Es una quimera, lo sé yo, y seguramente lo sabe ella también, pero algún día encontraremos un lugar donde nos podremos curar de tantos dolores como soportamos a diario, de los que casi nadie sabe nada; y así, por no saber unos de otros, no intercambiamos las experiencias que acabarían por conformar el antídoto contra cualquier ojeriza o animosidad (propias o ajenas).
«¿Duelen los pensamientos? Él dice que sí. Yo
le pregunto por la clase de dolor que causan los pensamientos, si tiene
características concretas o es tan aleatorio como los mismos pensamientos de
los que procede. Él dice que no se puede definir. Yo quiero saber lo que al
parecer nadie me puede explicar. Mil y una teorías de todas las clases posibles
y ninguna solución práctica que llevarse al corazón. Es desolador, sentir que
se tienen conocimientos, que se reconocen sentimientos y se ordenan penas como
si pertenecieran a un catálogo del que sin embargo no puede pedirse nada, sólo
mirarlo y remirarlo, repasarlo y soñar con que algún día se venda, por fin,
cuarto y mitad de consuelo para tal o cual pesar».
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