"Me animo a preguntarle por mis rarezas, las
que él vea y perciba. Si soy rara es normal que la gente me eluda. La gente
rehuye de lo que es raro, salvo que alguien haya decidido que ciertas rarezas se
conviertan por arte de birlibirloque en peculiaridades, cosa que ocurre cuando
se habla de alguien muy popular o muy influyente o muy rico. Él dice que hay
que ser como se es, sin pretender ser otra cosa de la que se sea. Yo le digo
que no es fácil aceptar que mi soledad tendría remedio con una buena dosis de
normalidad. Él dice que la normalidad no garantiza la felicidad. Pregunta,
además, qué es eso de la normalidad, si es que existe y puede determinarse.
'Es muy duro ver la confortable cotidianeidad
de los otros desde la distancia. Parece que los otros se instalan en la
normalidad sin estridencias. Los seres humanos somos sociables por naturaleza.
Yo, en cambio, le digo, hablo sola, incluso cuando voy por la calle. Él dice
que no es malo hablar solo, salvo que no exista la consciencia de que está
haciéndose. Le digo que quisiera estar dentro de grupos de gente, pero cuando circunstancialmente
me he visto dentro me siento triste irremediablemente. Él dice que la realidad
se parece poco al ideal que se tiene de cómo han de ser las cosas.
'Le cuento que cuando será pequeña me costaba
mucho estar con otras niñas; yo no les gustaba. Él dice que seguramente ellas
tampoco me gustaban a mí. Le digo que no es normal no hacer lo que hacen las
personas normales. Él dice que es discutible eso de la normalidad de las
personas. Me doy perfecta cuenta de mi obsesión con la normalidad, pero es que
creo que hay que ser muy excepcional para no desear lo que tienen todas las
personas, que son las cosas normales que proporcionan las vidas normales. Quizá
las personas mienten mucho o fingen que son lo que no son o que no son lo que
parecen ser, pero también disfrutan mucho (lo parece, al menos) cuando van de
compras o acuden a locales de diversión. Le digo que uno contempla ciertos
comportamientos y cuesta creer que no extraigan alguna satisfacción de sus
actividades, aunque sea ocasionalmente. Él dice que yo obtengo la satisfacción
de otras formas. ¿Ah, sí? ¿Lo que yo obtengo de la vida son satisfacciones?
Hasta donde me alcanza el recuerdo, casi siempre hay sufrimiento. Casi nada de
lo que hago me produce satisfacciones. Él dice que cuando escribo soy feliz,
que le he dicho que así disfruto. Sí, tiene razón, pero escribir requiere un
estado de ánimo, y hace mucho tiempo que se me ha perdido ese estado de ánimo;
algunas veces parece regresar un momento, es cierto, pero súbitamente
desaparece como por ensalmo, como una sombra burlona que quisiera esconderse de
mí. Cada vez estoy más en el mundo de los mortales (volvemos a la normalidad de
las personas), un lugar hostil en el que no me sé desenvolver bien. Ya casi no
tengo la posibilidad de regresar al mundo que me es propio, que es en realidad
el mundo de los elegidos (¡qué presunción, por Dios, lo sé, pero así lo siento
y así me siento cuando todo marcha bien!). Él dice que hay que darle tiempo al
tiempo y esperar. Vale, digo, pero cada vez me cuesta más esperar. Quisiera
ocupar ya el lugar que me corresponde, que no sé cuál es exactamente, pero sí
sé que no es el que ocupo en la actualidad, en un mundo que me es ajeno y adverso, rodeada de personas que igualmente me son adversas, hostiles o sólo indiferentes,
y no sé qué es peor, la hostilidad manifiesta o la indiferencia. De la hostilidad puede
uno defenderse, de la indiferencia no, porque no puede obligarse a nadie a que
le preste atención. Por eso hablo de mi mundo y lo sitúo en un plano elevado,
ligeramente aislado del mundo que hay a ras de suelo, en el que no hay apenas
personas que me sean afines o gratas, o solamente que se dignen a entenderme
con todas mis rarezas o peculiaridades, y que no me juzguen porque no soy como
el común de los mortales.
'Temo cada pensamiento que me acerca a lo que
no quiero ser. Él dice que tener pensamientos y deseos es muy normal. Yo le
digo que mis pensamientos son retorcidos. Vuelvo a mis deseos de que alguien
muera. Él dice que las fantasías son lógicas. Yo le digo que no me gusta tener
ciertas fantasías. Él dice que las fantasías y los deseos no son un problema,
siempre y cuando se queden en eso: fantasías y pensamientos. Le pregunto si no
es una barbaridad desear ciertas cosas terribles o macabras y me dice que no,
que la barbaridad sería pretender la realización de las fantasías. Yo insisto,
porque el deseo de que algo irremediable se realice me pone los pelos de punta.
Entonces me habla de la moralidad, que es, a su juicio, lo que determina los
hechos de las personas. Yo le digo que la moralidad de una persona ya es discutible
sólo con que aparezca en esa persona algún deseo avieso o retorcido. Él dice
que lo único malo de los deseos es que hagan daño mientras se imaginan. Yo le
digo que imaginar ciertos deseos me hace daño. Me hace daño suponer que tengo
el corazón herido o trastornado o ambas cosas al tiempo. Él me dice que es
mejor evitar esos pensamientos, porque si me hacen daño entonces sí son
perjudiciales, pero para mí misma. Yo le digo que si tengo esos deseos es
porque tengo necesidad de ser libre. Le digo que quiero que desaparezca la
persona que me impide mostrarme como soy y me empequeñece hasta el punto de
evitarme hacer cosas que me gustaría hacer, y mostrar sentimientos y emociones
que me gustaría mostrar y casi nunca he podido, avergonzada de antemano como
estoy por su opinión, siempre desfavorable, que me cohíbe".