miércoles, 11 de junio de 2014

¿Facultad, desorden o aberración?






Está a punto de cumplirse el segundo aniversario de mi descubrimiento más extraño y desconcertante: una carpeta roja repleta de hojas manuscritas que según fui leyendo me encogieron el alma y casi de inmediato me propuse darles forma para ver si componían una historia o un conjunto de situaciones que pudieran considerarse un relato con principio y final. No había nombres o indicios que me permitieran devolver al hallazgo que apareció dejado, quizá olvidado; no estaba tirado, sino apoyado sobre una pared. 

«Hoy le he contado mi última experiencia extraordinaria porque ha resultado ser novedosa en la forma de producirse. Lo que me pasa me pasa casi siempre igual o de una forma muy similar, pero en esta ocasión no tuve visión extraña ni nada que se le parezca; no hubo esa clase de escenas que se me representan tan vívidas como si yo misma estuviera en ellas, como si me estuviera mirando dentro de una película o dentro de una habitación en la que irrumpo y me contemplo un instante. Ocurrió mientras caminaba por el paseo que hay junto al río, cuando unas manos fuertes, con las uñas muy afiladas, empezaron a arañarme las entrañas por dentro. Él dice que por qué sabía yo que eran uñas que me arañaban, y yo le digo que lo sé porque lo sé, que hay cosas que se saben porque se saben, aunque no se pueda explicar por qué se saben. Le digo que el tacto de unas uñas que arañan es inconfundible, y mucho más si lo que arañan son las entrañas. Le digo que me puse enferma de impotencia, porque aquel dolor tan intenso me quitó las fuerzas y me hizo tambalearme. Mi perro tiraba de mí con todo el empeño de que era capaz, pero en lugar de hacerme caminar más deprisa me hacía trastabillar. Hacía un frío terrible, casi estaba nevando, pero la nieve no acababa de decidirse a solidificar, así que las gotas heladas de lluvia eran ligeras como motas de polvo que se quedaban enganchadas en las lágrimas de impotencia que me brotaban de los ojos. La gente con la que me cruzaba me miraba raro, pero a mí sólo me importaba llegar a casa para poder sentarme y descansar. Él dice que tendría que haberle llamado. Yo le digo que para qué. Para qué va a ser, me dice, para ayudarme. Yo le digo que nadie hubiera podido ayudarme, como no fuera que aquellas manos grandes y fuertes como garras con las uñas tan afiladas hubieran querido parar de hacerme daño, y no querían; yo se lo pedí muchas veces, también en voz alta, mientras lloraba y se me quebraba la voz, pero no me escucharon y si lo hicieron les dio igual. Él dice que sería bueno si pudiera definir mejor lo de las garras y las manos y las uñas. No le digo nada porque no me gusta insultar a las buenas personas que además tienen buenas intenciones, pero ganas me dieron de decirle si era imbécil o qué, ¡vamos, como si no fuera capaz de entender lo que se siente cuando a uno le arañan las entrañas por dentro!, o al menos pudiera suponerlo, que digo yo que no hay que tener demasiada imaginación. Ya sólo me falta que no entienda que el cansancio físico hace perder firmeza y consistencia en los pasos, y que ese estado lo lleva a uno a trastabillarse. Pues lo de las garras arañando las entrañas lo mismo.


 »Que me tenía que haber sentado cuando empecé a notar ese peculiar mareo que me da, dice. Pero bueno ¿es que no me está entendiendo? Yo creía que sí; me ha mirado siempre con afecto y amabilidad, creo que con cierta simpatía, así que me he acostumbrado a cierta complicidad que me hacía mucho bien. Ni siquiera cuando el primer día le dije que tenía visiones (qué curioso, que después de decirle que había intentado suicidarme le soltara además que tenía unas extrañas visiones y me quedara tan campante) y se me iba completamente la cabeza me miró mal o dio a entender que se trataba de una anomalía extraordinaria que me convertía en un bicho raro. Ya supongo que muy normal no es tener las visiones que tengo y sentir que el mundo (real) que hay alrededor desaparece como por ensalmo para hacer aparecer en mi cabeza otro que pertenece a otro lugar y además está ubicado en otro tiempo. Sin embargo él me miró con naturalidad la primera vez que se lo conté, y me siguió mirando igual las siguientes veces que fui contándole las particularidades de las experiencias que me llevan a ese otro mundo; que me llevan al otro lado del espejo, si hay algún espejo que atravesar y yo puedo visitar ese otro lado, lo cual significaría que poseo una facultad que me gustaría aprovechar. Pero ni siquiera sé si es una facultad o un desorden lo que me ocurre, y llevo muchos años buscando a quien me pueda orientar al respecto, preguntando a personas que dicen estar versadas en temas esotéricos y mundos paralelos; que se autoproclaman entendidos en anomalías de la mente que en realidad quizá sólo nos muestran una galería de facultades que se desconocen habitualmente. Más de una vez, mientras relataba mis experiencias y desmenuzaba mis flaquezas a perfectos desconocidos que yo suponía avanzados en extrañezas, me sentí estudiada como si fuera una aberración, así que me desilusioné y empecé a guardarme, y es un sentimiento que nunca he tenido con él, que en ningún momento pareció examinarme o juzgarme, aunque supongo que sí me examina y me juzga, es su trabajo, debe hacerlo por mi bien, para averiguar si después de todo resulta que tengo alguna clase de desorden mental o un trauma o un revoltijo que me entorpece la vida, y el modo de entorpecerla es detenerme de vez en cuando, hacerme recapacitar sí o sí, por las bravas, lo quiera yo o no lo quiera».