dar la impresión de que la literatura es algo plano y mortecino, más languideciente de lo que está. Si yo fuera sincero sobre algún celebrado novelista, no sería menos contundente y negativo que cuando hablo de cineastas. Pero ya digo, no me atrevo. También porque en España todo se toma como un agravio personal, aunque lo que se critique sean obras. Juan Benet, no mucho antes de su muerte, me dijo un día (tal vez porque intuía que le quedaba poco tiempo): “Estoy harto y voy a decir públicamente lo que pienso”. (Y eso que él se había distinguido siempre por sus “impertinencias”.) Su último artícu­lo se tituló “Wojtysolo”, mezclando con gracia los apellidos de Juan Pablo II y del Premio Cervantes; se ha excluido cuidadosamente de sus recopilaciones periodísticas. No debo despedirme hoy sin aportar yo algo (claro que sobre un autor extranjero es menos arriesgado). El universo literario ha lanzado las campanas al vuelo ante los seis tomos de Mi lucha, autobiografía o semificción del noruego Karl Ove Knausgård. Tras leer 300 páginas (pocas, de un conjunto de 3.000 o más), me he quedado desconcertado. No me resultan odiosas ni mucho menos, pero hacía tiempo que no leía páginas tan simplonas y bobas. Será defecto mío, o impaciencia (relativa), pero no comprendo el entusiasmo global despertado en críticos y escritores. Pero he aquí que de nuevo soy cobarde: no es verdad que hiciera tiempo. Alguna novela he leído reciente, de colega español contemporáneo, que me ha parecido igual de simplona y de boba. Y aquí, lógicamente, me siento impelido a callarme".                               elpaissemanal@elpais.es

No sabría decir si nos da miedo reconocer que algo no nos gusta por el buenismo ese al que alude JM, o si no queremos tirar piedras sobre nuestro propio tejado. No sabría por qué, pero a mí también me da miedo. Y sin embargo es tan importante recibir halagos que ayuden al escritor a seguir, da igual la cantidad de éxito que tenga; da igual que tenga algún éxito o no tenga éxito en absoluto.







lunes, 21 de septiembre de 2015

Escritores: esa fauna.











Digo bien, sí: esa fauna.
Decir fauna no es ofender, supongo, si fauna es el conjunto de todas las especies animales; en el caso que nos ocupa el conjunto de todas las especies (bueno, también se puede decir categorías, y queda más fino) de escritores.
Las especies varían, y van desde el megalómano que no concibe el anonimato ni la sencillez porque él lo vale y el resto le debe la pleitesía adecuada a su posición (elevadísima y destacadísima), hasta el ermitaño que se retira del mundanal ruido con el ferviente deseo de que alguien lo descubra y le permita explicar con profusión de detalles las razones que lo han llevado a esconderse y difuminarse hasta el extremo de mimetizarse con la flora del lugar. Hay decenas de categorías intermedias, claro, y son tan variadas como las personalidades que deben adecuarse al mercado. Al mercado, sí, he dicho bien: ahora el público no sigue al escritor, al intelectual, al pensador, ahora es el escritor el que sigue al público y trata de irle detrás para vender libros y sobre todo ideas y opiniones que servirán para que el concepto de sí mismo sea superlativo, si ha logrado una conexión razonable con una cantidad de gente numerosa que le permita presumir de ventas y atenciones suficientes (o nunca suficientes, a su juicio, pero esa es otra cuestión).
No desdeño la posibilidad de que el escritor persiga al lector, si al fin y al cabo un escritor sin lectores es como un jardín sin flores; no, como un jardín sin flores no, es más bien como un bosque calcinado, que aún da más pena. Desdeño el mundo que ha propiciado semejante situación y lo ha vuelto todo del revés, y ha pervertido conceptos que cada vez serán más difíciles de enderezar u ordenar. Si cada vez hay menos recato a la hora de aceptar los gustos ajenos y las necesidades de los otros, que no tienen por qué coincidir con las nuestras, y agradecer el hecho de que coincidan se ha convertido en una utopía que se practica escasamente. Si cada cual pretende estar por encima o por debajo, según convenga a la situación. Si ya casi todo es discutible.
Y si casi todo es discutible, no es menos cierto que también casi todo es relativo, y que las certezas se van difuminando y extraviando como volutas de humo controladas por corrientes imprevisibles.
Esa fauna, sí, tan afortunada como decepcionada y frustrada y desengañada, que circula mal que bien por trochas insondables que acaban en ninguna parte.
  












viernes, 28 de agosto de 2015

El banco de la felicidad.





¿A dónde irá la felicidad cuando se va? Porque la felicidad se va, siempre se va; se traslada, se aleja o se distancia, y algunas veces (pocas) vuelve a visitarnos; pero se va siempre. La felicidad teme aburrir, hartar, y por eso es cicatera y se prodiga poco, para no estar de más, la muy puñetera.
¿Aburre, la felicidad? Quizá nadie sepa si la felicidad llega a aburrir con el tiempo, si a nadie le ha durado tanto (tiempo) para refrendar una posibilidad que en realidad es una quimera.
¿Por qué no creamos un banco para guardar la felicidad? Sí, un lugar que estuviera siempre habitado por situaciones, emociones y sueños que vinieran en nuestro auxilio cuando nos desmoronamos, para auparnos y elevarnos sobre las tristezas de la vida.
Un banco, un espacio que contuviera muchas cajitas de colores llenas de besos, abrazos, caricias, miradas o el tacto inconfundible de algunas manos sosteniendo lo que fuimos y aún ayudan a que seamos.
Un banco, sí, que sea imparcial con los sentimientos del momento, acaso ofuscados por algún desplante u ofensa que oculta de pronto cuanto de bueno tengan los sentimientos en esencia.
El banco de la felicidad contendría, además, la verdad de lo que fuimos, para que nadie pudiera desmentir la realidad que es tan fácil de enmascarar o tergiversar cuando se pone mucho empeño por el lado de los ofensores y casi ninguno por el otro.
















martes, 11 de agosto de 2015

Las imposibles memorias
















Las memorias son casi siempre imposibles, o tan improbables como inexactas, o tan tendenciosas como interesadas. 
Por más que se afane el escritor en resultar fiel a la realidad absoluta que tenga en la memoria, lo más probable es que sólo vea su realidad, casi nunca la realidad.
¿Mala índole? ¿Intenciones aviesas de tergiversar a conciencia? No, sólo perspectivismo, esa peculiaridad del cerebro que hace que la realidad se pueda contar desde distintas perspectivas, que no son más que los puntos de vista que les son propios a quienes se sitúan en una posición determinada.   
"Voy a contar lo que recuerdo, lo que me quedó, no lo que ha pasado", decía C.G.Jung.
La tristeza rememora la tristeza; la alegría recuerda la alegría; el amor evoca el amor.
No es justo, pues, hablar de memorias, sino de sensaciones y emociones que llenan páginas y páginas y conforman la literatura. La literatura, no la verdad, casi nunca la verdad absoluta, sino casi siempre la cara de la verdad que cada escritor ve desde su rincón. 















lunes, 20 de julio de 2015

Un lugar en el mundo II








Un lugar en el mundo donde descansar, donde refugiarse, donde esconderse, donde reconfortarse, donde recuperarse y sanarse. 
Un lugar en el mundo para reposar, para recapacitar, para soñar, para llorar, para perdonarse y perdonar. 
Un lugar en el mundo plagado de recuerdos, de vivencias,  de amores antiguos y emociones añejas, de posos que manchan el fondo porque en los posos está todo; en los posos está la esencia; en los posos está la madre del cordero. La madre.
Algunas veces estuve muy cerca y casi lo encontré.
Un lugar en el mundo que me acoja, que me acepte, que me sea afín, que me contenga sin alharacas ni me repela con estridencias.
¿Un sueño, en fin, o el (mi) paraíso perdido?  

lunes, 22 de junio de 2015

A verlas venir.







«Me pregunta después por qué resalto lo de estar juntos (me figuro que se refiere a mi hermano y a mí). Le digo que para mí fue muy importante reunirme al fin con mi hermano, al que cuando éramos muy niños y estábamos separados adoraba y admiraba en la distancia. Él dice que no acaba de entender por qué nos criaron separados. Yo le digo que nosotros lo entendemos menos aún. Sabemos que lo hicieron porque era muy difícil que alguien se quedara con los dos a la vez, y si nos separaban y nos dejaban a cada uno en una casa, al cuidado de familias distintas (como hicieron) estaríamos bien y seríamos mejor aceptados. Me figuro que a nadie se le ocurrió pensar en la aberración que cometieron y en el daño que pudieron hacernos. En realidad, creo que nos hicieron mucho daño. A mí me hicieron mucho daño. Siempre me he sentido de sobra, fuera de lugar

»Tengo dos familias de origen y no tengo ninguna. Una cumplió su cometido (lo cumplió bien, por cierto), pero acabada la misión se lavó las manos. Otra no me encuentra acomodo. Es difícil encontrar acomodo a alguien que ya viene hecho de otro lado, amoldado a otros contornos. 






 »Caben tantas definiciones como posibilidades: desgajada, desarraigada; no sé cómo definirme. Al albur, al pairo, a verlas venir».   



sábado, 25 de abril de 2015

La mirada de Dante







Los perros miran de un modo inquietante. Esas miradas tiernas, atentas, consideradas, solícitas o anhelantes no causan desasosiego en todos los casos, pero sí cierta turbación. Uno se pregunta en qué piensan, por qué miran así. Así, ¿cómo? Pues así, con ansia, como si no acabaran de abarcar todo lo que quieren abarcar y se vieran imposibilitados para expresar con exactitud lo que desean.

Dante, cuando miraba el hueso gigante que le regalé en su reciente cumpleaños, parecía hipnotizado. Es comida, claro, pero igualmente mira así en otras ocasiones, a veces a mí, para transmitirme un sentimiento que nadie más (que yo conozca) puede transmitirme de esa manera: como si le fuera la vida en esa misión que en su fuero interno tiene asignada; a veces a un punto indeterminado que va haciéndose concreto y visible para él, y entonces poco falta para que diga: «¿Quién eres y qué quieres? ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué te entrometes?». A mí también me gustaría saber quién es, y por qué se entromete, y me asustaría el hecho de saber a ese ente tan cerca, si no estuviera él cuidándome
Cuando está en el jardín, haciéndose la manicura, o comiendo algo extraordinario que haya recibido de premio, se comporta como si fuese un cachorro aún, hasta que de pronto se pone en guardia y vuelve a exhibir esa mirada protectora y anhelante que me hace pensar en lo que será de mí cuando ya no esté.
Temo tanto que desaparezca es sensación inefable que me producen sus miradas, creo que más, incluso, que las demostraciones de afecto que me dedica, cuando abraza mis piernas con las patas delanteras y me obliga a bajar a su altura para lavarme la cara con un par de lenguetazos.
Es tan reconfortante verlo, sentirlo siempre, pase lo que pase, sea cual sea la circunstancia; saber que cuida de mí porque sí.
Dante hace las cosas porque sí, su amor está por encima de todo y yo correspondo a sus sentimientos de igual manera porque ya no me queda otra opción: él me enseñó el camino, y en estos casos sólo hay un camino posible que seguir.
Miro a mi perro y me pregunto por qué los humanos hemos perdido esa capacidad que tuvimos en algún momento, seguro que la tuvimos, cuando éramos más primitivos y dependíamos de que los instintos nos guiaran y nos preservaran de cualquier peligro que nos acechara.
En algún punto del camino se desvió nuestro destino, y sólo al cabo del tiempo algunos recuperamos la esencia.    






jueves, 19 de marzo de 2015

Gracias






Si dejara que estas palabras se perdieran en el maremagnum del espacio infinito de la red de comunicaciones que nos circunda sería una desagradecida. ¿No escribimos para despertar emociones? Pues eso. 
Me encantaría poder compartir muchas de las cosas (buenas y muy buenas) que me han dicho otras personas a propósito de la novela, pero como se trata de opiniones que me han contado al oído, como si quisieran que mi corazón las guardara en exclusiva sin que otros oídos las escucharan también (¿para que sean más cercanas?), ahí laas dejo y las disfruto en privado, como ellos han querido que sea. Gracias, igualmente, no echo en saco roto ciertas opiniones que me han sacado los colores (para bien), pero María ha tenido la valentía de contarlo, y no es fácil que una criatura de su edad, escritora además, se lance de esa manera a enumerar méritos ajenos. Epi, Blas y Leo no cuentan, ellos son de mi familia, ¡ay, qué haría yo sin ellos, que me consuelan tantas veces y me animan a seguir contra viento y marea!, y estoy acostumbrada a sus mimos y halagos. 

El año de la niebla de Begoña Abraldes Parrado


  • Título: El año de la niebla..
  • Autor: Begoña Abraldes Parrado.
  • Editorial: De Librum Tremens.
  • Año de lanzamiento: 2014.
  • Género: Narrativa contemporánea.
Sinopsis:

Una niebla espesa e impenetrable borra los contornos de las personas y las cosas. Las calles de Bilbao, angustiosamente desiertas, impiden a Maite distinguir algo que esté más allá de sus propios pasos. Un perro que aparece de la nada se convierte en su única compañía hasta llegar al destino que se le ofrece inquietante, en un lugar que desconoce. La súbita desaparición del perro que la ha guiado, y del hombre que la ayuda a cruzar la ría en un precario bote sin remos, la sumen aún más en una desconfianza que se incrementa cuando descubre dentro de aquella casa al grupo de ancianos que se prepara para celebrar la Noche Buena. Los descubrimientos que irá haciendo la reconfortarán hasta el punto de hacerse habitual del lugar. El secreto que a su juicio parecen guardar las monjas que cuidan de aquellos seres desamparados le deparará una sorpresa que le devolverá la fe que había perdido por el camino.

Opinión personal:

¿Por dónde empezar? ¿Cómo expresar en un número no muy extenso de palabras TODO lo que te ha hecho sentir una novela, que aún habiendo finalizado hace ya unos días, todavía hace que una sensación chispeante te recorra de arriba a abajo?

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que desde el instante en el cual perdí la inocencia de la juventud no sentía tanto con un libro. Hace tiempo que por bueno que fuera, que los hay, invariablemente cerraba el volumen con una sensación de insatisfacción, de vacío... que no podía explicar. Pero este libro, esta historia, es pura Magia. Y no me refiero a su calidad literaria, de la que Begoña Abraldes puede presumir, y mucho, sino a que ha despertado en mí toda clase de sensaciones que creía desaparecidas y que al parecer tan solo estaban adormecidas, aguardando la llave que de nuevo las diera salida. Muchas veces, como la protagonista, he sentido que este mundo no era para mí, que no era mi lugar ninguno de los que el transcurrir de la vida me ha llevado a ir ocupando. Mis ganas de saber, mi curiosidad siempre dispuesta e insaciable, me han hecho dar tumbos de un destino a otro sin hallar satisfacción en ninguno de los que elegía. Solo leyendo he sentido mi vida plena, realizada y hacía tanto que perdí la capacidad de vivir a través de las páginas, que la pena me llenaba el alma. Pero El año de la niebla y su autora, son especiales. Increíblemente especiales. 

La sensibilidad de una escritura que destila ternura, que emana amor y respeto por el universo maravilloso que suponen los libros, a través de una narrativa exquisita, fina, cuidada al máximo exponente, hace de esta lucha por conocerse a uno mismo, con sus miserias y las tantas que rodean la existencia, mucho más que una narración, Una novela que es una canto a la esperanza cuando todo está perdido, cuando la decepción te ahoga hasta no poder respirar y la amargura te oprime por dentro. Cuando la tristeza es tan común que te has acostumbrado a ella.

La pasión de esta autora por lo que hace, por la vida que la rodea y por la que crea en cada línea, me ha devuelto la fe en los libros, en que la vida es mucho más de lo vemos, porque... ¿y si un día, el menos pensado... desapareciera todo lo que conocemos?

Una novela magnífica, una joya de la literatura contemporánea. Un regalo que todo amante de los libros debería hacerse.

¡GRACIAS Begoña! Por este presente y por amar, como lo haces, la vida que creas con tus palabras.

María Martínez Ovejero.


Pero es que antes había dicho esto, además:



Hoy he finalizado la lectura de El año de la niebla de Begoña Abraldes Parrado. Y... ¿qué se puede decir cuando quieres decirlo todo? Porque hay novelas buenas,escritores estupendos, pero joyas, ¿joyas de verdad? De estas hay muy pocas. De las que te hablan, no. ¡Te gritan! Desde lo más profundo de ti mismo. Y es que no sentía lo que esta novela ha despertado en mí desde que corría con los ahorros que podía juntar a las librerías de mi ciudad en busca de un nuevo tesoro para mi más preciada colección. Os dejo una cita que confirmó lo que ya sabía que iba a ser una historia especial para mi:
" Hay más libros esperando para ser limpiados y ordenados como se merecen, y, lo que es más importante: leídos. Ahí sí hay vida, la vida de verdad, la que rescataron los escritores de sus memorias, o de sus sueños, o solo de sus intenciones. "
¡Gracias Begoña!



Gracias, me dice, como si yo alcanzara con esa palabra que en este caso se queda tan pequeña a describir la emoción que no se me irá jamás (y no es hablar por hablar, en este caso, no; yo sé cómo soy, me conozco, y no olvido nada, nunca).














viernes, 30 de enero de 2015

To Have and Have Not








To Have and Have Not es la magnífica película de Howad Hawks que unió a Humphrey Bogart con Lauren Bacall; la que dejó en el recuerdo de tantos cinéfilos la famosa frase de "si me necesitas, silba", entre otras escenas memorables. No hay que olvidar que el guión lo escribieron William Faulkner y Jules Furthman a partir de una novela de Hemingway. 
Pero Tener y no tener es, también, una extraña sensación que me asalta de vez en cuando, por más que me harte de silbar cuando creo necesitar algo, y eso que mis silbidos van dirigidos a personas que me dijeron que silbara cuando los necesitara.
Por más vueltas que le dé a la cuestión, siempre me quedo pensando si llegaré o me pasaré. ¿Qué emociones se guardan en los corazones de las personas, que unas veces parecen tan grandes que no les caben en el pecho, y otras se empequeñecen y disminuyen hasta desaparecer?  


¡Ah, las emociones! Al final siempre están las emociones, esas perturbaciones que lo inician y lo culminan todo.
Las emociones, como si las emociones fueran tan sencillas de clasificar y no constituyeran en sí mismas un compendio de sentimientos que además de irresoluble es indefinible.
Tener y no tener la sensación de hacer lo que es debido, y de no hacerlo al momento siguiente. 
¿Y qué pasa cuando uno teme que desaparezca todo cuanto conoce? ¿Qué emoción se esconde en ese temor, que llega a ser paralizante?