sábado, 2 de agosto de 2014

Vivir bajo la nieve.










Escribir es traducir a palabras los pensamientos y los sentimientos, sólo con la pretensión de contar, sin alardes innecesarios que pierdan a los lectores por recovecos estilísticos.
Escribir es también manifestar lo que se es o cómo se quiere ser, para explicarse, para contarse, a uno mismo y a los otros.
Algunos escritores se reconocen en lo que escriben y otros no se quieren reconocer, por eso se disfrazan de personajes que los alejan tanto de su naturaleza como les ocurre a ciertas novias, que se esconden bajo los perifollos de su traje nupcial para así soñar con mayor realismo con la vida que no tendrán porque las vidas soñadas sólo están en las novelas.
Algunos escritores escriben desde lejos, lejos de su corazón y aún más de su naturaleza, por eso parecen tan inalcanzables; ellos quieren parecer inalcanzables.
Algunos escritores se imaginan rodeados de laureles, de muchos laureles, a riesgo de morir sepultados por tantos laureles.
Algunos escritores sólo quieren escribir. Escribir sólo para vivir, para respirar, para contarse y contar. ¿Contar qué? La vida, supongo. La vida es muy compleja, y en cada mente puede explicarse de un modo diferente, pero tiene que hacerse con mucha sencillez; como si una nevada, por ejemplo, que es tan habitual en invierno, fuera el acontecimiento que en su corazón sueña que podría llegar ser, si no fuera porque ya ha visto tantas nevadas en su vida.
Quizá, después de todo, como en algunos lugares no nieva casi nunca, la nieve sí es un acontecimiento incluso en invierno; por eso algunos escritores cuentan algunas nevadas como si fueran verdaderos acontecimientos.
Pues eso, que cada escritor escribe como es; se puede saber cómo es un escritor por lo que escribe. Incluso puede saberse lo que le gustaría ser a un escritor por lo que escribe. A mí me gustaría que nevara siempre, vivir rodeada de nieve, algunas veces bajo la nieve.









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