viernes, 26 de abril de 2013

Sobrellevarse por este puñetero valle de lágrimas


Si yo fuera ella, no dejaría que nadie me pastoreara. Sí, porque me da la impresión de que busca que la guíen, y si alguien se deja guiar en exceso, me figuro que acabará por terminar dependiendo demasiado de opiniones y actuaciones ajenas. Quizá lo que pretenda, en realidad, es la aprobación, y no tanto la guía, quién sabe, y entonces la entiendo un poco mejor, para sentirse menos sola, menos rara, menos fuera de órbita.


"¿Verdad que es una tontería pedirle a alguien que no se disguste por algo que le disgusta? ¿Verdad que no está bien pretender que los seres humanos seamos máquinas capaces de discernir y dilucidar justamente cuando más confundidos y embarullados estamos? Yo creo que los defectos que tenemos son la cruz de la moneda que representamos, la que en su faz muestra el aspecto luminoso y positivo que todos quisiéramos exhibir. Él dice que tengo razón, que somos vulnerables, falibles y frágiles. Yo le digo que vaya consuelo. Él dice que así son las cosas, y que si fueran de otro modo no estaríamos hablando de emociones y reacciones, sino de algo absolutamente opuesto a la humanidad. Le pregunto por la posibilidad de obtener algún remedio que me consuele y me libere de tanto dolor. Me responde con otra pregunta: ¿es que quiero dejar de ser yo? Pues a lo mejor sí, le digo, a lo mejor quiero dejar de ser yo. A lo mejor el intríngulis está en el hecho de que quiero dejar de ser yo porque no me gusto ni me acepto ni me comprendo ni me veo con capacidad para sobrellevarme indefinidamente por este puñetero valle de lágrimas en el que nos obligan a estar sin comerlo ni beberlo. A lo mejor lo que quiero es ser otra persona más dura, más alegre, más entera, más insensible… Él dice que quizá no vale la pena hacer desaparecer el dolor, ni siquiera mitigarlo. Yo creo también que hay que pasar por todos los estadios del dolor y del desamor para apreciar mejor lo que somos y lo que tenemos, suponiendo, claro, que deseemos seguir adelante con la vida, a pesar de todo. El problema, digo, es que no sé si quiero seguir con esta vida que tengo y no entiendo. No sé si es bueno aceptar que ya que estamos aquí hay que seguir. Es como si un conductor supiera que ha errado el rumbo y continuara haciendo kilómetros y más kilómetros pese a saber que se ha equivocado. ¿No deberíamos tener la posibilidad de dar marcha atrás, volver sobre los pasos equivocados? Y se puede, dice él. Yo no lo creo, pero prefiero no decírselo. Hay veces que me siento muy cansada para expresar sentimientos y además explicarlos o defenderlos.
  'Todavía no sé si es bueno o malo desear la muerte de alguien. Él no suele responderme, se limita a hacerme preguntas que me parecen retóricas. Cuando hablo me escucha con atención. Yo le digo que porque es su deber. Él dice que podría no hacerlo. Yo le digo que es su obligación. Él dice que no, que bastaría con decir que no puede hacer nada por mí.
  'No sé si podrá hacer algo por mí. No sé si me servirá de escape a la sinrazón que me perturba. Le digo que me consuela ser escuchada, pero le oculto que me avergüenza un poco que sepa tantas cosas de mí. Le digo que nadie sabe tantas cosas de mí como él. Él dice que no sabe tantas cosas, en realidad. Creo que sabe que le oculto mis más íntimos dolores. Las personas queremos ser estupendas y contar triunfos y no derrotas. Las personas somos más orgullosas que valientes, y cuando nos lanzamos a llorar en hombros ajenos es porque tenemos la autoestima enterrada miles de metros bajo tierra. Él dice que es una pena que las personas que podrían elevarme la moral reconociendo mis méritos y virtudes no se den cuenta de lo que hay dentro de mí. Le digo que no me importa demasiado estar sola y ejercer además de solitaria. Él dice que me contradigo. Me recuerda las veces que le he dicho cuánto me duele que no me hagan caso. Ya lo sé, y sé también que otras veces le he dicho que prefiero ir a mi aire. Pero no es del todo verdad. No me gusta que algunas veces algunas personas me eviten o me ignoren. Le digo que la gente tiende a ignorarme. Él dice que eso no puede ser del todo cierto. Yo  le digo que está en su papel de hacerme ver (intentarlo, al menos) que no soy tan rara como me veo yo misma y creo que me ven los demás."

¿No somos todos un poco raros, al fin y al cabo?

martes, 2 de abril de 2013

Amar al monstruo



El amor es tan imprevisible como absurdo, por no decir, además, que es irracional. Se ama porque sí, y además de una virtud por lo que de reparador tienen en el alma de quien ama las emociones que quedan impresas, pueden darse sensaciones de culpa, si resulta que uno siente que no ama a quien lo merece, o ama a quien no lo merece, que digo yo que viene a ser lo mismo, ¿o no? 





 "Vuelve a mencionar al monstruo. Yo no quiero hablar de monstruos. Le repito que no conozco monstruos. Me recuerda que le he dicho que sé algo de monstruos. Es una forma de hablar, le digo. Él dice que las formas de hablar quieren decir algo. Tiene razón, fui yo quien mencionó al monstruo. No sé por qué lo hice. No sé por qué digo algunas de las cosas que digo. Me siento muy incómoda en el silencio cuando alguien está pendiente de mis reacciones. No me gusta demasiado hablar, y menos si no he pensado muy bien lo que voy a decir, a no ser que esté en mi casa, con gente que me conoce mucho y además me quiere y me permite rectificar cualquier error o explicar con detalle cualquier cosa que haya dicho y no haya sonado muy bien.
  'Él dice que cuando se tiene muy interiorizada una idea, lo normal es que acabe saliendo en algún momento, venga a cuento o no, se quiera hacer o no, se haya meditado o no.
  'Recuerdo que alguien dijo que era un monstruo. Casi nadie lo conocía demasiado bien. Ver a una persona con frecuencia no garantiza que se tenga un conocimiento acertado de ella. Mi abuela me contó que lo habían visto por la orilla del río molestando a una niña, o persiguiéndola, ya no lo recuerdo muy bien. Yo no me lo creo. La niña dijo que quería hacerle cosas malas. Qué sabría ella lo que son cosas malas. Él dice que qué es eso de qué sabría ella. Le doy la razón, yo no soy nadie con autoridad suficiente como para decidir algo así, y además está en flagrante contradicción con lo que pienso al respecto: si alguien dice que quieren hacerle daño, es seguro que quieren hacérselo. Me pregunta si quería mucho a esa persona. Le digo que sí, muchísimo. Me dice que no siempre se acierta a amar a las personas adecuadas, pero que el hecho de que no sean un dechado de virtudes no significa que no se las deba querer, ni que quien las quiere haga mal en quererlas. Ya, le digo, pero siento que una parte muy importante de mi vida ha sido una farsa, un error, una equivocación. Me dice que mi vida es muy larga, y que en una vida larga no pueden cifrarse en unos pocos años la verdad y la autenticidad que acaben por resultar. Le digo que no estoy de acuerdo porque los pocos años de los que estamos hablando son los años más importantes en la vida de una persona. Él dice que los años más importantes en la vida de una persona son los que queden por vivir. Dice que lo que ha pasado, pasado está, que no tiene solución, pero lo que queda por delante es un reto que ha de afrontarse obligatoriamente".

¿Tanto descolocará saber que se ha errado casi siempre que se ha amado? ¿Por vergüenza? ¿Por el amor propio herido?