lunes, 21 de septiembre de 2015

Escritores: esa fauna.











Digo bien, sí: esa fauna.
Decir fauna no es ofender, supongo, si fauna es el conjunto de todas las especies animales; en el caso que nos ocupa el conjunto de todas las especies (bueno, también se puede decir categorías, y queda más fino) de escritores.
Las especies varían, y van desde el megalómano que no concibe el anonimato ni la sencillez porque él lo vale y el resto le debe la pleitesía adecuada a su posición (elevadísima y destacadísima), hasta el ermitaño que se retira del mundanal ruido con el ferviente deseo de que alguien lo descubra y le permita explicar con profusión de detalles las razones que lo han llevado a esconderse y difuminarse hasta el extremo de mimetizarse con la flora del lugar. Hay decenas de categorías intermedias, claro, y son tan variadas como las personalidades que deben adecuarse al mercado. Al mercado, sí, he dicho bien: ahora el público no sigue al escritor, al intelectual, al pensador, ahora es el escritor el que sigue al público y trata de irle detrás para vender libros y sobre todo ideas y opiniones que servirán para que el concepto de sí mismo sea superlativo, si ha logrado una conexión razonable con una cantidad de gente numerosa que le permita presumir de ventas y atenciones suficientes (o nunca suficientes, a su juicio, pero esa es otra cuestión).
No desdeño la posibilidad de que el escritor persiga al lector, si al fin y al cabo un escritor sin lectores es como un jardín sin flores; no, como un jardín sin flores no, es más bien como un bosque calcinado, que aún da más pena. Desdeño el mundo que ha propiciado semejante situación y lo ha vuelto todo del revés, y ha pervertido conceptos que cada vez serán más difíciles de enderezar u ordenar. Si cada vez hay menos recato a la hora de aceptar los gustos ajenos y las necesidades de los otros, que no tienen por qué coincidir con las nuestras, y agradecer el hecho de que coincidan se ha convertido en una utopía que se practica escasamente. Si cada cual pretende estar por encima o por debajo, según convenga a la situación. Si ya casi todo es discutible.
Y si casi todo es discutible, no es menos cierto que también casi todo es relativo, y que las certezas se van difuminando y extraviando como volutas de humo controladas por corrientes imprevisibles.
Esa fauna, sí, tan afortunada como decepcionada y frustrada y desengañada, que circula mal que bien por trochas insondables que acaban en ninguna parte.