miércoles, 5 de febrero de 2014

No temas a la lluvia







Pues a mí me gusta la lluvia; me gusta mucho la lluvia, y no me importa calarme hasta los huesos


«Pongo en palabras los pensamientos que he tenido, pero no sé si me ha entendido o sólo ha asentido a mi exposición como un espectador que es consciente del valor que tiene para el actor la presencia y la atención, incluso si no comprende bien el mensaje o no le ha interesado demasiado lo que ha visto o escuchado. Si yo misma no sé y no puedo calibrar el alcance de mis contradicciones, cómo podrá hacerlo otra persona, sea cual sea su profesión o su intención. No basta querer algo, desearlo, para además entenderlo. Yo soy muy básica (¿primaria?) en mis sentimientos elementales, pero también soy muy exigente con las intenciones. Las intenciones constituyen la base de la que está hecha la confianza, y la confianza sólo se gana cuando hay verdad. Quizá la verdad esté en la base de las relaciones; quizá la autenticidad sea la materia prima de la que parten los sentimientos, todos los sentimientos, por eso es bueno ser elemental, básico, para crecer hacia lo que es auténtico y puede ramificarse en cientos de matices que abrigan los sentimientos de las personas, y por ende sus comportamientos.


   »Me acostumbré de niña a la protección de una casa con personas que arropaban mis decisiones y me hacían compañía cuando se ponía a llover. Le digo que la lluvia moja más cuando no se tiene costumbre de mojarse. Le digo que el frío es más helador cuando siempre se han tenido mantas para arroparse y de pronto desaparecen. Él me dice que hay que entrenarse para las adversidades. Yo le digo que los niños no saben entrenarse para las adversidades. Le digo que los niños ni siquiera saben que van a tener adversidades o que no van a tenerlas. Él quiere saber por qué empezó a mojarme la lluvia. No sé por qué empezó a mojarme la lluvia, la verdad. Sé que un día se puso a llover y yo acabé calada hasta los huesos».

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