jueves, 30 de octubre de 2014

A mi manera





¿No estamos perdiendo ciertas parcelas de libertad personal, con tantas peticiones como nos asaltan a diario, procedentes de amigos, compañeros, colegas, conocidos o simplemente contactos? Me refiero a libertad en la Red, que cada vez más está derivando en un entramado de requerimientos a los que no siempre podemos atender, o no queremos, si resulta que no encontramos satisfactorias las razones argüidas para conseguir nuestro apoyo.
Las personas somos libres, independientes, finitas y falibles; no somos autómatas que puedan programarse para complacer (siempre) cada requerimiento que se nos haga. Algunas veces no podemos porque no nos gusta el motivo de la adhesión que se nos solicita, pero cómo decir a un amigo que su petición está fuera de lugar (según nuestra escala de valores) sin herir sus sentimientos, y además públicamente, en una pantalla que cada cual ve individualmente y sin embargo ha de multiplicar por cientos de miles de pantallas que reproducen el mensaje o la petición, y en la intimidad de una conversación es fácil (o debería serlo) disentir primero y negarse después, pero en público no, ¿verdad? ¿Por qué desairar a alguien a quien conoces y probablemente aprecias, a la vista de tanta gente como contemplaría la negativa —una afrenta, tal vez, a sus ojos—?
¿Ya (casi) nadie piensa en las sentimientos de los otros, que son tan respetables como los suyos propios? Entonces, ¿por qué se somete a tanta gente con tanta alegría al dictado de las peticiones que quizá no desee secundar? 
Y, aún peor, ¿por qué se recrimina el rechazo que se ha sufrido, o la simple ausencia de adhesión a la causa, señalando a los conocidos como desaprensivos que no se han querido sumar a la inocente petición? ¿Inocente? Quizá no es tan inocente. Quizá la inocencia de quien realiza la petición no está en sintonía con las necesidades de quien se ve obligado a rechazarla por una cuestión puramente profesional; cómo decir, una incoveniencia para sus intereses, a su pesar. 
Dejemos a las personas gestionar sus sentimientos en la intimidad, y ejecutar sus acciones y adhesiones libremente. El hecho de no hacer público que te gusta algo no significa que no te guste; el hecho de callar ante una brutalidad que se supone que todos deberíamos rechazar con unanimidad no quiere decir que no la rechacemos íntimamente o de otro modo que no deseamos que se conozca públicamente.
¿Y el dolor que sufren algunas personas al recibir ciertas imágenes que hieren profundamente su sensibilidad? Sí, aquellas que están en tratamiento psiquiátrico y no deben sumergirse en ciertos espacios que acaso les causan un daño inmenso. 
Pidamos ayuda, sí, naturalmente (y ojalá que consigamos siempre la ayuda que pedimos) pero mejor en privado, para permitir que el interpelado obre como desee y no se sienta coaccionado en modo alguno. 
Estoy cansada de negar mi participación en actos a los que no puedo acudir (a veces materialmente; a veces porque no comparto en absoluto las razones esgrimidas). 
No me gusta negarme ni defenderme, ni me gusta justificarme. Y sin embargo comprendo, siempre comprendo. Y también siento. Lo siento todo, tanto, mucho, demasiado, a mi pesar, a pesar de otros que no merecen mis sentimientos. No importa, se siente; eso basta






  

viernes, 3 de octubre de 2014

Saudade







Me llamo Saudade y me gustaría que alguien (no miro a nadie) contara algún día mi pequeña historia. No es importante, ni épica, pero me siento orgullosa de la labor que desempeñé en la vida de una persona (no miro a nadie) que estaba sola y dolorida.
Por ahora diré que me rescataron en Santiago de Compostela de la estantería de una tienda de artesanía; digo de artesanía de la buena, no de cachivaches, en el año 2010, que fue Año Xacobeo, y que las calles de la ciudad estaban de bote en bote, pero ella estaba sola; me dijo que se había despistado de la gente con la que iba. Yo le dije que no entendía cómo la gente con la que iba no había reparado en que ella no iba con ellos, a no ser que en realidad no fuera con ellos, aunque ella creyera que sí iba con ellos. Que si el gentío que iba y venía, que si no sé qué monsergas improvisó como excusa, el caso es que nadie reparó en su ausencia.
Sé que me escogió porque soy pequeña y así podía meterme en su mochila. No me importa. Cada ser es importante por una cosa y cumple una función única que sólo él puede cumplir, y yo me siento orgullosa de haber acompañado a mi amiga en la comida de aquel día en aquel restaurante lleno de gente, que la hubiera hecho sentirse más sola aún, si no fuera porque yo estaba con ella y la obligué a aguantarse las ganas de llorar. Le dije que las lágrimas echan a perder el sabor de los alimentos.
Le dije muchas cosas, le conté muchas historias, pero ella no me escuchaba. No me escuchaba entonces. Después empezó a escucharme. Aquel día estaba defraudada, indignada, triste y agotada físicamente, así que perdoné su indiferencia.
¿Ya he dicho que me gustaría que alguien contara mi pequeña historia? Bueno, pues ahora que he formulado la petición y me he presentado, ya me quedo más tranquila, y sé que algún día se cumplirá mi deseo.