Justamente me he despertado esta mañana con un par de
lágrimas enredadas en mis pestañas. Me pregunté si serían el resto de algún sueño. Eso me pasa por no recordar los sueños. Sin abrir los ojos aún, traté de regresar a ese lugar ignoto que me había hecho llorar sin saberlo y me vi en medio de un desierto. ¡Ah!, lloro porque tengo
sed. ¡Qué tontería! Nadie, que yo conozca, podría llorar de sed. ¿Cómo que no? ¿Es que la sed es sólo de agua? ¿No hay también sed de
amor, de
justicia, de
esperanza?
Los
sueños siempre son diferentes, aunque parezcan iguales cuando son
recurrentes. Siento que los sueños sean siempre diferentes. Es como despedirse de las personas que conoces en un
viaje y algunas veces quisieras volver a encontrar en otro lugar.
Me parece que las lágrimas de los
poetas les importan un bledo al mundo entero. Los poetas van llorando casi siempre, y a casi nadie le importa, y a casi nadie le incomodan esas lágrimas que parecen de
atrezzo, un sutil maquillaje con el que vestir sus
desalientos. Lágrimas de
cocodrilo, apenas, que parecen ir siempre con ellos.