lunes, 13 de junio de 2016

No volveré a esperar nada de nadie







Somos deudores de los libros que leemos, de las miradas que cruzamos un día con alguien con quien probablemente no volveremos a cruzarnos más, o es bastante improbable que lo hagamos, pero se quedan con una tenacidad que no me molesta en absoluto reconocer; más bien al contrario, me gusta saber que sigo siendo porosa a la vida que merece la pena contarse y compartir. ¿Y cómo no, si cuando leí este poema me lo quedé en propiedad, y casi me lo aprendí de inmediato, yo, que ya no tengo apenas memoria? Y es preferible que casi no tenga ya memoria, con tanto como se recuerda y sería preferible olvidar.




    "No volveré a esperar nada de nadie"

Aquella mujer escribió en su diario:
«No volveré a esperar nada de nadie.
No volveré a defenderme si me atacan,
dejaré que se les pase la ira,
luego aclararé lo que tenga que aclararles.
No volveré a hablar a quien no quiere oírme,
a explicar a quien no va a entender mis razones
por más claras que quiera explicarlas».

Lo leyó despacio para entender ella misma
lo que sus entrañas le habían dictado.

«No volveré a esperar nada de nadie»,
escribió de nuevo para no olvidarlo.

Y después de volverlo a leer,
cerró su cuaderno,
luego se marchó a pasear a la plaza,
a acercarse a la fuente,
a mirar cómo saltaba el agua,
a esperar que pasara la tarde,
a saludar a la noche
cuando la noche llegara.


"Lo que la luz hace con el día", de Paz Martín-Pozuelo

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