domingo, 30 de diciembre de 2012

¿Cómo depositar porciones de ánimo en un par de zapatos?


¿Cómo transportan los Reyes Magos el ánimo que necesitan las personas que se han quedado sin resuello, y dónde lo depositan, si un par de zapatos no lo pueden contener?

"No he sabido ser una buena hija. No he sabido ser una buena madre. Me pregunto si es porque las emociones se aprenden y yo no he aprendido aquello que en buena lógica me hubieran debido enseñar mientras crecía para poder transmitirlo a la siguiente generación. Siempre me he sentido fuera de lugar, fuera del tiempo (de todos los tiempos, siempre), fuera del sistema. Percibo muy raramente alguna alegría en las personas que me ven o simplemente se cruzan conmigo después de no haberme visto en mucho tiempo. No contagio buenas vibraciones. Hay mucha alegría en algunas personas al inicio de nuestro conocimiento, un casi entusiasmo que se diluye, se difumina y acaba por enfriarse tanto como si entre el principio y el final se hubiese producido un acontecimiento disuasorio, un suceso que yo no detecto o al que no doy importancia y los demás sí. ¿Qué será? ¿Qué habrá en mí, que no comprendo ni puedo definir y mucho menos prevenir y en absoluto corregir (pues lo ignoro)? Si pudiera entender dónde está esa interferencia, esa partícula que se interpone entre mi naturaleza y la naturaleza de mis semejantes. No digo que si localizara ese impedimento trataría de apartarlo siempre, en tanto no quiero siempre conservar a todas las personas que voy encontrándome (¡hay tantas que me defraudan y hasta me repugnan casi inmediatamente por su falsedad y sus modales sibilinos, oscuros y confusos, tan decepcionantes!), pero sí en muchos casos que se me escapan de las manos a mi pesar y se alejan irremediablemente para no volver. ¿Y qué puedo hacer? Seguir esperando, supongo, y tratar de sacarme del alma todas las anomalías, si son elementos negativos o sólo particularidades que forman parte de la naturaleza de las personas. En cualquier caso, es una buena manera de ir al origen de todo, ¿no?, me dice él. Ir al origen. ¿Qué origen? ¿Cuál es al origen? ¿Dónde está el origen de las cosas y de las sensaciones que las (nos) mueven? ¿Me tengo que remontar siempre al pasado para ver si se me puede enderezar el presente? ¿Y qué hago, entonces, con mi presente, que se me está escurriendo? ¿Paso de puntillas sobre la vida para no destrozar las huellas que aún puedan quedar del pasado? Él hace un gesto de '¿y yo qué puedo decir?', pero al menos tiene la deferencia de no decirme que todo está bien, que todo va a arreglarse, que pensar que algo va mal es contraproducente, desaconsejable para el bienestar. Es que ahora se lleva el pensamiento positivo, la sonrisa que anticipa las buenas noticias y los acontecimientos más venturosos, que vendrán sin dificultad cuando nos vean en disposición de recibirlos. Nada de recordar penas y sufrimientos, sólo las risas y alegrías que las propiciaron. La ley de la atracción, se llama, pero no sé cómo mantener siempre el ánimo en lo más alto, cómo pasar de largo por el dolor para mantenerlo alejado y que así no me manche ni me contamine.
  'Le digo que las debilidades atraen las desgracias. Le digo que las penas atraen más penas. Igual, después de todo, sí hay algo de verdad en la ley de la atracción ésa. La desesperación y el dolor se hacen sitio a empujones en un corazón propicio y allí se quedan, alimentando más desesperación y más dolor. Él dice que eso se puede cambiar. Por poder, digo yo, claro que puede cambiarse, supongo, seguro que es así, pero hay un momento en que la costumbre de caminar en una dirección concreta dificulta el cambio de rumbo, y así, nos vemos siguiendo la inercia que parece inalterable. Que hay que seguir, en cualquier caso, dice él. Ya lo sé, digo yo. Yo no me paro casi nunca, y cuando lo hago suele ser para tomar un poco de aire y un buen impulso que me ayuden a seguir. ¿Quién no se ahoga de vez en cuando? ¿Quién no pierde el resuello y siente que ya no puede más? Lo grave, digo yo, sería detenerse con intención de no seguir. Ya sé que muchas veces yo misma me detendría con intención de no seguir, pero al final acabo empujada por alguna clase de fuerza que no sé que tengo y ahí sigo, a pesar de todo. Claro que, ahora que lo pienso, ¿qué hay de malo en no querer seguir?..."

  

lunes, 17 de diciembre de 2012

"Mejor tramposo que imbécil"





Casi debería haber titulado esta pieza: "Cuando falla hasta la esperanza", pero me figuro que a mi desconocida no le gustaría que yo juzgara sus sentimientos, ni pusiera en valor sus opiniones extraídas de "La carpeta roja".

"Si me quejo del poco caso que me hace la gente, él dice que por qué me sorprendo, si lo que quiero es que me dejen tranquila. Sí, le digo, pero es muy triste resultar transparente. ¿Por qué hay gente que dice cualquier cosa o hace algo, por insignificantes que sean sus dichos o hechos, y se le presta atención, sí o sí, siempre, mientras otros pasamos desapercibidos en cualquier caso? Que le responda yo, dice. ¿Pero el profesional no es él? Claro, pero las respuestas siempre están en nosotros, en cada uno de nosotros, todas las respuestas. Qué lástima, pienso, y ahora sí creo que además se lo digo a él, perder el tiempo contando la vida de una, hablando de lo divino y de lo humano, aceptando recomendaciones que son de Perogrullo a cambio de que de cuando en cuando se deslice alguna revelación que mueva resortes escondidos que en verdad puedan resultar de cierta ayuda. Por más vueltas que le doy no se me ocurre cómo actúa el entendimiento de ciertas personas, ni cómo se corrige lo que está averiado en las cabezas humanas. Cuando se piensa en curas y remedios, de inmediato surge la idea de las píldoras que adormezcan, serenen o impulsen las mentes trastornadas, pero no siempre tragarse una pastilla es la solución más adecuada, o eso es lo que dice él cuando le digo que quisiera dormir mucho tiempo, abstraerme, olvidarme del mundo que no me gusta. Él me pregunta que por qué no me gusta el mundo; no sé cómo hay gente a la que sí le gusta el mundo, o cómo tolera lo que pasa cada día, que siempre parece ser peor que el anterior. Es como si estuviéramos agotando todas las posibilidades que pusieron los creadores a nuestro alcance para que las utilizáramos como mejor nos pareciera. Me pregunta por esos creadores a los que aludo. Le digo que he utilizado el plural porque no me creo que interviniera un solo creador en la construcción del mundo. Le digo que debieron existir muchos creadores en la antigüedad remota metiendo baza en la combinación de personalidades y caracteres, de lo contrario no me explico cómo podemos ser cada uno de nosotros tan distintos, tan enrevesados y fundamentalmente malos y perversos y envidiosos y rencorosos la mayor parte de los humanos. Él dice que la mayor parte de los humanos no son malos, de lo contrario el mundo sería insoportable. Llegados a este punto prefiero callarme, no quiero decirle que si hubiera tantos humanos buenos como algunos seres cándidos creen, no habría tantos gobernantes crueles y despiadados, tantos tiranos y tantos insensibles. No es posible que los hombres que lideran el mundo sean malvados sólo por un cálculo de probabilidades; al contrario: yo creo que nos gobiernan los más malos porque son el reflejo de lo que más abunda, y lo que más abunda es la maldad. Casi nadie que conozco admite que la bondad es el camino más recto y seguro por el que se debería caminar siempre y en cualquier circunstancia. A casi nadie le parece bien que se afeen las maldades y los trapicheos del prójimo, aludiendo a que todo el mundo haría lo mismo en su lugar, y que si mucha gente no lo hace es porque no tiene oportunidad. Pues no, digo yo, algunos no harían (no haríamos) lo mismo, sino que nos comportaríamos como nos comportamos normalmente, que es con la máxima de no hacer a nadie lo que no nos gustaría que nos hicieran. Es como si prácticamente ninguna persona que conozco pudiera hacerse cargo (para guardarlo o preservarlo o protegerlo) de un gran tesoro sin sentir la tentación de quedarse con un pedacito en concepto de premio a la lógica que dicta que el ser humano ha de ser tramposo y aprovechado, a riesgo de que no serlo lo convierta en un imbécil".

lunes, 10 de diciembre de 2012

¿Se puede mudar de naturaleza?



En esta nueva entrega de "La carpeta roja", mi querida desconocida ha manifestado un deseo de cambiar que no sé si está a su alcance. No sé si cambiar de naturaleza está al alcance de alguien.


"Voy y vengo como una hoja que se arrastra por el suelo a merced del viento que sople: si fuerte, con fuerza; si suave, con suavidad. Puede ocurrir, también, que me quede parada, viéndolo todo desde la distancia con mis ojos de hoja abandonada, arrinconada, a la que nadie hace caso ni dedica el menor pensamiento. O puede suceder que habiéndome dejado el viento colocada en buena situación, con cierta perspectiva y eso, lo vea todo tan claramente que de inmediato sienta deseos de esconderme. La paradoja es que, siendo una hoja, carezco de pies para trasladarme, así que me conformo con quedarme quieta, a la espera de una nueva ráfaga que satisfaga mis necesidades de movimiento. Él dice que no soy una hoja. Yo le digo que ya sé que no soy una hoja. ¿Entonces? ¿Cómo que 'entonces'? Pues eso, le aclaro, que sé lo que soy en mi interior, que tengo conciencia de mi situación y mis circunstancias, pero me quedo parada como si una parálisis me afectara por entero. Pero las personas pueden hacer lo que quieren, insiste. Y yo: pues claro que las personas pueden hacer lo que quieran, pero sólo en la teoría. ¿Sólo en la teoría?, me pregunta. Y yo: pues claro, sólo en la teoría, porque no suele contarse con las fuerzas extrañas que nos afectan y nos ralentizan o directamente paralizan.
  "Cuando me pienso quieta, inactiva, resignada, quiero borrar ese pensamiento. Pues se borra, dice él. Ya, le digo. Y añado: pero cuando me pienso, en realidad estoy recordándome. Ya sé que debería hacerme cada día, construirme sin dar tanta importancia a lo que he sido. Pero si ahora soy alguien es porque antes fui también alguien, otra clase de alguien, naturalmente. Se es lo que se es, y lo que se es, se es también por lo que se ha sido.
  "Me revienta escuchar tantas veces a tantas personas entendidas, expertas en casi todo, recomendar pautas a propósito del comportamiento que ha de tenerse para conseguir que los demás lo tengan también: recibes lo que das, vienen a querer decir. Mentira, digo yo. Es mentira. Recibes lo que recibes, sin que lo que se haya dado o dejado de dar importe demasiado. Una buena persona no necesita contrapartidas, es buena porque es buena. Una mala persona no llega a apreciar, y mucho menos valorar, nada de lo que otra haga por ella. Él dice que así es el mundo. Él dice mucho que así es el mundo, que así son las cosas... Pues vaya, yo no necesito indagar mucho en el alma de las personas que me encuentro, para saber lo que ya sé. Me pregunta sobre qué. Pues sobre qué va a ser, sobre la condición humana. Pero es que es así, insiste. Y yo: a mí qué me importa que sea así. ¿Qué pasa, que porque 'sea así', tengo que dejarlo correr sin más ni más? Pues claro que no, me digo a mí misma, y no sé si además lo digo en voz alta, espero que no, para no enzarzarme en una discusión que no quiero mantener porque al saber lo que piensa el adversario y ser consciente de que no va a convencerme para que acepte su punto de vista, prefiero ahorrar todas las energías que se me consumen en esos tomas y dacas lingüísticos que no van a ninguna parte. A mí me importan las reacciones y las acciones de los humanos con los que convivo a diario, y hasta con aquellos con los que sólo me cruzo por la calle. ¿Y qué se puede hacer?, me pregunta. Y yo: pues no sé si puede hacerse algo en verdad útil, pero sí sé lo que puedo hacer yo; más bien lo que debo hacer, y es todo lo que esté a mi alcance para cambiar, primero yo, y después lo que tenga más cerca".

martes, 4 de diciembre de 2012

"Entenderme y perdonarme"


  La cima de la montaña está muy muy lejos, aún. A veces me canso y me siento a reponer fuerzas. Para entretenerme ojeo "La carpeta roja", que son esos trozos de vida que alguien dejó abandonados junto a la puerta azul de un edificio del barrio de Cruces, en Barakaldo.

  "Ya no soy la misma, le digo, me siento extraña. ¿Por qué? Cómo que por qué, pues porque ha pasado el tiempo, le digo, ¿por qué va a ser? Eres la misma persona de siempre y al tiempo no lo eres. Miras atrás y recuerdas inevitablemente a la niña que fuiste, y te conmueves con emociones que te llegan al corazón, como hacía ella, pero no eres esa niña, ya no, de ninguna de las maneras. Sí, seguramente las emociones que se sintieron en la infancia se parecen mucho a las que se sienten en la edad adulta, pero la persona que las recibe ha pasado por infinidad de situaciones y ya conoce las consecuencias que de ellas se derivan; ya sabes en qué quedaron los dolores y los sufrimientos que nadie más sintió. Él dice que por qué tiene que ver nadie lo que uno piensa y aun lo que uno siente. Pues porque sí, le digo. Porque necesitamos cariño y reconocimiento; que alguien se reconozca en nuestros sufrimientos y llore a nuestro lado, o que pase de largo si no le importan, y nos deje en paz y al menos no moleste con su indiferencia. Le digo que los sentimientos se contagian se quiera o no se quiera, de ahí que las películas de llorar y más aún las de reír se disfruten mejor en compañía, en la compañía de alguien que adivine o perciba eso mismo que hace que llore o ría quien está al lado. Si vivo con personas, soy un ser sociable (aunque no sé si querría serlo, si pudiera evitarlo), necesito intercambiar emociones. Quizá, si me fuera a un lugar solitario, donde no hubiera personas, podría ser yo misma, sacar el ser auténtico que hay en mí, el que no emerge porque está condicionado por interferencias o presiones, pero si ando entre otras personas, necesito de ellas.
  "Que por qué no soy la misma, quiere saber. Pues porque la gente cambia. Dejas de tener la frescura de la infancia, el ímpetu de la juventud, esa insolencia descarada que quien te quiere identifica con espontaneidad, y quien te odia o simplemente no te quiere califica de desvergüenza. Él dice que no hay recetas mágicas, pero otros que son como él dicen que sí. Él dice que hay que vivir viendo. Otros que son como él aseveran que hay atajos y enseñan que las soluciones están a la vuelta de la esquina, como quien dice. Le pregunto por los botones, entendidos como resortes, que activan a las personas, pero esboza una sonrisa descorazonadora y yo me pregunto qué hago hablando con alguien que parece saber tanto como yo, y es tan poco lo que sé yo.
  "Me hago en voz alta una pregunta: ¿Qué buscas? Quiero saber dónde se esconde eso tras lo que ando. Él no responde, sólo se encoge de hombros. Él no sabe dónde está lo que busco. Dice que quizá lo tengo dentro, oculto o disimulado, pero que no está seguro de nada. Yo le digo que él tiene que saberlo, tiene que orientarme, pero se limita a preguntarme por mis deseos concretos, por mis preferencias, por mis necesidades. Le digo que ya conoce mis necesidades: quiero saber, conocerme, entenderme, perdonarme. Él dice que somos complicados, los humanos, con tantos cables conectados al cerebro. Entonces, digo, quizá pase mucho tiempo antes de que me sea dado conocer el desenlace de este combate que estoy librando. Él me dice que cabe la posibilidad de que no me libere nunca de esta lucha. ¿Nunca? Nunca. Es categórico. Dice que la suerte es una circunstancia necesaria en todos los ámbitos de la vida, y que aparece, o no, cuando menos se la espera. Unas veces creo tener suerte y otras me siento literalmente estrellada contra mi destino o lo que sea que me hace desorientarme y estrellarme.

  ¿Por qué, si ella ha resistido (si lo ha hecho) no voy a resistir yo?

jueves, 29 de noviembre de 2012

La montaña rusa y la puta vida


Cómo te comprendo, querida desconocida.

"Estoy agotada, de tanto pensar bien y positivamente de todo cuanto se me pasa por la mente. Dicen que hay que pensar bien y favorablemente, para que deseos y pensamientos alcancen algún lugar privilegiado del Universo y regresen después a quien los emitió. Si los pensamientos son buenos, lo que regresa es bueno; si los pensamientos son negativos o pesimistas, lo que vuelva será igual de negativo. ¿Será bueno, entonces, después de todo, esforzarse tanto? ¿Hay que aguantar, pase lo que pase? Así es la vida, parece ser. Opinar que la vida es una mierda no está bien visto. Él dice que la vida tiene cosas bonitas. ¡Pues claro que la vida tiene cosas bonitas! Y feas; también la vida tiene cosas feas. Y no pasa nada -digo yo- por decir que es feo y triste y desagradable aquello que me parece feo, triste y desagradable. Hoy estás arriba y mañana estás abajo. La puta montaña rusa, que hace que el estómago se mueva a su antojo, sin que intervenga el cerebro para decir si es bueno o malo subir o bajar. Si estás en la montaña rusa, estás en la montaña rusa. Si estás en un lugar determinado, no puedes huir o simplemente no quieres huir: estás porque debes estar y no te planteas siquiera evadirte. No vale taparse los ojos o darse la vuelta o esconder la cabeza bajo las mantas de la cama. Estás con todas las consecuencias, para disfrutar lo que sea agradable y deba ser disfrutado, y sufrir las hostias cuando lleguen, si llegan.
  "¿Pensar en positivo? Sí, está bien pensar en positivo. Yo digo que pensar en positivo es como soñar con los ojos abiertos, siendo consciente de que estás soñando. Yo podría soñar siempre despierta, vivir permanentemente en un sueño, si la puta vida no viniera a entrometerse en mis ensoñaciones para desbaratármelas. Te ves a ti misma sentada en una mesa, en la que también está sentada una persona que te mira con cariño, incluso con cierta admiración, mientras habla acerca de tu obra dirigiéndose a las personas que han asistido a la presentación de la novela que te han publicado cuando finalmente alguien la ha leído con cierto interés. Buscas desde el sueño a las personas que te acompañan en una circunstancia que es tan importante en tu vida, para hacer recuento de cuántos amigos, o sencillamente conocidos tienes que se interesen por ti, pero muy pronto dejas de buscar (¿para qué, si los caminantes de aquel Camino que parecían incondicionales ya no están y es como si nunca hubiesen estado; si los compañeros que te dijeron que nunca te olvidarían ya te han olvidado y no se interesan en lo que haces ni en lo que has llegado a ser desde que estás lejos?). Muy pronto, sin embargo, debes salir del sueño a tu pesar: el cartero llama a la puerta de tu casa y te entrega un resguardo que vale para recoger un envío que llegó de Madrid o Barcelona o Sevilla o Valencia, y te viene a la cabeza que es Madrid o Barcelona o Sevilla o Valencia el nombre de la ciudad que escribiste en el envoltorio que contenía el manuscrito de una de tus obras. Tus queridas obras, que cuestan tanto formar primero y alumbrar después. Todas las obras son queridas, no importa si cuando te asomas a sus páginas sientes que alguna la volverías a reescribir desde el principio para que se parezca más al tiempo presente que al tiempo pasado en que fue escrita. ¿Seguir soñando está entonces autorizado o ni siquiera recomendado? Yo diría que no. Es como esa sonrisa estúpida y bobalicona que se les pone a ciertas personas estúpidas y bobaliconas que parecen estúpidas y bobaliconas precisamente por esa sonrisa que lucen pase lo que pase. Si hace sol sonríen, si llueve sonríen, si son felices sonríen, si son infelices también sonríen (claro, como hay que ser positivos y enviar buenas vibraciones a algún confín del Universo, que confío no sea aquel en que se ven naves ardiendo, más allá de Orión). ¡Qué asco! ¿Para qué son las emociones, entonces, si no es para dibujar o resumir el estado de ánimo de las personas?

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Mentiras, verdades y literatura



Nunca falta alguien preguntando: "¿Qué hay de ti en la novela?", o "¿Es autobiográfica?". Y nunca, por acostumbrada que esté a la pregunta, ni por ensayada que la lleve, se me ocurre decir que "Sí pero no"; o "No pero sí"; o "Todo a la vez y a ratos nada en absoluto". ¿Soy yo la niña de "El aliento del lobo" Pues claro que soy yo, y sin embargo no puedo serlo del todo; casi debería reconocer que no soy esa niña en absoluto, y debería decir, si quisiera ser sincera, que lo quiero ser, que ya me gustaría haberlo sido. Maina (diminutivo de Magdalena) es lista, tiene esperanza, es valiente, se atreve a luchar por sus sueños y se convierte en dueña de sí misma. ¿Cómo no voy a querer ser esa niña? Otra cosa es que pueda serlo.
  "¿Pero cuál es la respuesta, entonces?" Pues la respuesta es que soy Maina, en efecto, algunos días; otros, en cambio, soy Estíbaliz, que cuenta un trozo de su vida y de la historia reciente de Euskadi en "El cortejo de la lágrimas grises"; y soy cada uno de los personajes que aparecen en mis novelas, quizá porque no me atrevo a vivir todas las vidas que me gustaría. Y bien mirado, ¿para qué iba yo a querer vivir otras vidas, si la literatura me permite entrar y salir donde me da la gana, a voluntad, unos días más y otros menos? Es tan hermoso poder escribir para poder contar la verdad de las mentiras

martes, 27 de noviembre de 2012

Si pudiera encontrarte



  Yo sí te haría caso, sí te escucharía, sí te acompañaría, si pudiera encontrarte.

"¿Cómo se dice que no te sientes querida, sin temer que quien te escucha piense que quizá tienen razón quienes no te quieren, para no quererte (y por eso no te quieren)? Lo mismo me ocurre cuando tengo que explicar por qué no le gusto a la gente. Si la mayoría de la gente se aparta, te rehuye, se aleja, tiene que ser porque no vales la pena ¿no? Si todo el mundo te hace el vacío es porque acaso lo merezcas.  Él me pregunta qué creo haber hecho para merecer estar tan sola. Pues no lo sé, le digo. Luego añado que quizá tiene que ver con lo que yo veo de ellos, más bien en ellos, dentro de ellos, en todos ellos. No sé si le importa algo que le cuente detalles de mi familia o le cansa, en realidad. A lo mejor le gusta unas veces sí y otras no. Cuando bosteza me parece que está muy cansado y me entran ganas de levantarme y marcharme para que pueda descansar. No sé si se cansa de mí o ya está cansado de los otros pacientes que me han precedido. ¿Qué historias tendrá que escuchar? Anodinas, tristes, truculentas, pretenciosas, complicadas, vulgares, aburridas... Las personas somos todo eso y más, dependemos de nuestras circunstancias, y nos volvemos un poco locas y un poco dependientes, queremos que nos escuchen y nos comprendan; más que nos comprendan.
  'Tengo miedo de hacer lo que quiero. Temo que hacer lo que quiero no sea lo que a la postre deseo en realidad. Si hago lo que quiero y el resultado ese desastroso no tengo excusas de ninguna clase: hice uso de mi albedrío y me equivoqué; si retraso la acción siempre estaré a tiempo de hacer lo que aún no he hecho. Es miedo, lo sé, pero no sé cómo se cura el miedo, así que me quedo paralizada y dejo pasar el tiempo para que el paso del tiempo resuelva a voluntad las dudas que me paralizan. Es una tontería, ya lo sé. Si no tengo nada que temer porque nada tengo que perder es inútil esperar, y si tengo algo a lo que temer la inacción sólo lo retarda. ¿Será porque siempre me queda la esperanza de lograr el reconocimiento, alguna clase de reconocimiento? Él me pregunta para qué quiero el reconocimiento. Yo le digo que para qué va a ser, para gustar. Bien mirado es una incongruencia querer gustar a gente que a uno no le gusta. Si a uno no le gusta la gente, no debería importarle demasiado gustar o no gustar a esa gente. Él dice que es un buen razonamiento. Me parece que lo dice para tirarme de la lengua y así poder seguir escuchando mis sandeces. Al final, le digo que cuando me ilusiono con algunas personas me siento estafada . Me mira con curiosidad. Añado que cedo en mis ilusiones y expectativas para no tener que reprocharme demasiada precaución o prevención. Permito la entrada en mi vida a personas que se me acercan con subterfugios y cierro los ojos de mi corazón, pero una y otra vez acabo lamentándolo. Él dice que no tengo culpa en esas relaciones o ni siquiera eso, en tanto se frustran sin haber apenas comenzado, pero yo sé que sí tengo la culpa, por permitirlo. Lo hago para que nadie me pueda reprochar que no lo intenté. Él me dice que quién me va a reprochar nada, si siempre me dejan empantanada".

¿Se cura el miedo?



"¿Cómo se dice que te siente de sobra

jueves, 22 de noviembre de 2012

Más de "La carpeta roja".





"No me gusta dejarme llevar por opiniones ajenas cuando no las comparto, pero no sé llevar la contraria (más bien no quiero hacerlo) para no ofender. A mí no me gustan todas las opiniones de todas las personas, pero si las tienen y son suyas no me gusta contrariarlas, aunque no sean coincidentes. Él dice que cada cual tiene que defender sus ideas y me anima para que yo defienda las mías. Le digo que si me pusiera a defender siempre mis ideas, a lo mejor me quedaba más sola de lo que ya estoy. Y cómo no estarlo, si me gustan las películas antiguas y los actores que ya están muertos. Los escritores de ahora me parecen pretenciosos y vacíos. Todos no, algunos son fantasmas además de pretenciosos, y aún así me gustan. Pero los que más me gustan ya están muertos. Me parece que nací equivocada. Él dice que no diga esas cosas, que yo nací cuando debía nacer. Yo le digo que no sólo nací en una época equivocada, sino que nací sin que nadie tuviera el menor interés en que naciera. Siempre lo he creído: que nací sin que nadie deseara mi nacimiento. También le digo que fui un estorbo para las personas que cuidaron de mí. Él me pregunta por qué digo que fui un estorbo, que eso no tiene sentido. Yo le digo que lo percibo así, y que esa sensación mía sin duda obedece a un sentimiento muy concreto y muy cercano. Le digo que cuando se siente algo así tiene que existir un fundamento y una razón. Me pregunta si tengo pruebas que den fe de mis sentimientos. Yo le digo que sólo el sentimiento se puede considerar una prueba en un caso así, por tanto no hay pruebas objetivas. Él dice que los sentimientos engañan algunas veces. Yo le digo que sólo los sentimientos me guardan fidelidad absoluta. Las personas engañan o hacen por engañar, y se esconden o tratan de disimular su naturaleza, pero lo que sienten traspasan sus posturas alambicadas.
  "La gente dice en voz alta lo que le gustaría sentir y pensar de verdad. Aunque no sientan o no piensen lo que están diciendo, lo dicen igualmente. Yo puedo distinguir lo que es verdad y lo que no lo es, de cuanto dicen las personas. Algunas veces dicen cosas para quedar bien y agradar. No me gusta la gente que dice cosas para agradar a toda costa y quedar bien ante otra gente. En cambio, no me importa escuchar mentiras que sólo buscan tapar o disimular verdades dolorosas. Él dice que mentir es mentir, en cualquier caso. Yo le digo que mentir para escapar del dolor debería estar permitido y hasta recomendado. Es como esas personas que además de decir lo que creen que los demás desean escuchar, encima lo hacen, aunque sea en contra de sus deseos. Él me dice que hay que afrontar lo que uno quiere, y ser valiente para decir también lo que no se quiere. Estoy de acuerdo con él, en la teoría, claro, porque que hacer lo que que hay que hacer según el criterio de cada cual es bien difícil. Casi es mejor parecer idiota, para que no te hagan escuchar demasiadas mentiras, no más de la necesarias, en cualquier caso, y encima tener que hacer como que las crees. Él quiere saber quién me ha mentido a mí. Yo creo que mucha gente, empezando por casi todos los miembros de mi familia, la familia de ascendencia, quiero decir, esa que parece ser más importante por la puta sangre y resulta que forma el entramado humano más decepcionante que puede uno encontrarse, o que yo puedo encontrarme, sin querer suponer que sea así en todos los casos, para satisfacción de sus miembros" 

martes, 20 de noviembre de 2012

Soledad


  ¿Debería preocuparme la coincidencia de alguno de mis sentimientos con los sentimientos de un ser desequilibrado que no acaba de encontrarse? Es la impresión que se me queda después de transcribir este pasaje de "La carpeta roja".

  "Se me ocurre buscar la palabra soledad en el diccionario. Solemos conocer lo que quieren decir las palabras y las identificamos razonablemente, pero cuando pretendemos definirlas con minuciosidad es fácil que dudemos de su significado exacto. Empezamos a poner ejemplos, a buscar las aplicaciones que tienen y el uso que se les da. Creo que con soledad no habría demasiadas dificultades a la hora de explicar que es ese estado de melancolía por la muerte o ausencia de una persona querida o la pérdida o la falta de una cosa. Seguro que cualquiera hubiera sabido explicar que soledad es ese estado de tristeza que nos embarga cuando miramos a un lado y a otro y no hallamos a nadie, o hallamos a muchas personas ocupadas con otras personas que son más simpáticas y más divertidas y tienen más cosas que ofrecer que uno mismo. Yo podría añadir, además, que la soledad es una forma de desánimo. Y también que es una sensación muy acusada de estupidez por no saber escoger a las personas adecuadas o los lugares más idóneos donde refugiarnos. Él dice que no pasa nada por equivocarse. También dice que no debería equivocarme tanto, si conozco tan bien a las personas, si adivino tan rápidamente de qué pasta están hechas. Claro que las conozco, le digo; y también le digo que no puedo ir por la vida alejándome siempre de los lugares concurridos sólo porque casi nadie me gusta y de casi todos desconfío. Le digo que a pesar de sentir las singularidades de los seres humanos muy dentro de mí, como si me inocularan sus esencias y me impregnaran de sus naturalezas, doy varias oportunidades para que me desmientan y me desdigan de mis opiniones primeras, y me corrijan las impresiones cuando son desfavorables; que prefiero darme los batacazos que me doy, sólo para no sentirme intransigente y quizá injusta ocasionalmente, si es que alguna vez llegara a darse esa equivocación. Hasta la fecha siempre he calibrado muy bien los sentimientos de las personas que tengo delante, pero debo esperar a que se manifiesten abiertamente y a verlos actuar para poder decirles lo que son, dejando que se vayan dando los hechos que lo demuestren irrefutablemente y sin paliativos; si me adelanto y expreso alguna opinión, lo normal es que me digan que me equivoco, que exagero o que no tengo ni idea, y yo sé que no hay manera de probar las impresiones, ni mías ni de nadie. Las impresiones, las sensaciones o emociones no se pueden probar, sólo se saben y se sienten en lo más hondo del alma, yo las siento y las sé.
  "Le digo que la soledad es un sentimiento de tristeza que entra cuando se mira alrededor y se ven vacíos y más vacíos rodeándolo a uno. Él dice que hay que mirar muy bien y con mucha atención lo de mi sentimiento de soledad. También dice que tengo gente cerca. Yo le digo que sí, pero que es muy poca. Me mira con extrañeza. Le explico que es muy poca para los esfuerzos que hago. Le digo que hago muchos esfuerzos y obtengo muy pocos resultados. Le digo que la gente tiende a huir de mí. Él me dice que él no huye de mí. Yo le digo que él no puede huir de mí, es un trabajo que tiene que realizar: curar las mentes enfermas de personas desequilibradas o heridas emocionalmente.Él dice que sí puede, si quisiera, que nadie podría impedírselo, que para librarse de mi presencia bastaría con decir que ya no hay nada que pueda hacer por mí".
  Algunas veces te entiendo tan bien, amiga desconocida, triste figura que pareces una víctima de este tiempo de tanta exhibición bobalicona y sin embargo tan escasa atención por los seres humanos que tenemos enfrente.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Sobre el pensamiento de los que no piensan



La acción de pensar conlleva una intencionalidad que no es equiparable al deseo real de hacerlo. Pensar es formar y relacionar ideas, y también tener intenciones y proyectos; opinar, en cambio, es pensar sobre algo o alguien, o tener una "manera" de pensar, lo cual ya se distingue del pensamiento propiamente dicho.
  Yo tengo un pensamiento propio que no siempre puedo desarrollar conforme a mi intención, sin embargo sí puedo opinar sobre situaciones o acontecimientos que me revuelven las emociones, y además hacerlo con más ligereza, en tanto expresa mi opinión y no mi pensamiento, y la opinión es más libre y volátil, expuesta a situaciones y acciones determinadas, en tanto el pensamiento se hace de lo que soy en esencia, independientemente de su evolución.
  Todos, absolutamente todos los políticos, parecen librar batallas muy elevadas, al margen de los seres humanos que vivimos a ras de suelo, aunque cuando hablen y discutan u opinen, lo hagan en nombre de nuestros intereses y, sobre todo, amparándose en la coartada que le dan nuestros votos.
  Los votos son importantes, mucho más allá de mayorías o minorías; los votos representan la confianza que se otorga como un poder notarial o un aval: no creo posible que alguien dé algo así si no tiene confianza absoluta en aquellos a quienes se lo otorgan. Uno debería pensar, por tanto, que si alguien ha engañado, mentido, fingido, disimulado, estafado, herido, etc., no debería seguir gozando de confianza, y es lícito y hasta lógico, pensar que alguien a quien han engañado quizá no está en sus cabales cuando sigue otorgando el poder (el voto: el aval y la confianza) a quien ya le defraudó.
  Podrá argumentarse, y es lógico que así se haga, que otros antes ya han engañado, mentido, defraudado, estafado, etc., tanto o más que los actuales, pero si aquéllos ya no están es porque han sido castigados, mientras que éstos que sí están, seguirán estando a pesar de haber formulado sentencias como esta: "Estoy explicando con bastante precisión que me lo estoy pensando", ¡ay, Dios! Tiene que explicar que está pensando, cuando lo normal es que piense, pero no hace falta que nos lo diga, eso ya lo suponemos (¡uffff!), pero es que una Ley de Transparencia, y es sólo un ejemplo, que debería ser exactamente una ley de transparencia, resulta ser, en realidad, una ley con intención de dejar en manos de gobernantes y gestores aquello sobre lo que se desea que haya transparencia (?). Es una perogrullada, lo sé, pero es que así lo han formulado quienes pretenden convencernos de lo bien que explican, y con cuánta precisión, aquello que deberán hacer per sé y sin necesidad de explicarlo: pensar.
   

jueves, 8 de noviembre de 2012

Decepción contra alegría.



  ¿Se puede sentir una decepción muy grande, al tiempo que se experimenta una inmensa alegría? En mi opinión, son dos emociones que se muerden, y sin embargo se puede, yo lo sé muy bien.
  Me levanté de aquella mesa con la sensación de haber estado viviendo una pesadilla que no me dejaba despertar para regresar al mundo lúcido.
 

martes, 16 de octubre de 2012

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?




  ¿Por qué? Eso me pregunto también yo.

  "¿Por qué la gente teme decir lo que siente? Parece que por expresar los sentimientos a uno le van a robar las emociones y vaciarle el corazón. Cuando alguien dice lo que siente sólo lo dice, nada más, no se vacía ni se rebaja ni se retrata ni nada que se le parezca. Tampoco compartir lo que se tiene dentro hace que uno se quede al aire; no siempre, no necesariamente. Él dice que hay que expresar los sentimientos. Yo también digo que hay que expresar los sentimientos y compartirlos. Lo digo después de pensar que algunas veces cuesta decir ciertas cosas que son complicadas porque se mencionan situaciones que son dolorosas o puede que vergonzantes. Hay muchas circunstancias que se me atraviesan en la garganta y me quitan el aire, como si los dolores, incluso los añejos (¿aún más los añejos?), tuvieran la facultad de eternizarse en el alma. Él dice que es más fácil para alguien que escribe. Yo le digo que tal vez no se ha parado a pensar que alguien que escribe quizá lo hace porque no sabe decir con palabras lo que le pasa por la cabeza y mucho menos por el corazón. Él dice que escribir tiene que ser más sencillo que hablar, así lo entiende. No sé si me da la razón porque me ve muy triste o porque de verdad la tengo. Yo sé que tengo razón muchas veces en muchas cosas, pero sé que no por el hecho de tenerla me la darán necesariamente. Hay personas que con tal de no dar la razón evitan hablar para así no tener que decir nada, sobre todo si es positivo o cariñoso. Le digo que hay personas que sólo hablan con otras personas cuando las consideran inferiores, o cuando creen que despiertan en esas otras personas cierta admiración, generalmente porque hacen cosas que son diferentes o tienen trabajos apasionantes. Él dice que a la gente le gusta que la quieran, y además es lícito que así sea, y por ende, recomendable acercarse a otras personas, que eso forma parte de la condición humana. Yo le digo que no me refiero a quienes buscan simplemente el cariño de otras personas o el roce que por fuerza acaba prendiendo emociones que acaso acaben en sentimientos. A mí me gustan las personas que buscan cariño en los demás. Él no sabe si yo busco cariño o reconocimiento, no sabe muy bien a qué atenerse. Yo sé lo que piensa, o me parece que lo piensa. Algunas veces sé lo que está pensando sin lugar a dudas, pero otras se me escapa porque parece que se ausenta o se pone a pensar en sus cosas; hasta supongo que trata de desviar deliberadamente su atención hacia mí y lo que estoy diciendo, como si quisiera borrar de su mente cualquier pensamiento u opinión que pudiera alcanzarme. Tanta asepsia me exaspera algunas veces. Es difícil que alguien que no debe quererte, ni tener sentimientos hacia ti, quizá un poco de simpatía, llegue a comprenderte. Comprender a una persona conlleva un esfuerzo que está íntimamente ligado con el cariño, y si no hay cariño no puede haber comprensión, y si no hay comprensión sólo queda decantarse por la justicia o la injusticia. También la justicia es falible, porque está sujeta a interpretaciones".

 


 
 



martes, 9 de octubre de 2012

Más de "La carpeta roja"



Ahora ya sé cómo dar contigo: buscaré una persona ataviada con un sencillo y liviano vestido, que camina entre personas protegidas por corazas de hierro relucientes que tienen la misión de protegerlas (¿y aislarlas?) de la otra gente.

 "Le digo que estoy un poco harta de hacer lo correcto, lo que se espera de mí, que me parece que me toman por el pito de un sereno. Él no está de acuerdo. Desde su particular punto de vista poseo una autoridad moral nada desdeñable, casi envidiable. Desde su particular punto de vista, claro, que parece puesto ahí, donde está, sólo para complacerme. Además, no me gusta despertar envidias. Sé que despierto envidias, pero no sé por qué. Él dice que no sabe por qué despierto envidias, que eso es algo que debo preguntarme y responderme yo. Él todo lo arregla dejando que yo decida qué hacer en cada momento. Ni siquiera sé qué hago aquí, hablando de mí todo el rato, mirando los ojos de esa persona que algunas veces bosteza y otras parece distraída. Yo necesito respuestas, claves, explicaciones, un buen mapa para no extraviarme, o una brújula para orientarme, no un ser que sólo dice "sí" o "no", o ni siquiera dice "sí" o "no" la mayoría de veces.
  Me gusta decir la verdad. No siempre digo la verdad. No puede decirse siempre la verdad. Creo que nadie puede decir siempre la verdad. Me imagino a la gente diciendo la verdad en todo momento y circunstancia y sobre cualquier cosa que se le pregunte y se me ponen los pelos de punta. Al menos trato de no mentir deliberadamente, pero no me gusta herir u ofender, y si no se miente un poco o se falsea la verdad razonablemente en determinadas circunstancias, se acaba ofendiendo gravemente al prójimo. A mí se me hiere con mucha facilidad. Sé cuándo me mienten o me ocultan cosas. Me molesta especialmente que me oculten sentimientos, pero casi me molesta más que no me digan nada y me aparten o me alejen. Él dice que lo quiero todo, y que todo no puede ser. En realidad no sé si dice que todo no puede ser, no lo recuerdo bien, pero me figuro que sí, todo el mundo lo dice, y no sé por qué lo dice; no sé por qué no se puede tener todo. Cuando me ocultan sentimientos deliberadamente me quedo descolocada. Si sé que alguien me quiere pero resulta que no me lo quiere decir porque no me quiere querer o no me puede querer o no debería quererme, lo sé, lo adivino, lo intuyo, pero me descoloca igualmente , porque hay personas que no quieren descubrirse ni mostrarse débiles ante los demás, suponiendo que descubrirse sea un signo de debilidad, que yo no lo creo, pero casi todo el mundo lo cree. Yo me imagino a menudo caminando por la calle, que está llena de personas ataviadas con corazas de hierro relucientes, mientras que a mí me basta con un simple vestido muy liviano; entonces esas personas empiezan a reparar en mí y a mirarme con desconfianza, creyendo que soy un bicho raro, quizá una bruja con poderes extraordinarios y por ello peligrosa, y que va sin coraza porque está protegida por sortilegios o mantras o bebedizos secretos"...

jueves, 4 de octubre de 2012

De "La carpeta roja".



  ¿A quién se dirige esta mujer? ¿A cualquiera, a nadie, a todos, a alguien al azar que la quiera escuchar?

  "Cuando se dice que la gente se mira el ombligo me figuro a un montón de personas levantándose la ropa para dejar la barriga al descubierto y me da la risa: la mayoría no podría vérselo, tan enterrado lo tienen entre pliegues y más pliegues de grasa. Yo no tengo grasa. Estoy muy orgullosa de mí misma porque no tengo grasa en la barriga ni en otros sitios de mi cuerpo. Sé que a la mayoría de la gente le gustaría estar como estoy yo, sin grasa y con el ombligo bien a la vista, para poder mirárselo mejor y presumir más. Nadie me dice que le gustaría estar como estoy yo, casi nadie dice nada agradable a nadie, a no ser que le reporte alguna ventaja. Él me dice que está bien que me sienta orgullosa de lo que tengo. Yo le digo que no vale de nada sentir orgullo por lo que tengo si no puedo decirlo en voz alta y recibir algún parabién o un agasajo. Le digo que es bueno decir agasajos y parabienes porque al fin y al cabo son como un refrendo, un reconocimiento, y que a casi todos nos gusta que nos reconozcan, para sentirnos amparados. Él dice que es suficiente con que lo sepa quien lo tiene que saber, que es uno mismo. Yo le digo que la gente se las apaña muy bien para dar la vuelta a la realidad objetiva, adecuándola a lo que tiene o ha conseguido o le gustaría tener o está cerca de conseguir, evitando así el elogio al prójimo. A mí me gusta decirle a una mujer guapa que es guapa, o que es lista, si lo es; me gusta que las personas se sientan queridas, y se lo digo y se lo hago sentir. No pienso en el provecho que me reportará un elogio, ni si seré correspondida, por eso digo lo que creo que hará sentir bien a quien tengo delante, pero sólo si es verdad, o a mí me lo parece.
publize.com  La amabilidad es buena, pero hace sentir un poco imbécil. Si una persona es amable con alguien, automáticamente ese alguien se adueña de la situación y se pone a contarle a la persona amable todo lo que está haciendo con pelos y señales, y lo que le ha pasado y lo que piensa hacer y lo que le gustaría que le pasara, sin interesarse en absoluto por la persona amable ni echarle cuentas de su situación ni decirle nada que la consuele. Claro, cómo va a intentar consolarla, si no sabe que necesita consuelo porque no la ha escuchado en ningún momento. Ya he dicho que la gente no mira a los ojos de la otra gente, ¿verdad? Pues eso, que la gente que no mira a los ojos a la otra gente, no se preocupa de lo que le pasa, ni sabe si está dispuesta anímicamente para que le cuenten problemas que es probable que no pueda resolver y además le supongan, quizá, una carga emocional que habrá que añadir a la suya propia. Él dice que hay que hacer lo que hay que hacer. ¡Pues vaya una recomendación!"

Pues vaya una recomendación, en efecto, como si hacer lo que hay que hacer fuera tan fácil. ¿Y si ella no sabe qué es lo que hay que hacer? ¿Será por las ganas que tiene de gustar, sin saber que no se puede gustar a todo el mundo, pues todo el mundo tampoco le gustaría a ella, probablemente?


jueves, 13 de septiembre de 2012

¿Quién eres?


¿Eres real, o te inventó alguien para indagar en los sentimientos ajenos (compasión, piedad, conmiseración)? Alguna vez, desde que tengo en mis manos la carpeta roja, me lo he preguntado, y no sé qué pensar.

  "No me siento con fuerzas suficientes para enfrentarme a lo que me desagrada o disgusta, me pierdo en un mar de dolor que me engulle siempre, siempre, como si no supiera nadar, y sé nadar. Tengo reparos, por si lo que hago o dejo de hacer me perjudica ante las otras personas, que inevitablemente me juzgarían. Me siento muy sola y no me quiero sentir tan sola, y aún me sentiría más sola si me decidiera a prescindir de lo que me disgusta, esto es, a tirar por la calle del medio. Él dice que si ya estoy sola no hay razón alguna para tener prevenciones acerca de opiniones que en cualquier caso no podré evitar o variar. También dice que lo más importante es lo que yo siento o pienso. Reconozco que es bueno tratar de hacer lo que a uno le sienta bien, pero carecer de apoyos o refrendos me hace dudar, pensar si no me estaré equivocando, así que me digo: ¿qué hay en mí que no gusta a los demás, que no conecta con el pensamiento de los demás? Y si hago por conectar, siempre es a costa de mis opiniones. O casi siempre. No me gusta el mundo, no me gustan las personas que lo habitan, y si hago lo posible porque me gusten y me bajo del burro y me acerco a pesar de todo, sólo obtengo lo que ya sabía que iba a obtener: desengaño y desilusión. Sé que no me gusta lo que no me gusta, y aún así insisto y persevero. Soy anormal, rara. Necesito muy pocas cosas para vivir. La gente suele necesitar muchas. Ellos (los habitantes del mundo) creen que necesitan muchas cosas y muchos estimulantes. A mí me parece que la gente pretende abarcar mucho más de lo que precisa. No se conforman con lo más necesario. Yo parezco idiota, porque no quiero lo que no necesito, aunque sea gratis. Si necesito algo, lo compro, no espero a que me lo regalen. Él dice que es bueno ser como soy. Yo le digo que no, que no tiene ni idea de lo difícil que se me hace ser como soy. Él insiste y yo insisto también. Se me hace un lío en la cabeza diferenciar qué es bueno y qué es malo. Pienso y pienso, pero no doy con la solución que resuelva mi laberinto interior.
  Estar en guerra con el mundo es malo. Que la gente no me quiera es malo. Tener ese no sé qué que no sé qué es, que me hace sentir tan diferente, es malo. Es bueno querer solamente lo que necesito. Es bueno tratar de valorarme y querer estar en consonancia con mis pensamientos y mis necesidades y además conseguir gustar a la gente y obtener su aprobación. A la gente le gusta lo que le gusta, que suele ser ella misma. Sé que decir la gente, en general, puede resultar injusto; la gente está formada por multitud de personas, todas diferentes, y tan iguales en esencia, tan proclives a seguir al rebaño y al tiempo tan peculiares en sus gustos y preferencias"...





jueves, 6 de septiembre de 2012

La carpeta roja (II)



¿Y si le hago una putada? O un favor, nunca se sabe. Le presto atención, y eso es mucho. Ya casi nadie presta atención.

"¿Saber todo sobre los demás incluye los pensamientos sobre lo que les ha sucedido o les gustaría que les sucediera? ¿Qué diferencia existe entre lo que ha sucedido de verdad y lo que a uno le gustaría que le sucediera? Lo que ha sucedido no puede cambiarse y se arrastra como una condena, y lo que no ha sucedido y nos gustaría que hubiera sucedido, también se arrastra como una condena, ésta de frustración, y es aún peor porque además de la frustración por lo que no ha sucedido, se añade la culpa por el hecho de haberlo deseado y fallar.
  Está mal equivocarse. Equivocarse hace sufrir. Él dice que equivocarse no es malo. Él dice que lo malo es no asumir las equivocaciones. Yo le digo que equivocarme hace que me sienta en tierra de nadie, reconcomiéndome y sufriendo. Él dice que la vida es así, y que hay que seguir en cualquier caso, pero no me dice cómo se hace eso de seguir en cualquier caso. Le menciono una carretera imaginaria y le digo que es difícil saber dónde hay que desviarse, y que incluso es difícil saber si hay que desviarse, y que a lo mejor ni siquiera hace falta tomar ningún desvío; quizá, después de todo, hay que atajar o cambiar el rumbo y resulta que tampoco se sabe. O a lo mejor sí. Yo no sé cómo se sabe lo que hay que hacer, ni cuándo tiene que hacerse. Le digo que cuantas más cosas hago y más decisiones tomo, más me demuestro que no tendría que haber hecho nada, o no tendría que haberlo hecho como he acabado haciéndolo. Él me dice que seguro que alguna cosa buena he hecho. Imagino que sí, me digo, pero no lo digo en voz alta, no sea que me pregunte y haga que se lo explique. Cuando me digo cosas a mí misma sé lo que me estoy diciendo y cómo me lo estoy diciendo y para qué me lo estoy diciendo. Yo me entiendo también cuando no me entiendo del todo. Yo sé siempre lo que quiero decir, sé lo que siento y me parece tan claro que no creo necesitar decirlo. Él dice que es un gran problema no decir las cosas o dejar de expresar en voz alta los sentimientos, porque lo que no se dice no puede saberse. Yo le digo que eso ocurre porque la gente no mira a los ojos a la otra gente, y que si la gente mira a la otra gente no es para averiguar qué le ocurre o qué necesita. En realidad no sé para qué mira la gente a la gente. Eso cuando la mira. La conexión de los ojos crea un vínculo que obliga en cierta manera: te he mirado y te he visto, y por eso sé que sufres o que no sufres, o que eres feliz o infeliz. ¿La gente que no mira es porque no quiere verse obligada a saber? Yo debería mirar mucho menos de lo que miro. Y olvidar. Olvidar todo cuanto me fuera posible olvidar. Hacer borrón y cuenta nueva cada día, despojarme de sentimientos, como si vaciara los armarios, esa tarea consistente en desocupar los roperos de los trajes que ya no se usan par dar paso a otros nuevos. El hecho de disponer de espacio en los armarios no debería autorizarnos a atiborrarlos de ropa que no da tiempo a ponerse. Debería ser capaz de dejar atrás aquello que debe quedarse atrás. Debería ser capaz de andar por la vida ligera de equipaje. No sé por qué temo acabar necesitando aquello que desdeñé, echar la vista atrás y sentir que me falta precisamente lo que abandoné o relgalé o sencillamente arrojé al cubo de la basura".

martes, 4 de septiembre de 2012

La carpeta roja



"No sé en qué estaba pensando cuando el primer día le conté que había intentado suicidarme. Ni siquiera me limité a referirle brevemente o con detalles vagos o imprecisos las razones que tuve ni las circunstancias que lo propiciaron, sólo se lo dije, respondiendo a una pregunta que si bien se mira podría haber solventado razonablemente sin necesidad de exponerme tanto realizando semejante confesión.
  El suicidio se oculta como un baldón tremebundo que sería preferible no sacar nunca a colación. Por nada del mundo las familias que tienen antepasados que se han quitado la vida o lo han intentado dan cuenta de una afrenta semejante de buena gana, si acaso se limitan a mencionarlo con eufemismos, suponiendo que deban hacer referencia al hecho en cuestión por motivos poderosos que lo recomienden encarecidamente o lo hagan muy necesario, pero mucho mucho. Tienden a esconder un hecho así y lo toman como una deshonra espantosa que hubiera caído como una plaga bíblica sobre toda la estirpe, a la que creerán maldita, o así lo sentirán. Sin embargo, es fácil que las personas que fracasaron cuando intentaron suicidarse lo cuenten con cierto orgullo, quién sabe si porque aprendieron una lección imborrable o porque llegar a ese punto que tendría que haber sido de no retorno y volver, los convierte en héroes de sí mismos y por tanto se saben vencedores de sus circunstancias. O porque habiéndose hallado en el lugar tan bajo al que se precipitaron entendieron que no se puede caer más y no tienen reparo alguno en relatarlo ni vergüenza que los contenga en compartirlo, más bien al contrario, ¿para servir de ejemplo? ¿Para decirse en voz alta que tropezaron y sin embargo se levantaron y además siguieron adelante a pesar de todo?
  Lo más sorprendente es que no era amigo mío, ni siquiera conocido, pero se lo dije, a sabiendas de que en esa confesión habría demasiados indicios sobre mi personalidad. No me gusta que la gente disponga de muchos datos sobre mí que me hagan transparente o cuanto menos previsible para los demás. Y ahora él sabe sobre mí muchas más cosas de las que sabe nadie. Aún le quedan muchas cosas por saber, es cierto, pero lo que ya sabe es mucho más de lo que ha sabido casi nadie en todos los años que ya dura mi vida, muchos más de los que imaginé cuando me sentía extranjera de este mundo que se me ha hecho tan cuesta arriba desde que tengo memoria para recordarme transitando por él como una paria si más arraigo que mi propia sombra.
  ¿Por qué no me gusta que la gente sepa demasiadas cosas sobre mí? Creo que porque doy demasiadas pistas sobre mis debilidades y a la larga me acaban haciendo daño. El daño que me hacen, algunas veces es por omisión. Parezco transparente; no me gusta parecer transparente. Ser transparente equivale a ser testigo de escenas en las que no tomas parte, sólo contemplas desde una distancia razonable ciertos hechos que te conectan con la vida, o cortan de cuajo un lazo que es invisible; si no estás, si no se cuenta contigo, el lazo es innecesario, y así se convierte una persona en transparente y por tanto irrelevante para los demás.
  No estoy segura de querer que él sepa más cosas de las que ya sabe. Por otro lado, si no sabe sobre mí todo lo que es preciso que sepa, quizá no pueda ayudarme. Aún así, no sé si podrá ayudarme, aunque llegue a saber de mí todo lo que sea posible saber. Se cuentan historias que nacen sesgadas porque son la consecuencia de otras historias que las precedieron, por tanto es falso lo que se cuenta, o está incompleto. Alguien vierte una ofensa sobre alguien y no puede saberse si está motivada por una venganza o nació espontáneamente: con el único fin de hacer daño por el mero hecho de hacerlo."

  (¿Sabré traducir las palabras manuscritas que se apretujan en las folios que llenan la carpeta roja que encontré en Cruces hace unos cuantos meses, y que no sé si estaba perdida o abandonada, o dejada para que el azar determinara su destino?)
   
  

jueves, 12 de julio de 2012

Sin vergüenza

Si no hubiera tirado a la basura los suplementos color salmón de los periódicos durante tanto tiempo, seguramente ahora sabría por qué pasa lo que está pasando. Es igual, ya no tiene remedio, pero sí sé, y eso no se estudia en ninguna escuela y no se lee en ningún suplemento dominical, que la palabra dada tiene un valor, y la honradez se mide por el grado de compromiso que se tenga, y eso está por encima de la economía y de las dificultades para sortear laberínticos vericuetos financieros. Así que no entiendo por qué un señor hace hoy (en realidad lo hizo ayer) lo que había dicho que no haría jamás y se queda tan campante, queriendo decir que me importa un pimiento si está campante o no, y sí que se queda; porque el tipo tira por la calle del medio, desquicia a todo un país y se queda, esto es, permanece en su puesto, como si tal cosa. ¿Los mercados internacionales, los mandamases económicos del cotarro económico, tienen la culpa de todo? ¿Y el tipo este no tiene culpa alguna? Pues quizá no tenga culpa alguna en los desmanes cometidos por quienes hayan abusado de su posición privilegiada para enturbiar el mundo financiero (pues esta ha sido la gran jugada que nos ha pillado a todos con el pie cambiado, y no otra), pero sí la tiene en el hecho de mentir y medrar falseando sus capacidades, y eso ya sería un motivo más que suficiente para que se decidiera a llevar a cabo un acto de valentía. Sí, medrar, porque lo suyo fue una escalada en toda regla a costa de ocultar lo que pensaba hacer y en ningún momento reconoció, y si sabía ya lo que había que hacer y a qué habría de enfrentarse (¡qué iluso, el pobre!) aún resulta más infame su comportamiento.
  No se trata solamente de su grado de responsabilidad, sino de su grado de ineptitud manifiesta. ¿No eres culpable? Vale. ¿No sabes cómo arreglar el entuerto? Vale. Pero entonces sé valiente y admítelo, no sigas empecinado en mantener tu puesto y además actuar como un mártir a quien mandan a la hoguera para purgar los desatinos de otros. Porque no sabes qué hacer ¿verdad? Admítelo, sé valiente y acepta que no tienes ni idea. Entonces ¿qué haces todavía cobrando una fortuna por hacer un trabajo para el que no estás capacitado? ¿Puedes dormir por las noches, sabiendo el tamaño del sacrificio a que estás obligando a tantas personas que se han encontrado con situaciones de las que no son culpables y por tanto no saben cómo sortear?
  Me asombra el grado de cinismo que tiene el tipo éste, recortando y recortando derechos que habían costado tantísimos años de lucha y esfuerzo. Y más aún me asombra la cara tan dura que demuestra, presentándose como una víctima de las circunstancias, cuando a nadie se obliga a postularse como presidente de un gobierno, siendo que en Democracia se debería optar a ocupar ese cargo sólo cuando se tienen capacidades para desempeñarlo, más allá de saber esquivar los mordiscos de las hienas que se tienen cerca cuando se llega a las alturas en política.
  La vergüenza que me produce ver al Presidente del Gobierno de España haciendo semejante papelón ante los jerifaltes de la Cosa Europea, a costa de someter a las personas a un grado de sacrificio que raya el estoicismo, es superior a la pena que me causan los derechos humanos pisoteados sin miramientos en aras de cuadrar las cuentas que no sé quién descuadraría, pero las personas que ahora sufren las consecuencias no, desde luego.
  Por cierto, ¿sabrá el tipo este que los funcionarios son la base de un país, más allá de ciertos privilegios (que se habrán ganado de alguna manera, digo yo) que ostenten? Sí, son la base del país, el entramado social que educa a nuestros hijos y los cura y les ordena la vida y los protege, además de apagar incendios o barrer calles, pero dudo mucho que alguien tan obtuso tenga en la cabeza algo que vaya más allá del hecho de salir airoso de las reuniones de la Cosa Europea, donde su máxima preocupación debe ser que no lo retraten con la cara de soplagaitas en permanente fuera de juego.  

jueves, 21 de junio de 2012

miércoles, 20 de junio de 2012

martes, 19 de junio de 2012

La gente

La gente no es toda la gente. La gente se limita a un puñado de personas que se han cruzado contigo ocasionalmente, o a las que has visto circunstancialmente. La gente no es la totalidad de la gente. Mucho cuidado con decidir qué le gusta a la gente, o qué prefiere la gente. Es preferible limitarse a decir que hay gente que prefiere tal o cual cosa, a riesgo de equivocarse al afirmar que toda la gente quiere, o toda la gente ha decidido, o toda la gente prefiere... tal o cual cosa.

Cuando se hace un viaje y se visita una ciudad concreta de un país extranjero, suele regresarse opinando qué le gusta a la gente de ese país, o cómo es la gente de ese país, o sobre la educación o forma de ser de la gente de ese país. No se dice que tal persona a la que conocimos en tal ciudad de tal país nos decepcionó o nos encantó; sedice que la gente de la ciudad tal de tal país es... como resulta que fuera la persona con la que se habló. Puede que se hablara con varias personas, con bastantes personas, dependiendo de la duración del viaje, pero siempre se habrán tenido tratos sólo con unas pocas personas de una ciudad concreta que no tiene que ser la más representativa del país, suponiendo que exista una ciudad representativa de un país, o que algún país tenga dentro de sus fronteras una ciudad típica y tópica de sus usos y costumbres.

Ni siquiera hace falta salir de España. para que alguien decida cómo es la gente de tal o cual ciudad sólo por la experiencia que haya tenido con unas cuantas personas. Incluso la climatología es susceptible de ser tomada por buena, mala o regular en función del sol que brillara o las lluvias que cayeran durante los días que duró nuestro viaje. Hay quien se atreve a opinar sobre una ciudad si sólo pasó un día por ella y el único recorrido lo constituyó un viaje en taxi del aeropuerto al hotel, o de la estación de tren al hotel. Basta que coincidiera con un día de frío extremo o de lluvia persistente, o que se encontrara con un taxista imbécil, para decidir que el clima de esa ciudad es espantoso y la gente un horror.

Me recuerdan estos tópicos tan típicos a las opiniones que se tienen sobre los gustos de la gente cuando de cine hablamos, o de música, o de literatura. Pero más de literatura; al fin y al cabo el cine y la música son medibles, aunque lo van siendo cada vez menos por las descargas que se hacen de películas y discos. La literatura, en cambio, que es tan difícil de medir y cuantificar, se ha convertido en una cuestión tan previsible como el hecho de considerar muchas personas que tiene que ser como tiene que ser, siguiendo unas reglas que son básicas, a saber: argumentos originales, divertidos, fáciles, digeribles, etc



Ayurveda es el sistema de medicina clásico de la India que se basa en la teoría de que la falta de salud es consecuencia del desequilibrio entre los cinco elementos que componen el cuerpo: el aire, el fuego, la tierra, el agua y el éter. El significado exacto ayur, vida, y veda, conocimiento. Según esta clase de medicina (medicina ayurvédica),así como otras terapias orientales, los chakras son centros energéticos del cuerpo humano.


¿Son, en verdad, los chakras, las ventanas (orificios, tragaluces, etc) de nuestro cuerpo? Ventanas, se entiende, que deben ventilar la casa que somos, y al mismo tiempo proteger el interior de lo que somos, haciendo que cada una de nuestras habitaciones esté en equilibrio con las otras y los pasillos que las comunican se puedan transitar sin obstáculos o impedimentos que aíslen y por tanto las dejen inservibles.