jueves, 27 de marzo de 2014

A propósito de "Nueva carta sobre el comercio de libros".


Los libros buenos se distinguen de los malos por una capacidad inequívoca para hacer pensar.
Pensar.
Pensar no consiste en dejar que algo sobrevuele alrededor para obrar de distracción, como si las distracciones fueran la razón de ser de las personas para hacerles divertido, y sobre todo llevadero, el tránsito por la vida. No, he dicho mal, las personas ya no buscan algo que las divierta; cada vez más las personas buscan entretenimientos que les hagan soportable el trabajo de vivir.
Pensar consiste en formar y relacionar ideas.





Pensar es tener una cosa en la mente y que la cosa que se tiene en la mente consiga que se formen ideas a su alrededor.
A algunos se les ocurrirá (es evidente que el pensamiento es más profundo que la ocurrencia, que es, en general, un golpe o una salida, algo ingenioso y escasamente meditado) que no son necesarios los estímulos para que la mente se desate y viaje libre, y seguramente tienen razón, pero sí es recomendable y hasta necesaria la existencia de una entidad que incite a discurrir libremente, sin las anteojeras que pretenden ponernos quienes aspiran a unificarnos el pensamiento,
Pensar. Evocar. Estimular. Discurrir.
Me dejo lo mejor y más adecuado para que el pensamiento se apodere de nuestro ser: leer.
Leer.
Leer es caro, dicen algunos, no tanto como tomarse unas cañas, y a mi juicio más provechoso (y más duradero). No estoy juzgando el hecho de que alguien opte por unas cañas y no por un libro, sólo lo digo. También se dan casos de personas que no pueden decidir en qué gastar el dinero porque no tienen dinero que gastar.
Leer llena la mente de sensaciones que además de emocionar y estremecer, aliñan los pensamientos casi como ninguna otra cosa puede hacerlo.
Leer hace que las personas se sientan acompañadas, y comprendidas o incomprendidas, según sean las cartas que les han tocado de mano en la partida; en cualquier caso consoladas en sus aflicciones o restituidas en sus ofensas cuando las ven reflejadas y comentadas en los espejos que van encontrándose en el camino.

"Nueva carta sobre el comercio de libros" sale el día 1 de abril a la venta, y consta de 27 textos que otros tantos autores han dirigido en forma de carta a quien mejor les ha parecido, para pedir cuentas o proponer soluciones o simplemente hablar (para que se escuche) sobre los problemas que aquejan al sector editorial en todas sus posibles variantes. 
No sé si de la lectura de las 27 cartas podría extraerse alguna solución, pero sí sé que es hermoso ver cómo los autores defienden la Literatura con el ardor de una fe que acaso no tiene razón de ser en estos tiempos convulsos y precipitados, en los que los números priman sobre las palabras y las emociones.
Hay reflexiones en algunas cartas que conforman por sí mismas las radiografías perfectas para poner coto (y remedio) a ciertas aberraciones que van pareciendo casi normales, con las costumbres que han ido adquiriendo en los últimos tiempos algunas editoriales, y que están matando o al menos enfermando de gravedad a la Literatura. Me refiero, por ejemplo, a la simplificación de los textos a que obligan a los autores, para que sean más comprensibles y puedan leerse de un tirón -dicen-, como si la necesidad de volverse atrás en un párrafo desalentara al lector. 
Hay tanto que decir sobre tantas ideas y posibilidades que sugieren los textos; tantos sueños que ya están rotos y tantos sueños que están aún por romper.