"Me pregunto si para conseguir primero hay que
imaginar, o creer, al menos, que puede darse (eso que ha dado en llamarse la
ley de la atracción, algo así como la conspiración del universo para favorecer
a quien solicita protección o amparo) y por tanto avanzar casi a ciegas,
dependiendo de quimeras. Entonces ¿dónde hay que detener la imaginación, o hay
que dejarla libre? ¿Dónde se pone el límite a la hora de imaginar, para que las
ilusiones no hagan demasiado daño, por si no se cumplen o tardan en llegar?
¿Cuándo puede decirse que la imaginación y la fantasía son dañinas: nunca, a
veces, muchas veces, sólo algunas veces, siempre?
'¿Se cura el exceso de imaginación? ¿Debe
tratar de curarse el exceso de imaginación? ¿Demasiada imaginación hace
infelices a las personas que por tener muy altas las expectativas acaban por
tanto más defraudadas?
'Le preguntaría muchas cosas para las que no
tengo respuestas, ni él parece tenerlas tampoco, de ahí mi desilusión cuando compruebo
que ni expertos en la materia (enfermedades mentales, traumas, dolores
emocionales, etc) se explican ciertos comportamientos, o dicen “depende”; los
expertos dicen que “esto o lo otro depende, quizá, acaso, aún no se sabe, no se
ha estudiado, no estamos seguros, aún desconocemos…” con mucha frecuencia. Y si
no hay respuestas ni recetas mágicas ni soluciones ¿por qué tantas vueltas y
revueltas, tantas teorías para nombrar y definir lo que ya está nombrado y
definido, y sin embargo no pueden solucionar, ni siquiera calmar o atemperar?
Bueno, calmar o atemperar sí, algunas veces, aunque sólo sea un poco. Es bueno
algún calmante de vez en cuando. Un calmante de vez en cuando ayuda a soportar
el dolor porque lo atenúa y hace que quien lo sufre pueda descansar. Él no es
partidario de los calmantes. Dice que los calmantes sólo calman, no curan. Dice
que no sirve de nada adormecer el dolor si no lo erradicas completamente.
'No tengo miedo al sufrimiento. Sufrir es
duro, pero se sufre cuando se vive, cuando se tienen preocupaciones, y casi
nunca falta alguna clase de cavilación o tormento, situaciones inherentes al
hecho de vivir y por tanto inevitables. Creo que peor que el sufrimiento es la
soledad en compañía. No, no, aún peor es la compañía que proporcionan las personas
egoístas que te utilizan y no acompañan nada, en realidad; están ahí, simplemente,
las más de las veces estorbando, cuestionando, cuando no criticando
abiertamente y fiscalizando hasta los pensamientos. Él dice que no cree que me
hagan falta las personas para salir adelante. Probablemente tiene razón y no me
hacen falta las personas para salir adelante, pero qué duro se hace sobrellevar
la soledad. La soporto, sí, incluso la busco muchas veces, pero saber que no
puedes recurrir a casi nadie es muy triste y llena el corazón de una pena muy
difícil de explicar.
'A todo se acostumbran las personas. Da igual
que se viva entre algodones o entre terrones: el hábito de vivir es más fuerte
que las comodidades o incomodidades; si los ojos se acostumbran a un paisaje
determinado, la costumbre se sobrepondrá a la belleza o a la fealdad con la
lógica de la rutina libre de adornos o artificios, pero también de prejuicios o
lamentos. Le digo que soy muy austera, que necesito muy poco para vivir. Le
cuento que puedo pasar perfectamente sin horno, sin microondas, sin lavavajillas,
sin… Él dice que las personas dicen que necesitan más de lo que realmente
necesitan porque no han hecho la prueba de pasar sin esas cosas que llenan las
casas pero no las almas en la misma medida. Le digo que no sólo puedo pasar sin
objetos que para el común de los mortales son comodidades irrenunciables y para
mí en realidad sólo ataduras (a la casa llena de cachivaches, al lugar donde
está la casa, que cuanto más llena está más difícil es de abandonar o cambiar
por otra que esté en otro sitio, al banco que ha prestado el dinero para las
compras…), sino que puedo hasta sobrevivir sin el cariño de las personas. Le
explico que es mejor, a mi juicio, vivir con cariño, pero que me gusta saber
que puedo pasar perfectamente sin afecto humano. Él dice que es más difícil
renunciar al cariño de las personas que a la comodidad que proporcionan los
objetos. Le aclaro que digo lo de pasar sin cariño, sí, pero no que no me duela
el hecho de tener que pasar sin ese cariño. Sólo quiero demostrar que sé andar
sola por la vida, que no me voy a perder, aunque una vez me perdí tanto que
decidí dejarme morir para no tener que sufrir. Le digo que en realidad fue más
un dejarme morir que un deseo real de matarme; le digo que fue un intento de
huir definitivamente del mundo que ya entonces percibía hostil. Él me mira y
calibra (me parece que lo calibra, por cómo me mira) si volvería a hacerlo en
el hipotético caso de que me fallaran de nuevo las fuerzas; si aún persisten en
mí esas intenciones que quizá nunca se abandonan del todo, con más motivo
cuando se sabe que no se sufre, que no ocurre nada excepcional, que no se
percata uno de la transición, que es como un dulce sopor que se va
transformando en sueño, aunque de ese sueño no vaya a despertarse jamás. Es
curioso, sí, estar en posesión de una información tan preciosa y no poder
compartirla prácticamente con nadie, porque a casi nadie se le puede decir “He
intentado suicidarme”, y a continuación explicarle que no es doloroso ni
preocupante; que no se siente nada, sólo se va uno, se le consumen los
pensamientos y ya está. Es no despertar del sueño, y a cuántas personas no
habré escuchado yo decir en voz alta lo que darían por acostarse una noche y ya
no despertar".