viernes, 28 de agosto de 2015

El banco de la felicidad.





¿A dónde irá la felicidad cuando se va? Porque la felicidad se va, siempre se va; se traslada, se aleja o se distancia, y algunas veces (pocas) vuelve a visitarnos; pero se va siempre. La felicidad teme aburrir, hartar, y por eso es cicatera y se prodiga poco, para no estar de más, la muy puñetera.
¿Aburre, la felicidad? Quizá nadie sepa si la felicidad llega a aburrir con el tiempo, si a nadie le ha durado tanto (tiempo) para refrendar una posibilidad que en realidad es una quimera.
¿Por qué no creamos un banco para guardar la felicidad? Sí, un lugar que estuviera siempre habitado por situaciones, emociones y sueños que vinieran en nuestro auxilio cuando nos desmoronamos, para auparnos y elevarnos sobre las tristezas de la vida.
Un banco, un espacio que contuviera muchas cajitas de colores llenas de besos, abrazos, caricias, miradas o el tacto inconfundible de algunas manos sosteniendo lo que fuimos y aún ayudan a que seamos.
Un banco, sí, que sea imparcial con los sentimientos del momento, acaso ofuscados por algún desplante u ofensa que oculta de pronto cuanto de bueno tengan los sentimientos en esencia.
El banco de la felicidad contendría, además, la verdad de lo que fuimos, para que nadie pudiera desmentir la realidad que es tan fácil de enmascarar o tergiversar cuando se pone mucho empeño por el lado de los ofensores y casi ninguno por el otro.
















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